martes, 10 de julio de 2018
CAPITULO 36 (SEGUNDA HISTORIA)
Aunque ella estaba encima de él, Pedro continuó controlándola, exigiendo, insistiendo, dominando.
Todo lo que ella podía hacer era facilitar sus frenéticas, profundas embestidas … y correrse.
Separando su boca de la de Pedro, Paula gritó. El climax recorrió su cuerpo como un huracán,
desvaneciéndola, dejándola impotente.
–Sí. Sí. ¡Sííí! –Pedro gemió, golpeándola intensamente con toda la fuerza de su pene inflamado, desahogándose en su seno, con el pulgar aún entrando y saliendo inconscientemente del ano de Paula, exhausto por la violencia de su descarga.
Pedro se desplomó, quitándole las manos de encima. Se dejó caer en el sofá. Rodeándola por la cintura de Paula con sus brazos, sujetaba el peso de Paula sobre su cuerpo.
–Me vas a matar –carraspeó, desmintiendo sus palabras con un beso en la frente, otro en la sien, en las mejillas, para terminar con un beso liviano en los labios enrojecidos–. Lo siento, lo he vuelto a hacer.
Paula no tuvo que preguntarle lo que quería decir.
–Te di permiso, Pedro. No estás abusando de mí. Por favor, nada de lo que hagamos juntos es
vergonzante. Lo he disfrutado, lo quería. Te quiero de todas las maneras, en todo mi cuerpo.
–Pierdo el control contigo, cielo –se lamentó Pedro.
–Lo sé. Y me encanta de qué manera me deseas –susurró, recostando la cabeza en su hombro.
–¿De verdad, Paula? ¿No te asusta? Porque a veces a mí sí me asusta –dijo él, pasándose la mano por el pelo.
–No, Pedro. Nunca podría tener miedo de ti. Me puedes cabrear, pero la forma que tienes de quererme me pone a cien y no puedo resistirme. Te quiero tanto como tú a mí –le respondió cándidamente.
Pedro movió la cabeza de un lado a otro, raspando ligeramente la frente de Paula con su barba.
–Eso no es posible, cariño –le dijo, la gruesa voz de barítono vibrando contra su oído.
–¿Perferirías controlarte? ¿Hacerlo sin pasión? –preguntó curiosa.
–No, claro que no. Eso no es lo quise decir. Dije, simplemente, que puede ser algo doloroso –dijo
simplemente.
Paula siguió con el dedo el trazo de las líneas de la corbata de Pedro.
–Todo es acostumbrarse –musitó–. No puedo creerme que estoy completamente desnuda mientras que tú pareces listo para salir a dominar el mundo.
–Mejor que te acostumbres. Nos vamos a casar –replicó Pedro–. Y preferiría quedarme en casa y dominarte a ti.
Su viril, posesivo tono de voz le produjo un escalofrío que le recorrió la espalda.
–Aún no te he dicho que quiera casarme contigo porque nunca me lo has preguntado. Tú dictas. Y hablando de eso, ¿qué vamos a hacer con el coche?
–¿Qué es lo que tú quieres hacer? –preguntó Pedro en voz baja, amable–. Me gustaría que te quedaras con él. Quería dártelo como regalo. No era mi intención comportarme como un patán. Es grande, es robusto y tiene todos los dispositivos de seguridad conocidos. Quiero que lo uses porque me preocupa tu seguridad. Nada puede pasarte, cielo –suspiró hondamente.
Vale… eso está mejor. Al menos no se está comportando como un gilipollas.
Paula dio un leve suspiro.
–Está bien. Lo conduciré. ¿Ves lo fácil que era? Pregúntame con tacto y te responderé como tú quieres –le dijo divertida.
–¿Estás intentando domesticarme, mujer? –la regañó igualmente divertido.
Paula rio ligeramente antes de responder.
–¿Sería posible?
–No. Pero tampoco quiero herirte –dijo Pedro mientras sus manos continuaban acariciando la espalda y los rizos de Paula, reclamando su propiedad.
Levantando la cabeza, clavó en él su mirada perpleja.
–¿Así que vas a dejar de comportarte como un cavernícola?
–Es lo mismo que me dijo mi madre –replicó contrariado.
–¿Te dijo que eras un cavernícola? –dijo Paula arqueando las cejas.
–Sí…Más o menos. Pero no es cierto –sentenció algo indignado.
–Sí que lo es, Pedro –rio Paula dando un ronquido.
–En lo del coche he sido civilizado –replicó él.
–Después de pelearnos –le recordó, arrugando el entrecejo, retándolo a negarlo.
–¿Y cómo se supone que voy a conseguir que hagas lo que yo quiero? –preguntó contrariado.
Paula empezó a moverse, separándose a regañadientes de Pedro. Se puso de pie.
–Llévame arriba y convénceme –le ofreció, dicéndole ven aquí con la mirada–. Te demostaré que es una forma mucho eficaz que darme órdenes como si fuera una empleada tuya.
Pedro se puso de pie rápidamente, cubriéndola con la mantita que descansaba en el respaldo del sofá antes de cogerla en brazos.
–No tengo ningún problema con este protocolo. ¿Si quiero algo solo tengo que follarte hasta que estés de acuerdo?
Paula agitó la cabeza de una lado a otro, con una sonrisa. Quizás no era tan bueno su plan, después de todo. De esta manera, probablemente, la podría convencer de cualquier cosa.
–Pues sí –dijo reacia, sabiendo que probablemente se arrepentiría.
Pedro dibujó una sonrisa, una sonrisa malévola que hacía su rostro aún más atractivo. Tanto que ella volvió a humedecerse.
–Quiero mucho de ti, cielo. Lo quiero todo.
Su voz, juguetona y varonil, deliciosa y pecaminosa.
–Quizás emplee algún tiempo en convencerte –añadió.
A Paula se le aceleró el corazón cuando sus ojos se encontraron con la mirada esmeralda de Pedro.
–Creo que podré aguantarlo –dijo sonriendo, desafiando su asedio.
–Vas a suplicarme.
La miró arrogante, con una mirada abrasadora.
Lo cierto es que muy probablemente él sería capaz de hacerlo. Y ella lo disfrutaría cada segundo. Pedro le mordisqueó el lóbulo de la oreja y luego se la acarió con la lengua.
–Puedes empezar a suplicar ya si quieres –le susurró con deseo cerca del oído–. Maldita sea, Paula. Ya me la has puesto dura como una piedra –dijo bruscamente–. Eres una calientapollas.
Salió de la habitación y atravesó la casa. Subió las escaleras tan deprisa que Paula rebotaba en sus brazos, riéndose cuando él se precipitó hacia el dormitorio.
–No caliento si no pienso cumplir lo prometido –murmuró.
–Sigues siendo una calientapollas –gruñó Pedro. La dejó caer suavemente sobre la cama y empezó a arrancarse la ropa–. Y tú te vas a casar conmigo. Muy pronto –exigió, quitándose la camisa sin desabrocharse los botones.
Paula suspiró ensoñadora viendo cómo Pedro se deshacía frenético de la ropa, poniendo al descubierto cada centímetro de su perfecta masculinidad.
Algún día, me pedirá que me case con él.
Ella ya sabía que diría que sí. Si no estuviera segura, no tendría relaciones sexuales con él sin
protegerse. Había empezado a tomar la píldora, pero aún así era algo arriesgado, tanto como peligroso podía ser el hombre que ahora se acercaba a ella.
Gloriosamente desnudo, la acechó gateando sobre la cama. Retiró la sábana que la cubría como desenvolviendo un regalo, con un semblante de absoluta fascinación dibujado en su espléndido rostro.
–Dame una fecha. Vamos a casarnos. Tú eres mía –reclamó, cubriendo el cuerpo de Paula con el suyo y sujetándole las manos sobre la cabeza.
Paula se fundió al calor del contacto con su piel, el nirvana de piel contra piel la hizo ignorar el
comentario. Su fría conducta la hería, pero el macho alfa la volvía loca, su maneras dominadoras alentaban su deseo de tenerlo dentro de sí.
Sabiendo que nunca domaría a Pedro y que realmente no quería hacerlo, se encontró con su boca exigente amordazando la de ella, dejándose llevar por el hombre que tenía su corazón, su cuerpo y su alma … Siempre los tuvo.
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