domingo, 15 de julio de 2018
CAPITULO 5 (TERCERA HISTORIA)
—He hablado con sus médicos, Pedro. Hasta con el psiquiatra que los asesora. Su golpe en la cabeza es leve. Tiene algunos síntomas normales tras un traumatismo con amnesia regresiva. Realmente no recuerda nada de lo que ocurrió en los dos últimos años y medio de su vida. —Magda le estaba hablando como médico, pero había dejado ver su preocupación cuando se sentó al lado de Pedro en la sala de espera y le puso la mano sobre la de él.
—¿Me lo puedes poner de forma que lo
entienda? —preguntó Pedro tras dejar escapar un suspiro de cansancio.
Con la otra mano, se recorrió la cara desde la frente a la mandíbula, miró a su hermana, incapaz de ocultar su expresión de súplica.
Quería que alguien le dijera que Paula iba a estar bien. Cualquier otra cosa no era aceptable.
—Quiere decir que cuando se golpeó la cabeza contra el cemento, dañó su cerebro y alteró algunas de sus funciones. Está bien, Pedro. De verdad. No hay nada anormal en la resonancia magnética. El dolor de cabeza y el mareo remitirán poco a poco y recuperará la memoria.
Magda soltó la mano de Pedro cuando Samuel entró en la habitación con una bandeja de cartón llevando varios vasos de café. Silenciosamente le dio uno a cada uno y se desplomó en la silla al lado de su mujer. Pedro sabía que debería sentirse aliviado al escuchar lo que Magda decía, pero cada vez que veía la vulnerabilidad en el rostro de Paula, sentía deseos de matar a alguien. El problema era que no tenía ni idea a quién matar por lo que le había sucedido a su esposa. Ni siquiera sabía lo que le había sucedido. Por otro lado, sólo quería saber que estaba sana y salva. Pero no podía evitar tener momentos de vacilación, preguntándose dónde habría estado, qué le habría pasado durante estos últimos años. Él era un hombre de lógica y nada de esto tenía sentido para él.
Como si estuviera leyendo su mente, Samuel hizo un comentario pausado, pero con la determinación de una promesa.
—Averiguaremos qué es lo que ha pasado,
Pedro.
Pedro pudo oír en el tono de Samuel lo que él no había dicho en voz alta. El hijo o los hijos de puta lo pagarían si le hubieran hecho algún daño. Pedro miró a Samuel por encima del hombro de Magda. Cuando sus ojos se encontraron, Samuel asintió con la cabeza a
Pedro, indicándole que hablaba en serio. Pedro inclinó la cabeza ligeramente, agradeciendo el apoyo de Samuel, satisfecho de que alguien reconociese su indignación y su impotencia, su necesidad primitiva de vengarse por lo que le había pasado a Paula. Sí, no estaba seguro de que le hubieran hecho daño, pero alguien se la había llevado y quería la cabeza de esa persona en ese momento.
—Necesitas dormir, Pedro. Llevas dos días aquí.
Ve a casa y descansa. Paula se podrá ir a casa por la mañana —le rogó Magda, con cara de
preocupación.
De ninguna manera. Necesitarían un ejército
para alejarlo de Paula. Ella estaba confundida y
asustada y, aunque Magda no lo sabía, eso era raro en Paula. Necesitaba quedarse con ella. Su mujer había vuelto y nada ni nadie se la iba a llevar de su lado otra vez. Con la incertidumbre de no saber lo que había ocurrido, por qué había desaparecido, no se separaría de ella.
—Yo me quedo. Dormiré cuando volvamos a casa —respondió testarudamente, mientras levantaba la tapa de su vaso de café y bebía un buen trago—. Vosotros dos necesitáis iros. Yo estoy bien.
Más que bien. Quería levantarse y brincar de
alegría porque su mujer le había sido devuelta.
Lo haría si no estuviera tan cansado y tan preocupado.
Kavin y Teo ya se habían ido, pero Magda y Samuel habían decidido quedarse para que Magda persiguiera a los médicos y tener toda la información del caso de Paula, previo permiso de ésta. Gracias a Dios su hermana era médico. Pedro necesitaba oír lo que pasaba de la boca de alguien en quien él confiaba y en un lenguaje que entendiera. Samuel se levantó y sujetó a su esposa de la mano ayudándola a ponerse en pie.
—No quiero dejarte solo aquí esta noche, Pedro
—dijo Magda tiernamente, con una mirada compasiva a la figura descuidada de su hermano.
Pedro levantó la mirada, agradecido por su
consideración. Dejó el café en la mesa que tenía a su lado, se levantó y la abrazó con la fuerza de unas tenazas. Con destreza, Samuel recogió el café de la mano de su mujer al tiempo que Pedro la fue a abrazar.
—Gracias por aparecer cuando más te
necesitaba, pero ya no estoy solo. Paula está conmigo. Estoy donde tengo que estar. —La voz sonaba entrecortada, sus emociones aflorando a la superficie por el cansancio. Luego, soltó a Magda —. Llévatela a casa. Está embarazada con mi sobrino —dijo a Pedro.
Samuel rió con desdén.
—Querrás decir mi hija —dijo arqueando una
ceja a Pedro.
Pedro puso los ojos en blanco.
—Mi sobrino —repitió Pedro de buen humor.
Sabía que a Samuel no le importaba si fuera niño o niña, sólo le importaba que estuviera bien, pero como había sabido que Samuel esperaba darle una primita a la niña, a punto de nacer, de Simon, no lo quedaba otra que contrariarlo. No sería natural no discutir con él.
Samuel cogió a Magda de la mano y le dio un
golpe en la espalda a Pedro.
—Ahora ya puedes tener uno propio, pesado.
Nos vemos mañana.
Samuel salió de la sala de espera con Magda, sus palabras resonando en la mente de Pedro.
Apenas se había atrevido a creer que Paula estuviera viva, de nuevo en su vida. Era demasiado pronto para empezar a pensar en niños, pero no pudo contener la ilusión de pensar que podría tener algo más que un futuro desolador por delante. Con el corazón latiendo deprisa, salió dando zancadas de la sala de espera hasta la habitación de Paula.
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