domingo, 22 de julio de 2018

CAPITULO 28 (TERCERA HISTORIA)




Los ojos de Paula se llenaron de lágrimas. 


La sinceridad de las palabras de Pedro, la reiterada promesa de todo lo que había dicho antes, llegó a lo más íntimo de su ser.


Mi marido moriría por mí antes de que yo sufriera algún daño.


Sabiendo que lo amaría de la misma manera, respondió cautelosa.


— No estoy segura de poder prometértelo. Ese día, nada habría evitado que Dany me hiciera daño. Pero te salvé la vida.


Él ignoró su comentario.


— Prométemelo —insistió.


— No —renegó Paula—. No puedo. ¿Podrías hacer tú la misma promesa? Dijiste que no más mentiras y no te voy a mentir. Te protegeré siempre que pueda.


— Está bien —protestó él—. Tendré que hacerme cargo de que nunca tengas que tomar una decisión así otra vez. Y no más huidas.


Paula giró la cabeza de un lado a otro, negando.


— No más huidas —repitió.


— Y si tienes que hacerlo, yo iré contigo —dijo persistentemente—. Si me hubieras dicho que necesitabas desaparecer, yo lo habría arreglado todo … para los dos.


— Pero tu trabajo, los negocios.


— No significan nada sin ti. ¿Crees que me importa una mierda el dinero y todo lo demás si tú estás en peligro? Desaparecería contigo, que me dieran por muerto también para protegerte a ti y a tus hermanos, sin pensármelo.


Con su cuerpo en tensión, la miró exaltado. Paula suspiró, mirándolo a su vez como disculpándose.


— He pasado más de dos años haciendo terapia y todavía es difícil creer que alguien pueda amarme como tú —confesó—. He progresado mucho, pero aún tengo mis momentos de inseguridad —le advirtió —. Todavía me cuesta creer que todo haya acabado. Que ahora estemos a salvo.


Era difícil comprender que Pedro pudiera dejarlo todo por ella. Sí, era cierto. Había aprendido a valorarse, aceptarse tal como era, gracias a sus sesiones de terapia, pero aceptar el amor de Pedro fue lo que más trabajo le había costado. ¿Qué había hecho en la vida para merecérselo?


— Tómate todo el tiempo que necesites, mi amor. Tarde o temprano te convenceré —dijo tiernamente. Sus ojos implacables fijos en los de ella.


El amor destellando, flotando cálidamente entre los dos, acelerando el pulso de Paula.


— Eres increíble, Pedro Alfonso —le dijo, acariciándole el pelo.


— ¿Pensabas eso cuándo te estaba golpeando el trasero? —preguntó con una mirada malévola.


— Sí. Me hizo querer comportarme como una mala chica.


— Cariño, quiero que me digas si alguna vez te asusto o excedo tus límites. No puedo confiar en mi autodominio cuando se trata de ti —le dijo, como avisándola de un peligro.


— No tengo miedo de ti, Pedro. Nunca podría. Sé que nunca me harías daño. Me haces sentir
protegida.


Paula sabía que nunca tendría miedo de él, por mucho que le pidiera. Aquel hombre era una mezcla increíble de arrogancia y vulnerabilidad, dominación y delicadeza, y le fascinaba por completo. Pero nunca se sentiría nerviosa por sus defectos. Todo en él la excitaba. Él quería protegerla y daría su vida por ella. Nunca podría tener miedo de esa clase de amor.


— Ahora estás a salvo, y voy a asegurarme de
que siempre lo estés —aseguró Pedro.


Permanecieron en silencio un momento, disfrutando el placer de estar juntos, antes de que ella volviera a hablar.


— ¿Fue Teo quien mató a Dany? — preguntó con curiosidad.


— Probablemente —respondió Pedro juntando las cejas—. Técnicamente fue un accidente, pero Teo estaba allí. ¿Te disgusta que esté muerto?


— No. No me molesta personalmente que Dany esté muerto. Se lo merecía. Mi familia está a salvo y no va a tener la oportunidad de aterrorizar a nadie más. Pero el pobre de Teo ya puso a Dany en la cárcel. No quiero pensar que él haya tenido que matar a nadie para que yo sea libre. Tiene conciencia, pero siempre ha hecho lo que fuese necesario para protegernos a Kevin y a mí.


— ¿Tú sabías que fue él quien puso a Dany en la cárcel? —preguntó Pedro, sorprendido.


— Claro que lo sabía. ¿Teo piensa de verdad que soy tonta? Aparece en Virginia, ve lo que pasa y Dany va inmediatamente a la cárcel. Sabía que era cosa de Teo. ¿Cómo fue la muerte de Dany? — preguntó tranquilamente.


— Cuando Teo finalmente localizó a Dany, fue a hablar con él. Dany se escapó en un coche y Teo lo siguió. Durante la persecución, Dany perdió el control y acabó cayendo por un barranco muy alto. Y créeme, dudo que Teo sintiera un atisbo de remordimiento después de lo que ese cabrón te había hecho. Cuando tuvo confirmación de que Dany estaba muerto, lo dispuso todo para traerte de nuevo a casa, pero aparentemente nunca tuvo la oportunidad de hablar contigo porque te habías ido cuando él volvió a casa después de una reunión. ¿Por qué apareciste en el picnic de todas maneras? —preguntó Pedro, confuso—. Acababas de llegar de Florida.


— Sabía que probablemente estarías allí. Vi la invitación en casa de Teo. Sabía también que probablemente me odiarías por lo que había hecho, pero quería verte. No podía evitarlo. Me fui acercando poco a poco, pero no pensé que me reconocerías.


— Eso es imposible. Podía sentir tu presencia —respondió Pedro, contrariado—. Pero tu camuflaje sirvió para que nadie más te reconociera. ¿Te cortaste el pelo ese mismo día?


— No. Me lo corté hacía un año. Mi pelo largo fue usado contra mí demasiadas veces. Lo hice para sentirme mejor. Fue una especie de terapia. Me hizo sentir bien —le dijo.


— ¿Te arrastró por el pelo? —preguntó Pedrocon un tono agresivo.


Era lo menos que le había hecho, pero Paula no le dijo eso a Pedro. Su padre le había hecho lo mismo.


— Sí —se limitó a decir.


Letargo y agotamiento podían con el cuerpo de Paula. Bostezando, cerró los ojos.


— ¿Cansada? —le preguntó él.


— Mucho. No dormí anoche. Quería saborear la sensación de estar juntos una última vez, a pesar de que estuvieras completamente bebido —bromeó Paula—. No quiero imaginarme la enorme resaca que has debido tener esta mañana. ¿Te acuerdas siquiera de lo que pasó anoche?


— No mucho —admitió Pedro reacio.


— ¿Quieres que te recuerde cómo me acusaste de estar con otro hombre y cuánto querías odiarme? —bromeó sonriente— ¿Y por qué trajiste a Tucker? Creía que mi perro y tú a duras penas os soportabas.


Paula sabía que eso ya no era cierto, pero quería oír a Pedro admitir que, de hecho, él y el perro se habían convertido en los mejores amigos.


— Pensé que tenías un amante. No terminé de escuchar la historia completa antes de arremeter contra Teo. Todo lo que pude oír es que él había sido el responsable de alejarte de mí. No hablamos mucho después de eso. —Pedro cambió la posición de Paula para que pudiera tumbarse cara a cara en el sofá, cubriéndose ambos con la manta y apretándola contra él—. Y lo único que tengo en común con ese chucho es que los dos te queremos. No podía dejarlo solo en casa. Estaba siendo humanitario. Sigue siendo un coñazo.


— ¿No hablas con él? Tucker sabe escuchar — intentó convencerlo.


— Es un criticón. No lo aguanto —gruñó Pedro.


Paula se sonrió para sí al darse cuenta de que Pedro hablaba de Tucker como si fuera una persona.


Sí. Habían congeniado, aunque fuera una relación de antagonismo.


— Lo adoras —acusó Paula.


— Me irrita como un demonio. Me echa la culpa de que te fueras —argumentó Pedro.


— Podrías haberlo dejado en casa de nuestros
vecinos —le recordó Paula—. Adoran a Tucker.


— Él quería venir —dijo Pedro a regañadientes —. Estaba gimoteando. Te extrañaba.


Obviamente, Pedro no estaba dispuesto a admitir que quería a Tucker y que el perro se había apegado a él.


— ¿Has hecho las paces con Teo? —
preguntó Paula, pasando los dedos sobre la zona amoratada debajo del ojo de Pedro.


— Bueno, estamos de acuerdo en no matarnos —dijo Pedro con una mueca.


— ¿Y con Kevin?


— Le debo una por reírse de mi resaca —
apuntó amenazante.


Paula se encogió


— ¿Fue muy mala?


— Lo suficiente para hacerme querer ser abstemio de ahora en adelante. No estoy seguro de que pueda volver a beber una gota de alcohol otra vez —dijo sombríamente—. Ahora sé por qué no me había emborrachado nunca. Tenía algo de sentido común antes de conocerte —bromeó—. La idea de tu traición y de vivir tu vida felizmente con otra persona me enloqueció. Puedo recordar cómo me sentía antes de emborracharme.


Paula suspiró.


— No puedo creer que no te emborracharas nunca. ¿Ni siquiera en la universidad?


— No. Me limité a estudiar mientras otros se divertían.


— Dios mío. Eres realmente perfecto —dijo Paula aparentando disgusto—. Y nunca podría existir alguien más. Hasta me tatué tu nombre en el trasero —le recordó bromeando.


Pedro restregó la marca posesivamente.


— Sí. Así es. Y es un reclamo cabrón.


— Me olvidaba que ahora dices palabrotas. Ya no eres tan perfecto —río Paula.


— Siempre las dije, pero no delante de ti. Mi padre nunca las dijo delante de mi madre —replicó, con un cierto resentimiento.


— No te reprimas —sonrió Paula—. Tengo dos hermanos. Conozco todas las palabrotas posibles y algunas me gusta usarlas de vez en cuando. Pero como tú nunca las decías, intenté que no se me escapara ninguna.


— Por el amor de Dios, ¡vaya pareja! Siempre te he adorado, pero no estoy seguro de que nos conociéramos. No, lo retiro. En el fondo de mi corazón te conocía. Pero con el resto de mi cuerpo fui un imbécil —respondió Pedro abatido—. Siento que no me encontraras cuando me necesitabas. No hubieras tenido que huir de Teo. Deberías haber sido capaz de acudir a mí.


Paula lo calló con un dedo en los labios.


— Yo no dejé que fuera así. Y tú tampoco pudiste encontrarme a mí cuando me necesitabas. Pero creo que los dos hemos cambiado. ¿Podemos empezar de nuevo? Quiero ser una esposa de verdad para ti.


Pedro arqueó una ceja y la miró confundido.


— ¿Pensabas que habría otra posibilidad? Tú no te vas a ninguna parte, cariño.


El Pedro arrogante y posesivo había vuelto y eso la excitaba. Paula se retorció intentando pegarse más a él, tanto como fuera posible. 


Cerró los ojos, completamente exhausta, pero sin querer perderse un momento de intimidad con él.


— Tú también me perteneces, ¿lo sabías?


— Mi amor, lo he sabido desde el día que nos
conocimos —dijo Pedro con seriedad, todavía acariciando el tatuaje, con la vista perdida.


Con aquellas palabras, Paula sintió un vuelco en el corazón.


— Yo también —confesó. Se había enamorado de él desde el comienzo, cuando lo vio sonreír por primera vez.


Ella se durmió al poco tiempo, segura en el amor de Pedro, en sus poderosos brazos. Pedro siguió acariciando el tatuaje por algún tiempo, con una sonrisa de satisfacción y de sosiego, antes de sucumbir al sueño.




No hay comentarios:

Publicar un comentario