viernes, 31 de agosto de 2018

CAPITULO 25 (SEXTA HISTORIA)




Paula se despertó temprano a la mañana siguiente. Sus extremidades seguían entrelazadas con las de Pedro, cuyos brazos la abrazaban como si la protegiera.


Salió de la cama sin hacer ruido y se vistió con unos pantalones cortos y una camiseta de manga corta verde pino. Después de cepillarse el pelo revuelto que no se había cepillado la noche anterior, buscó en su neceser de maquillaje hasta que encontró una pinza para confinar los mechones obstinados. Tomó sus zapatillas, su fiel Nikon y la funda y después salió de la habitación a hurtadillas justo cuando el sol empezaba a ascender.


Pedro permaneció plácidamente dormido —¡gracias a Dios!—, así que no tuvo que mantener una confrontación matutina. La pasada noche había sido humillante y no estaba segura de cómo explicarse. Pensaba que habían terminado las reacciones extremas, que por fin había acabado el terror que la carcomía viva desde el suceso que ocurrió hacía más de tres años.


«No he intentado tener relaciones sexuales excepto aquella noche con Pedro».


No lo había hecho y tal vez no debería estar experimentándolo ahora. Pedro podía hacer que su cuerpo volara… pero solo hasta cierto punto. Después de finalmente encontrar un poco de paz, no estaba segura de tener que hacer nada por revivir la experiencia que había destrozado su vida.


Se puso las zapatillas —sin calcetines porque no iba a volver al dormitorio a buscar un par— y fue a la cocina.


«¿Preparo un café o no?», pensó.


Era una inútil sin cafeína, pero no quería detenerse, así que sacó una lata de refresco azucarado cargado de cafeína de la nevera y, con una sonrisa, tomó una barra de dulce de la encimera.


«Sigue siendo un adicto al chocolate».


Rara vez había visto a Pedro sin algo recubierto de chocolate en la mano cuando era más joven y resultaba evidente que sus hábitos no habían cambiado.


Por alguna razón, aquello le parecía reconfortante. Sonrió mientras se preguntaba si se percataría de que había tomado una de sus barritas de Snickers. Siempre había compartido con ella cuando era más joven, pero era bastante posesivo con su chocolate.


La puerta se abrió sin hacer ruido, de modo que salió fuera y cerró suavemente tras de sí. Con la cámara fuera de la funda, se la colgó del cuello con la correa y rápidamente ajustó la lente para tenerla preparada en caso de cruzarse con cualquier tipo de fauna. Cuando echo un vistazo a la zona, decidió seguir lo que parecía camino bien trillado por el bosque y abrió el refresco y la barra de chocolate mientras caminaba. Tenía la correa de la funda de la cámara colgada modo de bandolera para que no la estorbase y no dejó de caminar para que las piernas no pudieran quedársele frías. Había refrescado considerablemente durante la noche, como siempre ocurría a gran altura, pero empezaría a hacer más calor en cuanto el sol ascendiera más y brillase con más fuerza.


No tardó en terminar la barra de chocolate y bebió el refresco a tragos. Se espabiló en cuanto sintió que el azúcar y la cafeína empezaban a hacer efecto.


Paula se detuvo ocasionalmente para sacar fotos de las montañas. El estrecho camino se abrió paso a un campo de hierba. Se quedó helada al ver el arroyo que corría por el centro; el alce americano más grande que había visto en su vida pastaba perezosamente junto al agua. Moviéndose despacio, se mantuvo atenta a cualquier señal de agresión mientras tomaba fotografías del animal majestuoso de pelaje pardo canoso y las astas más grandes que había visto nunca. Sabía que el alce la había divisado, pero el gran mamífero la ignoró. Su único depredador natural era el lobo, así que el alce no parecía demasiado preocupado por ella, aunque Paula mantuvo las distancias y tomó
una fotografía tras otra de la increíble criatura mientras ajustaba la lente y la cámara para sacar distintos ángulos.



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