viernes, 24 de agosto de 2018
CAPITULO 1 (SEXTA HISTORIA)
Nochevieja de 2016, a medianoche. Amesport, Maine.
Paula Chaves intentó desesperadamente apartar la mirada del hombre más atractivo que había visto en su vida y fracasó miserablemente.
Lo conocía, lo había conocido durante la mayor parte de su infancia, pero ella ya no era una niña ni él tampoco. «¡Santo Dios! Maldita sea. Tengo que dejar de mirarlo fijamente. Miraré en otra dirección en un minuto. Lo haré. Dejaré de babear por él».
Aun así, sus ojos permanecieron fijos en Pedro Alfonso, incapaz de apartar la mirada del hombre más imponente del planeta. Paula intentó ser sutil dando un sorbo de champán mientras lo miraba, pero estaba casi segura de que su deseo era bastante evidente. Tenía un aspecto cautivador cuando lucía unos pantalones rasgados y una camiseta. Con esmoquin, en una fiesta de Nochevieja, estaba tan guapo que resultaba abrumador, de infarto, de una manera muy masculina e inconscientemente seductora. No eran únicamente su bonito rostro y cuerpo musculoso lo que hacía que las mujeres lo mirasen fijamente; era todo el conjunto. Cada acción, cada palabra que salía de su boca rezumaba confianza, una masculinidad atrevida a la que ninguna mujer parecía capaz de resistirse. Su expresión era depredadora y cauta mientras conversaba con otro hombre en la fiesta; no había señales de la sonrisa auténtica y dulce que ella sabía que podía mostrar. Obviamente, no estaba hablando con un conocido; con toda probabilidad, se trataba de alguien que quería algo de él, como solía ocurrir con la mayoría de las personas.
Paula se quedó sin respiración al verlo asentir al hombre repentinamente y caminar con paso tranquilo hasta su hermano Dante. Con la expresión metamorfoseada, convertido en el hombre encantador que ella sabía que podía ser Pedro. Dio una palmada en la espalda a Dante y le ofreció a su hermano una sonrisa auténtica; su mirada se volvió más cálida a medida que parecía bromear con Dante.
«Las muchas caras de Pedro Alfonso».
Paula suspiró y, finalmente, apartó la mirada de Pedro, preguntándose cuántas personas conocían realmente al hombre bajo el exterior de multimillonario. Paula no había visto a Pedro muy a menudo durante los últimos años, pero no podía haber cambiado tanto.
Había decidido hacía mucho tiempo que adoraba a Pedro. A la tierna edad de siete años, quería casarse con él, y sus sentimientos no habían cambiado demasiado durante los últimos diecinueve años, excepto tal vez por la parte de querer casarse con él. Oh, sí, y el deseo que apareció de la nada cuando lo vio a los dieciocho años. Ahora, a la edad de veintiséis, seguía pensando que era el hombre más arrasador y peligroso que había visto nunca.
«De acuerdo, Pedro ya no mata a mis dragones por mí». Ya no detenía a los abusones que la atormentaban en primaria porque era demasiado pelirroja, sus pecas demasiado visibles y porque era demasiado torpe como para encajar con el grupo popular de niños del colegio. Por aquel entonces, Pedro era más grande que la vida misma para ella: su superhéroe de doce años, más mayor y más sabio, que iba a rescatarla cada vez que lo necesitaba. «¿Y una de las cosas que más adoraba de Pedro? Nunca, jamás le ha contado a mis hermanos mayores ninguna de esas experiencias humillantes. Ese tipo puede guardar un secreto, definitivamente». A pesar de lo unido que estaba a sus hermanos por aquel entonces, Pedro nunca divulgaba ninguna información a German, Dante, Julio ni Enzo si ella le pedía que no lo hiciera.
Si Pedro hubiera hecho saber a sus hermanos lo que ocurría en la escuela privada y esnob a la que la obligaban a asistir por aquel entonces, sus hermanos se habrían involucrado y habrían terminado metiéndose en problemas. Por aquel entonces, añadir más conflictos a las vidas de sus hermanos sólo habría dado a su padre alcohólico y maltratador más motivos para provocar el caos, aunque en realidad no era como si su padre, permanentemente enfadado, necesitase ningún motivo. Aun así, Paula no quería hacer zozobrar un barco que ya estaba hundiéndose. La vida en el hogar de los Chaves ya era bastante miserable sin añadir sus
problemas de infancia al drama.
Entonces, al cumplir los doce años, todo cambió. Pedro fue a la universidad más tarde aquel año y ella se quedó devastada. Pero, como cualquier niña de doce años, finalmente superó la pérdida de su ídolo; sólo veía a Pedro durante sus breves visitas de vuelta a Boston. Durante la adolescencia, Pedro se convirtió más en un amigo o conocido al que veía en ocasiones, alguien que sólo existía al margen de sus años de adolescente. Al menos… así fue hasta que volvió a verlo en su graduación del instituto, día en que todas sus ideas sobre su icono de infancia y amigo informal cambiaron y alteraron por completo lo que sentía por Pedro para siempre. Después de aquel día, ya no era un dios ni un amigo. No… su adoración por el héroe se volvió algo mucho más peligroso cuando Paula cumplió los dieciocho años.
«¡Deseo!».
Avergonzada por la reacción de su cuerpo al verlo, consiguió ocultar su atracción por él a lo largo de los años. No había sido tan difícil. Rara vez lo veía y normalmente evitaba cualquier evento al que pensara que pudiera asistir.
No siempre tenía éxito y había algunas reuniones que no podía evitar, pero siempre había tenido novio y mostrar sus pensamientos carnales sobre Pedro era imposible.
Él vivía en Nueva York y, aunque Paula viajaba debido a su loco estilo de vida, la Gran Manzana nunca había sido uno de sus destinos, de modo que no se producían encuentros casuales debido a la geografía. Su casa en Colorado estaba muy lejos de la ciudad de Nueva York. Por lo general, terminaba en medio de ninguna parte persiguiendo su carrera profesional, decididamente en ningún sitio donde Pedro fuera a estar por negocios.
Paula salió de su ensimismamiento cuando el volumen de la fiesta fue en aumento hasta convertirse en un clamor.
—¡Cinco! ¡Cuatro! ¡Tres! ¡Dos! ¡Uno! —El reloj dio las doce y el enorme salón prorrumpió en un alboroto—. ¡Feliz Año Nuevo!
Paula sonrió mientras se llevaba la flauta de champán a la boca y daba un trago largo y lento.
Su hermano German le dio a su prometida Emilia uno de los besos más apasionados que Paula había presenciado en su vida.
«Me alegro de haber venido. Qué bueno es ver a German tan feliz».
Paula había tenido dudas acerca de abandonar Colorado e ir a Amesport para la fiesta de compromiso y de Nochevieja de German, aunque tenía una segunda casa más grande allí.
Era una época del año muy ajetreada para ella,
su estado de ánimo era malo y lo único que German tuvo que hacer para que se negara a ir fue mencionar que tal vez asistiera Pedro. Sin embargo, quería ver a todos sus hermanos y German era el primero en enamorarse y comprometerse. Ahora, daba gracias por haberse tomado el tiempo de ir a Amesport. Sus hermanos eran más importantes para ella que una atracción ridículamente vergonzosa que sentía por Pedro. No era como si ella y Pedro
fueran enemigos. De hecho, ahora eran prácticamente extraños, aunque una vez fueran amigos.
En momentos importantes como estos, independientemente de lo ocupados que estuvieran los hermanos Chaves, todos estaban muy unidos. Paula tenía que estar allí. Odiaba lo separada que se sentía de sus hermanos por la forma en que vivía su vida; esa distancia enorme dolía. Poder presenciar la felicidad de German merecía todo momento de incomodidad por estar en la misma habitación que Pedro.
«Ver a German así vale la pena».
La nueva prometida de German era encantadora. Paula se sonrojó de vergüenza al pensar en los problemas que había provocado entre la pareja recién comprometida. Su hermano Julio a veces era un poco promiscuo y mandaba a las mujeres que no quería hacia German. Paula lo había rescatado varias veces llamando a su casa y fingiendo ser su esposa; mostró tal enfado que asustó a todas ellas. Por desgracia, cuando Emilia respondió al teléfono de German, Paula dio por hecho equivocadamente que Julio había mandado a otra chica en dirección al pobre German y representó el mismo papel. El problema era que German sí estaba interesado en Emilia. «¡Ups!». Por suerte, Emilia la había perdonado, pero Paula todavía se sentía terriblemente avergonzada.
Uno por uno, sus hermanos se acercaron y la besaron en la mejilla. Ella dio un fuerte abrazo a cada uno de ellos mientras les devolvía el beso.
Aunque todos la volvían completamente loca con sus actitudes arrogantes de hermanos mayores, quería a Enzo, German, Dante y Julio con cada fibra de su ser. Ojalá no fueran tan pesados de vez en cuando. Al ser la única chica de la familia Chaves y la más pequeña, Paula estaba completamente jodida cuando se trataba de hermanos mayores sobreprotectores. Se habían quejado constantemente de Javier, ahora su ex novio, porque no tenía trabajo. Para ellos, quienquiera que fuera cualquier cosa menos un hombre rico y exitoso que trabajara como un fanático era un perdedor y no la merecía.
«Todos se olvidarían de Javier si supieran qué más estaba haciendo. Recibiría algo más que regañinas constantes».
Se le partía el corazón por no poder ni querer compartir mucho de su vida con sus hermanos mayores sobreprotectores. Eso había puesto cierta distancia entre ellos que Paula nunca había querido, pero que había creado al no
compartir mucho de su vida con ninguno de ellos. No se trataba de que no quisiera hacerlo.
Anhelaba que realmente formaran parte de su vida. Pero el precio de contarles todo sería demasiado alto.
Paula suspiró y dio un largo trago de champán mientras pensaba en su existencia solitaria. De algún modo, su vida había resultado ser muy distinta a como la había imaginado cuando se graduó en el instituto y por fin se liberó del hogar que había sido una prisión para ella.
«De haber sabido cómo saldrían las cosas entonces, tal vez habría actuado de otra manera».
Ahora, ya no era prisionera de su madre crítica; era cautiva de su propio engaño.
La alegría a su alrededor era desenfrenada, todo el mundo celebraba un año completamente nuevo. Ella tenía una sonrisa jovial en la cara, pero nunca se había sentido más sola.
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