lunes, 27 de agosto de 2018
CAPITULO 11 (SEXTA HISTORIA)
Deambuló hasta el dormitorio y de inmediato se le puso duro cuando vio a Paula en la cama, su cabello encendido salpicando una almohada blanca como la nieve. Obviamente, su pene era la única parte de su anatomía que no estaba enfadada con Paula en absoluto. Incluso inconsciente en la cama, Paula se veía tan hermosa que quitaba el aliento. Le quitó las sandalias, pero la dejó vestida con unos pantalones cortos y su camiseta ajustada.
«¡Uno sólo puede aguantar la tortura hasta cierto punto!».
No iba a toquetear a Paula mientras estuviera ebria o inconsciente. Quería que estuviera despierta y que fuera consciente de todo lo que ocurría cuando se enterrase en su interior por primera vez. Y haría eso exactamente muy pronto.
«Mía».
Pedro luchó con su sentido del honor y de la moral una vez más, preguntándose si todo hombre tenía un momento en la vida en el que haría cualquier cosa para conseguir algo que quisiera o a alguien a quien quisiera.
Aquello era una primera vez para él. Cierto es que se arriesgaba en los negocios, pero solo después de calcular cuidadosamente los riesgos y los beneficios de actuar de una manera determinada, cuando estaba bastante seguro de que conseguiría el resultado que esperaba. Se había apresurado durante las últimas veinticuatro horas estrictamente desde la emoción y el deseo, sin preocuparse siquiera de sopesar las consecuencias.
«Soy tan patético y estoy tan desesperado por tenerla en mi cama».
¿Qué demonios estaba ocurriéndole? Podría discutir consigo mismo eternamente, racionalizar los motivos por los que había hecho lo que había hecho, pero todo se reducía a puro egoísmo. Deseaba a Paula.
«¿Y qué importa, joder? No es como si fuera a quedármela para siempre. Vamos a tener sexo cada día, a cada hora, hasta que ambos estemos satisfechos y cansados el uno del otro. Cuando sepa que no va a casarse con el perdedor y me la haya sacado del sistema, podemos terminar estas pequeñas vacaciones imprevistas».
Pedro frunció el ceño; por alguna razón, su cuerpo y su mente se revelaban ante ese pensamiento. Una oleada de instintos posesivos recorrido todo su cuerpo cuando la miró, tan inocente y vulnerable mientras dormía.
«Mía».
Ahora que conocía algunos de sus secretos y que era consciente de cómo había mentido a todos para guardárselos, se sentía aún más protector hacia ella, necesitaba mantenerla a salvo, aunque estaba tan enfadado que quería despertarla y agitarla hasta que le contara toda la verdad. Y por qué había mentido.
Se obligó a dejar de mirar a Paula, se quitó los pantalones y la camisa y cerró los postigos de las ventanas para bajar la luz. Ya estaba bien entrada la tarde, pero la habitación seguía muy iluminada.
Se metió en la cama junto a ella y sonrió mientras se preguntaba si también emitía ese delicado ronquido cuando no estaba ebria. En realidad,era un poco… sexy.
Paula gimió y giró sobre su costado. Sus manos se aferraron a él de inmediato y cubrió su cuerpo con el de ella como un misil termodirigido.
—Pedro —susurró en tono bajo y adormilado rebosante de un intenso anhelo.
No estaba despierta, así que Pedro se preguntó cómo sabía que se trataba de él y no de su prometido.
«Está buscándome a mí, en la cama».
El hecho de que lo buscase a él, que tratara de localizarlo de manera subconsciente, lo golpeó de lleno como un puñetazo en el estómago. La envolvió con los brazos en gesto protector.
—Tienes mucho de lo que responder, mujer —susurró con voz ronca. Se le cerraron los ojos y se sintió como si Paula por fin estuviera exactamente donde se suponía que tenía que estar. Tenía el pene duro, pero se contentó con no reaccionar a eso. En ese preciso momento, bastaba con saber que ella estaba allí y que tal vez pudiera liberarse por fin de aquella larga y excitante obsesión por ella.
Sin ganas de pensar en el después y con el cuerpo cálido de Paula cubriendo el suyo a medias, cerró los ojos y durmió.
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