martes, 28 de agosto de 2018

CAPITULO 14 (SEXTA HISTORIA)




Paula apartó la mirada de la de Pedro y se trasladó a la cocina. Dejó caer la licencia matrimonial sobre la encimera y utilizó la superficie de piedra firme para apoyarse. Tenía que resolver aquello, poner distancia entre ella y Pedro.


«¿Cómo demonios pude permitirme convertirme en Paula Alfonso, independientemente de lo mucho que hubiera bebido?».


—¿Por qué ibas a negarlo? —Lo miró a la cara desde el otro lado de la sala —. Es pan comido, algo que ocurrió por error. Tenemos que arreglarlo.


Él avanzó hacia ella con una gracia salvaje que le recordaba a un león acechante de melena dorada. Colocó una mano a cada lado del armario y la atrapó efectivamente con sus brazos fuertes y musculosos.


—Sabes que quiero acostarme contigo, Paula. Creo que lo dejé suficientemente claro la última vez que estuvimos juntos. Pero, sobre todo, no quiero que te cases con un hombre que te hará una desdichada. Podemos tener sexo hasta que ambos estemos satisfechos y entonces, solo entonces, haremos que anulen este matrimonio.


—¿Todo esto, permanecer en un matrimonio que es un chiste, por sexo? — Paula alzó la mirada hacia él, desconcertada y herida por su comportamiento anómalo. No veía nada en sus ojos excepto una resolución calculada, y eso la enfureció tanto que envió una espiral de calor a su sexo. Aquel no era el Pedro que conocía. Era una parte de él totalmente diferente con la que nunca se había familiarizado. «Encantada de conocerte, imbécil. Ahora, ¿dónde has puesto al verdadero Pedro Alfonso?»—. No puedes obligarme a quedarme contigo.


—¿Crees que no puedo? —inquirió impasible—. ¿Y si me limitara a contarle a tus hermanos que has estado mintiéndonos a todos durante mucho tiempo? ¿Cómo crees que se sentirían al respecto?


«Pedro lo sabe», pensó Paula.


—No lo harías. ¡Se sentirían dolidos! —exclamó Paula con desesperación.


Se preguntaba cuánto había descubierto exactamente. Resultaba obvio que había averiguado su carrera, ya que su portafolio era más que revelador.


«¡Joder!».


—Entonces, ¿por qué lo hiciste, Paula? ¿Por qué? ¿Cómo crees que se sentiría tu familia si te hubiera ocurrido algo y ni siquiera supieran a qué te dedicabas? ¿Y si desaparecieras sin dejar rastro en algún desastre natural y nunca llegaran a saber lo que te ocurrió? Los mataría a todos —respondió Pedro. La voz temblaba de ira—. Sé que a mí me habría atormentado durante el resto de mi puñetera vida, seguro.


—No entiendo por qué habría de perturbarte en absoluto. ¿Por qué es esto asunto tuyo? Ya no somos amigos. Tuvimos un… encuentro en las vacaciones, pero eso es todo lo que fue. Me hice mayor hace mucho tiempo. No necesito tu protección —resopló y lo empujó furiosa por el pecho, duro como una roca.


Por lo visto, estaba enfadado, pero ella no valoraba sus intentos de chantajearla.


Sin embargo, no podía permitir que se lo contara a sus hermanos. Los destrozaría que no hubiera compartido su vida real con ellos, pero le resultaba imposible hacerlo. La atarían de manos, la seguirían constantemente si supieran que estaba en peligro, pondrían su seguridad por delante de su enfado con ellos. No podría hacer su trabajo de aquella manera. Por desgracia, también descubrirían que les había mentido, y Paula quería a sus hermanos más que a nada en el mundo. Mentirles había puesto una distancia entre ella y sus hermanos que le partía el corazón. Pero no había visto ninguna otra manera. Después de su infancia asfixiante, necesitaba ser libre para perseguir su propia carrera, tal y como había hecho Dante cuando se convirtió en detective de homicidios. Sin embargo, al ser la más joven y la única chica de la familia, sus hermanos llevaban a cabo la rutina del hermano mayor sobreprotector a la perfección. Todos tenían el dinero necesario para tenerla vigilada constantemente y ella no podría soportarlo nunca.


—Estoy haciéndolo asunto mío, melocotoncito —le dijo en tono gutural.


Las manos de Pedro ascendieron para enmarcarle la cara a medida que su boca descendía sobre la de Paula.


«¿Melocotoncito?». No la había llamado eso desde que era niña, cuando le dijo que los reflejos naranja rojizo de su pelo le recordaban los melocotones maduros. Cuando era más joven no le importaba demasiado y necesitaba un empujón para su ego. Él le dijo que los melocotones maduros eran algo bueno y que su pelo era único. Ahora, el mote de infancia era una mofa que provenía de su boca en lugar del epíteto reconfortante que había sido para ella cuando era niña.


—No me llames eso… —sus palabras fueron interrumpidas cuando la boca de Pedro reivindicó la suya con un beso exigente, furioso, que hizo que capitulara casi de inmediato. Inhaló su perfume masculino, ahora familiar.


Sabía a menta, a café intenso y a puro deseo carnal. Su lengua le atravesó los labios, exigiendo su sumisión.


«No sucumbas. Está siendo un abusón. No sucumbas».


Sus pezones traicioneros se endurecieron contra el pecho de Pedro, su anhelo de pronto era más fuerte que su fuerza de voluntad para resistirse. 


Le lanceó el cabello, que parecía decir «fóllame ahora mismo», lo empuñó y atrajo la boca de Pedro con más fuerza contra la suya. Sus bocas se fundieron y él hizo estragos con cada estocada de su lengua. Él presionaba y ella presionaba a su vez




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