viernes, 24 de agosto de 2018
CAPITULO 2 (SEXTA HISTORIA)
—Gracias a Dios, Paula por fin ha dejado al perdedor de su novio. —Dante necesitaba alzar la voz para que lo oyeran por encima del griterío de los asistentes a la fiesta celebrando el Año Nuevo.
Pedro Alfonso levantó la cabeza de repente. Su cuerpo se tensó.
—¿Paula ha roto con su novio?
Dante asintió.
—Justo antes de irse de Colorado. Imbécil. ¿Quién rompe con una mujer durante las fiestas?
Los puños de Pedro se cerraron en respuesta.
—¿La ha dejado él?
Dante se encogió de hombros.
—No dijo demasiado. No creo que quiera hablar de ello. Solo me alegro de que por fin haya salido de su vida.
Los hermanos de Dante llamaron su atención y Pedro les dio la espalda.
Buscó a Paula con la mirada y la encontró sola junto a la barra, bebiendo una copa de champán.
«Dios, es preciosa». Le dolía el pecho, lo cual no era inusual cuando veía a Paula. Así era desde el día en que la vio en su graduación del instituto.
«Debería habérmela llevado entonces».
Todas las recepciones donde la había visto después de aquel día habían sido una puñetera tortura y aquella fiesta no era distinta.
Finalmente, tuvo que dar media vuelta para evitar acercarse a ella, desnudarla y hacerla suya allí mismo.
Paula Chaves era su obsesión personal, una mujer que podía tornarlo de un pensador racional en un maníaco compulsivo y posesivo que sólo miraba de una manera. «No está intentando ser provocativa. No necesita hacerlo». Paula era la provocación personificada para él, simplemente estando ahí, donde pudiera verla. Y, por primera vez desde que la viera en su graduación del instituto, estaba disponible.
«Joder. Eso la hace completamente irresistible».
A Pedro se le encogió el corazón mientras la observaba: sonriente y sin embargo solitaria, igual que él. Se preguntó si ella se sentía tan sola, inquieta y tensa como se sentía él en ese preciso momento.
La estudió con la mirada, desde el pelo rojizo recogido, a su cuerpo de curvas generosas hasta, finalmente, esos tacones de aguja tan sensuales que le hacían tener delirios de acostarse con ella mientras se le clavaban sus tacones en el trasero y ella gritaba su nombre al caer al abismo de un poderoso clímax.
«¡Mierda! No puedo seguir haciendo esto». Su pene, completamente erecto, palpitaba de impaciencia y presionaba con fuerza la cremallera de sus pantalones de esmoquin. Por suerte, llevaba una chaqueta, de manera que la sala entera no podría ver su fijación sexual secreta con una mujer que debería ser tabú para él.
«Es la hermana pequeña de German».
Pedro había sido amigo de los Chaves desde que tenía memoria; había crecido unido a ellos en un barrio muy exclusivo de Boston. German y Dante eran muy buenos amigos suyos, pero ni siquiera eso había conseguido que mantuviera el pene en los pantalones cuando se trataba de Paula, aunque había sido un elemento disuasorio. El mayor obstáculo siempre había sido su novio.
Pedro no compartía y, si tuviera a Paula Chaves, no sería capaz de soportar la idea de que pensara en otro hombre mientras él tenía sexo con ella. Además, conocía a Paula lo bastante bien como para saber que no iba a acostarse con él mientras estuviera saliendo con otro.
Pedro había sufrido en silencio, su arraigado deseo por ella controlado a duras penas cada vez que se encontraban.
«Está disponible. Ya no tiene novio».
Sintió que se liberaba el corcho de su deseo por ella, casi literalmente, lo cual dejó su cuerpo ardiendo en deseos de enterrarse en Paula y reivindicarla como un hombre de las cavernas rabioso.
Se le entrecerraron los ojos mientras la observaba atentamente. Ya estaba tardando en actuar.
«Mía».
Con determinación, dejó su bebida sobre la mesa y se abrió camino hacia Paula, decidido y resuelto a reivindicarla antes de perder la cabeza completamente.
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