jueves, 12 de julio de 2018

CAPITULO 45 (SEGUNDA HISTORIA)




–¿Que no te ha dicho que te ama? Bueno, no me sorprende. Le llevó algún tiempo a Simon. Supongo que los hermanos Alfonso creen que somos adivinadoras.


El tono ofendido de Karen resonaba en el manos libres de la flamante caravana de Paula.


–Pero tú sabes que te ama.


Paula suspiró. Torció ligeramente a la derecha, acercándose a casa.


La casa de Pedro. Mi casa. Nuestra casa. A partir de mañana, cuando traigan mis cosas, estaré permanentemente unida a Pedro.


–¿Qué si me ama? Ese lunático casi se lanza al vacío para evitar que yo me magullara. No lo dudo. Ni por un momento –le contestó Paula enfáticamente, probablemente hablando más alto de lo era necesario por el hecho de que su amiga se encontraba en otro país en ese momento.


–Me alegra tanto que aceptaras casarte con él –dijo Karen con sinceridad–. Él te ama, Paula. Creo que siempre te ha amado.


–Lo sé. Solo que me gustaría que me lo dijera. Una vez solamente. ¿Cómo está mi futuro ahijado?


–Muy bien. Los dos estamos comiendo demasiado –contestó Karen, su risa y el gruñido de Simon dejándose oír a través del teléfono–. Simon, te dije que era un niño.


La voz de Karen sonaba silenciada, su último comentario estaba dirigido a su marido, que
probablemente estaba sentado junto a ella.


–¿Cuándo te mudas a casa de Pedro? –interrogó Karen, volviendo su atención a Paula.


–Prácticamente ya lo he hecho, pero no es oficial hasta mañana. Los de la mudanza se encargarán de empaquetar y traer todo.


Karen silbó a través de la línea telefónica.


Pedro no está desperdiciando un minuto, ¿no?


Paula puso los ojos en blanco. Pedro había llamado a la compañía de mudanzas el día después de que rodaran por las escaleras, haciéndose cargo de todo con una llamada de teléfono.


–No. Pero yo no he protestado exactamente –admitió. No quería estar alejada de Pedro más tiempo. Ya habían estado separados lo suficiente.


–Aún no me puedo creer que Mauro sea tu hermano. Aunque ahora que lo sé, los dos tenéis los mismos ojos, poco corrientes, y hay un parecido entre los dos –declaró Karen.


–Yo tampoco me lo puedo creer, pero estoy feliz. Solo me gustaría que él no estuviera tan triste. Debe haber amado a su mujer mucho –respondió Paula.


–Yo también lo creo, pero no puedo saberlo realmente. Ella murió antes de que Simon y yo
empezáramos a salir –replicó Karen, considerando con cuidado sus palabras.


–Así que, ¿cuándo vuelves a casa? –preguntó Maddie, intentando aligerar la conversación.


–El jueves que viene. Y aún me queda el fin de semana libre, así que podemos ir de compras, ya que no te permiten trabajar los fines de semana en la clínica –dijo Karen entre risas.


Paula sonrió. Pedro la quería en casa los fines de semana y ella había accedido. Ambos estarían ocupados de lunes a viernes. Poder pasarse en la clínica todos los días laborables era suficiente para hacerla feliz hasta el delirio. 


Habría un doctor disponible los sábados para los pacientes que no pudieran ir a la clínica entre semana, pero no sería ella. Sin embargo, supervisaría los informes del fin de semana y todos serían, al fin, sus pacientes.


Acababa de terminar su último turno en el hospital. A partir del lunes, volvería por fin a la clínica.


–¡Como si necesitara comprar nada! –le dijo Paula a Karen, contrariada–. No hay una sola cosa que Pedro no me haya comprado, incluida la nueva caravana. Necesita parar.


–Hmm. Tengo que recordarte que fuiste tú quien me largó un discurso acerca de la necesidad de
hacerme a la idea de que me iba a casar con uno de los hombres más ricos del mundo. Creo que incluso dijiste que debería dejarlo gastar su dinero en mí porque le haría sentir que me protegía –le dijo Karen, divertidamente maliciosa.


–¡Vaya! Creo que sí que lo dije –murmuró Paula. 


Ella había aleccionado a Karen, pero le parecía
diferente cuando Pedro era quien compraba cosas para ella.


–Espero que estemos de vuelta antes de que necesitéis el jet para vuestra luna de miel. A la velocidad que Pedro se está moviendo, puedes estar casándote mañana –bromeó Karen.


–Se compraría otro –dijo Paula, riéndose a carcajadas–. Él es capaz de conseguir lo que se le antoje.


–Me da que tú no le ibas a protestar –dijo Karen entre risas.


–No. Francamente. No creo que lo hiciera –respondió Paula, entrando en la calle donde Pedro tenía su casa. Era la pura verdad. 


Tanto quería a Pedro. Se casaría con él en cualquier momento.


–Bueno, no te cases sin nosotros –la advirtió Karen–. Queremos estar allí.


–Creo que podemos esperar –respondió Paula con una sonrisa.


–Más te vale. La semana que viene salimos de compras.


–Vale, vale. Vamos de compras –le dijo con alegría a su amiga mientras entraba en el sendero que la llevaba a la casa de Pedro–. Diviértete y cuida de mi ahijado.


–Lo hemos pasado muy bien –dijo Karen suspirando–. Pero echo de menos estar en casa, y a ti.


–Yo también te echo de menos –replicó Paula, afectuosamente.


–Hasta el jueves.


–¿Os podríais pasar por aquí? –preguntó Paula al tiempo que frenaba el coche.


–¿Me tomas el pelo? Estaremos allí tan pronto como lleguemos. Necesitamos ponernos al día,
querida.


–Hasta luego –le respondió Paula, desconectando el teléfono y el motor del coche.


El Bugatti de Pedro estaba aparcado delante del garaje, así que Paula supo que él estaba en casa. Le dio un brinco el corazón anticipando el encuentro, impaciente por ver su semblante, por rendirse al calor de su presencia.


Mientras salía del coche, no dejaba de maravillarse de lo mucho que su vida había cambiado en tan corto plazo de tiempo. Antes odiaba tener que volver a una casa vacía, a la ausencia de una vida privada.


Ahora no podía esperar a llegar a casa, nunca era lo suficientemente pronto para estar con él, para satisfacer su necesidad de verlo.


Ya no estoy sola.


Paula sabía que su vida por fin se había llenado.


Saltando los escalones de mármol, metió la llave y abrió la puerta, sintiéndose finalmente en casa.




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