domingo, 26 de agosto de 2018
CAPITULO 7 (SEXTA HISTORIA)
«Se fue sin más. Ni una nota ni un adiós. Se fue como si nunca hubiera estado allí».
Pedro se sentó en un cómodo asiento de cuero en su avión privado y sacó el ordenador portátil, cabreado y enfadado porque se había despertado aquella mañana y Paula ya se había ido. No había oído una palabra de ninguno de sus hermanos, que se habrían puesto furiosos si hubieran visto su coche de alquiler en casa de Paula. Obviamente, ella no había permitido que lo vieran; probablemente anduvo hasta el final de su entrada de coches cuando la recogieron aquella mañana con el único fin de evitarlo.
El avión de Enzo ya había partido unas pocas horas antes de que Pedro despertara a mediodía. Él supo que Paula se había ido en el momento en que vio la hora y el espacio vacío a su lado. Enzo había mencionado que se iría hacia las diez y Pedro sabía que Paula iría en ese avión.
«¡Joder! Por lo menos podría haber dicho adiós».
Pedro sostuvo la llave que había encontrado sobre la mesa de la cocina entre el dedo pulgar y el índice, mirándola fijamente antes de dejarla caer en el bolsillo de su camisa abotonada. Si Paula había dejado la llave de su casa allí para él intencionadamente o no, no lo sabía. Pero la utilizó para cerrar la puerta antes de irse e iba a quedársela.
Le daría tiempo, pero él y Paula no habían terminado. Él no lo permitiría.
Ella podía correr… por ahora.
«No estoy preparada».
Sus palabras hicieron eco en su cabeza, una y otra vez. No había importado que no se acostase con ella. Simplemente la sensación de sus labios sobre su piel desnuda y su preciosa boca sobre su pene habían bastado para revolucionar su mundo. El simple hecho de estar con Paula había mitigado su soledad temporalmente, había curado la intranquilidad que lo acosaba desde hacía tanto tiempo. La pasada noche había sido una revelación para él.
Al recordar todas las relaciones sin sentido que había tenido durante los últimos ocho años, desde el momento en que volvió a verla en su graduación del instituto, ahora sabía una cosa con certeza: «Siempre he estado aguardando mi
momento, esperando a Paula».
Su enfado se esfumó, sustituido por preocupación al pensar en la noche anterior, en la mirada destrozada en el rostro de ella cuando le dijo que no estaba preparada. Habría jurado que vio un destello de preocupación, un momento de miedo en sus ojos. ¿Había imaginado cosas o realmente tenía miedo? Lo más probable era que estuviera imaginándoselo.
Paula había tenido novios antes, el más reciente durante varios años, un holgazán que no tenía trabajo y que evidentemente era un cabrón egoísta, a juzgar por la falta de experiencia sexual de Paula.
«Sólo se acostaba con ella y vivía a su costa».
Aquel pensamiento volvió loco a Pedro. Paula tenía un corazón enorme y no le gustaba la idea de que nadie se aprovechara de ella.
Sus dedos volaron sobre el teclado del ordenador portátil y accedió a su correo personal. Buscando, por fin encontró el correo electrónico que German les había enviado a todos cuando se prometió. Encontró su nombre en el grupo y empezó a escribir un mensaje con su dirección:
Necesito saber que llegaste a casa a salvo y que estás bien. Si no tengo noticias de ti, te encontraré.
P.
Apretó el botón «enviar» con más fuerza de la necesaria.
Su respuesta llegó aquella tarde, cuando Pedro estaba en casa, en su ático de Nueva York.
Reclinándose en la silla de escritorio de su despacho en casa, cerró los ojos. «Maldita sea».
Quería más información. Sí, quería saber que estaba a salvo, pero quería que dijera más, que le contara más, que le hiciera saber cómo se sentía.
«¡Mierda!». Empezaba a sonar como una mujer, deseoso de sonsacarle sus emociones hasta que hablara. Normalmente, evitaba las confrontaciones emocionales a toda costa. Era hijo único, así que no tenía hermanas que intentaran estrangularlo con mierdas emocionales. Y si una mujer empezaba siquiera a mostrar apego emocional, ponía fin a la relación. La mayor parte de las veces, no tenía que preocuparse por ello. Era cuidadoso, se atenía a mujeres que solo querían o necesitaban sexo sin ataduras y eso le había funcionado bien la mayor parte del tiempo.
«Estoy perdiendo la cabeza».
Paula Chaves vendría con toda clase de ataduras y ella ya había atado algunas para asegurarlas a él. Por extraño que pareciera, no le importaba una mierda. El sexo informal iba a ser cosa del pasado. Lo había arruinado. Y si tenía que esperar… esperaría. Demonios, ya había esperado ocho años a que creciera. Ahora desearía no haber esperado tanto tiempo.
«Es mía. Siempre ha sido mía».
Tarde o temprano, atraparía a Paula Chaves y se quedaría con ella hasta que ambos hubieran tenido bastante sexo como para sacarse del sistema el uno del otro. Era la única manera que se le ocurría de recobrar la cordura.
«Tal vez entonces sea capaz de concentrarme. Tal vez la inquietud y la soledad desaparezcan si me acuesto con Paula tantas veces como ambos queramos».
Borró su correo electrónico y sacó sus documentos de trabajo, con esperanza ferviente de no tener que esperar demasiado tiempo
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