viernes, 14 de septiembre de 2018

CAPITULO 16 (SEPTIMA HISTORIA)




Había oído rumores ocasionales sobre un equipo de élite de operaciones especiales que casi nadie conocía, ni siquiera el escalafón superior del FBI. Pero había rechazado los continuos rumores. Su expediente militar tenía sentido para ella. Era lo único que tenía sentido. 


Si hubiera seguido como SEAL de la Armada, aparecería reflejado en su expediente. Los sellos no estaban escondidos del FBI. Ningún agente de las Fuerzas Especiales conocidos se le ocultaba al


FBI. La única respuesta era un equipo de alto secreto, un equipo tan selecto que nadie lo conocía, excepto el peldaño más alto de la cadena alimenticia del gobierno. Nunca había visto un expediente militar como el de Pedro, pero ahora tenía mucho sentido.


Levantó la ceja cuando él no contestó, y él se limitó a encogerse de hombros.


—Prefiero oír hablar de ti, agente especial Chaves. Como por ejemplo, ¿qué demonios haces aquí? Y no intentes contarme mierdas de que estás de vacaciones. No colará. El único cabo que no he podido atar es por qué estás aquí cuando eres agente antiterrorista. ¿Hay algún terrorista oculto aquí, en Rocky Springs?


—Es posible —dijo ella.


—¿Quién?


—No puedo darte esa información, Alfonso. De todas las personas, tú debes entender lo que es guardar secretos.


Pedro avanzó y sujetó su cuerpo contra el armario de la cocina.


—No de mí. Yo crecí aquí. Yo vivo aquí. Y estoy seguro de que tengo una habilitación de seguridad más alta que tú. No tienes razón para no decírmelo. Este es mi territorio. Mi hermano es un puñetero senador. ¿Y si él es un objetivo? —gruñó. La ferocidad en sus ojos la fulminó aterradoramente.


—No lo es —le dijo bruscamente. Podía compartir eso. Lo último que quería era que pensara que su hermano Benjamin estaba en peligro—. Y si estás fuera del ejército, ya no tienes autorización.


Pedro la miró y habló como si escogiera sus palabras con cuidado.


—Todavía la tengo. Digamos únicamente que ahora soy una especie de consultor.


—¿De quién? —No había una puñetera cosa en la comprobación de sus antecedentes que lo indicara, pero tampoco había un expediente como el suyo.


Por alguna razón, la mayor parte de la información sobre Pedro Alfonso estaba
oculta, enterrada bajo mentiras superficiales.


Él se encogió de hombros.


—¿Sigues siendo militar? ¿Qué clase de accidente tuviste?


Él la miró fijamente con gesto de inocencia.


—Me rompí la pierna en un accidente de esquí.


Paula puso los ojos en blanco.


—Sí, seguro. El accidente está en tu expediente, Alfonso. Ocurrió mientras estabas en servicio activo. Dejaste el ejército por eso. Pero no dice lo que ocurrió.


—Nadie en mi familia lo sabe. Les dije que todo ocurrió mientras estaba esquiando en Vail. Por lo que respecta a mi familia, no está relacionado con el trabajo. Salí de Colorado en cuanto tuve la última cirugía sólo para alejarme. Encontré una casa en Florida, pasando el rato con un amigo allí para no tener que seguir mintiendo a mi familia. No volví hasta que me curé completamente.


—No se lo diré a nadie.


—Fue el resultado de un accidente de helicóptero. Yo era el piloto. De no haberlo pilotado yo, estaría muerto. Todos salimos con vida, pero yo tuve que someterme a cirugía correctiva, clavos para reconstruirme la pierna —dijo lentamente, con cautela.


—Nadie se daría cuenta. No cojeas.


Pedro negó con la cabeza.


—Yo lo sabía. Me hizo más lento. Ser más lento significa morir y, posiblemente, provocar que otros miembros de un equipo también resulten heridos o mueran.


«Joder. Si Pedro Alfonso es lento ahora, antes de su accidente habría hecho que me diera vueltas la cabeza».


—Así que renunciaste a tu puesto en las Fuerzas Especiales.


—Tuve que hacerlo. Sabía que no estaba en perfecta condición física. —Su voz sonaba afligida por admitir que no era perfecto.


—¿Te dolió eso? ¿Reconocer que eres humano? —le preguntó en voz baja.


Las Fuerzas Especiales eran arrogantes por una razón. Si no tuvieran fe absoluta en su capacidad para hacer cualquier cosa, para cumplir cualquier misión, podrían morir si dudaban de sus capacidades. Obviamente, Pedro fue capaz de evaluar la situación y renunciar. Paula admiraba esa capacidad y no estaba mofándose de él.


—Claro que dolió —gruñó—. Pero no quiero que nadie muera porque yo no podía admitir que no era el mismo de antes del... accidente.


Paula sospechaba que el helicóptero no se había estrellado sin más.


Probablemente había sido derribado. Pero no se molestó en preguntar porque obviamente él no iba a compartir la experiencia. Si estaba involucrado en algún tipo de equipo de alto secreto de operaciones negras, no iba a hablar de ello con una completa extraña, aunque fuera del FBI.


«No somos extraños exactamente. Intimamos. Bueno... tal vez no intimamos... quizás yo sólo fuera un rollo para él».


Pedro la había tratado como si fuera especial y, aunque lo intentara, no podía sacarse de la cabeza la noche anterior. La había secado como una mujer atesorada al salir de la ducha, le cepilló el pelo, la tomó en brazos y la llevó a la cama. Ella se durmió casi en cuanto apoyó la cabeza en la almohada, con el cuerpo de Pedro abrigándola protectoramente.


—Siento no habértelo dicho —farfulló ella al ver un rápido destello de vulnerabilidad en sus ojos.


—No tuve problemas para averiguarlo. Y no me enfadé. Eres agente. Eso no es algo que vas por ahí contándoselo a todo el mundo. Sé lo que es necesitar ocultar ciertas partes de tu vida. —Hizo una pausa durante un momento y le mesó el pelo con los dedos. Inclinó su cabeza hacia arriba y examinó su rostro antes de añadir—: Es solitario.


Ella asintió lentamente, sin dejar de mirarlo.


—Puede serlo. No tengo muchos amigos de verdad porque vivo para mi trabajo. Estoy trabajando prácticamente las veinticuatro horas del día, siete días a la semana. No deja mucho tiempo para socializar.


—¿Y el imbécil que te engañó?


—Pasó hace dos años. Él también era un agente, en otro departamento, gracias a Dios. No tengo que verlo todos los días. Era conveniente. Ambos trabajábamos muchas horas, quedábamos cuando podíamos. Pero yo pensaba que éramos monógamos. Él, no. Me dolió, pero no me rompió. —Ella intentó apartar la mirada, pero él volvió a inclinarle la cabeza para mantener el contacto visual.


—¿Con quién has estado desde entonces? —Su tono de voz era inquisitivo.


—Con nadie hasta ti —admitió ella—. Sé que no usamos condón anoche. Fue muy negligente por nuestra parte. Pero yo estoy limpia y sigo tomando la píldora…


—Sé que estás limpia. Vi tu último reconocimiento médico. También sabía
que estabas tomando la píldora. Estaba en tu historial médico.


—Miraste mi puñetero historial médico —dijo enojada. «En serio, ¿a qué más tiene acceso?».


—Tú viste el mío —le recordó él descaradamente—. Lo justo es lo justo. Y si no viste un reconocimiento médico, estoy completamente libre de enfermedades. Nunca tengo sexo sin condón. Y no he estado con nadie desde mi accidente.


Paula ahogó una exclamación en voz baja.


—¿Por qué? —Habría pensado que Pedro Alfonso tenía a un montón de mujeres esperando en fila para meterse en su cama.


—Porque no había nadie con quien quisiera estar, Paula. Mi pierna no es una vista muy bonita, y simplemente no sentía deseo —respondió con franqueza—. Y antes de eso, yo también vivía para mi trabajo.


—¿Qué cambió? —Paula contuvo la respiración. Sus ojos se clavaban en los de ella, ahumados y posesivos mientras la miraban fijamente.


—Te vi a ti. —Le apartó de la mejilla un mechón errante—. Desde entonces tengo el pene duro —dijo con tristeza.


Paula rió por la nariz.


—No es gracioso —gruñó Pedro, molesto.


—No soy precisamente una mujer fatal. —La sola idea le daba ganas de volver a reír—. Como igual que un cerdo. Odio llevar tacones y rara vez me molesto en maquillarme a menos que me vea obligada a hacerlo. No me molesto en arreglarme el pelo y como más cómoda estoy es con unos pantalones o un traje de pantalón y zapatos para trabajar planos, feos y cómodos. Trabajo en un campo dominado por los hombres, así que tengo que ser dura. La mayor parte del tiempo prefiero patearle el trasero a un tipo que joder con él. ¿Cómo puede ser eso mínimamente sexy? —Lo empujó por el pecho y se alejó de él para dejar una distancia segura entre ellos.


Él apoyó una cadera envuelta en denim contra la encimera de la cocina y le sonrió.


—Hay algo realmente erótico en una mujer con un arma que quiere atacarme.


—Estás desquiciado. —Se tapó la boca para reprimir una carcajada.


«¡Joder!». Estaba tan bueno que quería comérselo. Era innegable que se sentían
atraídos el uno por el otro. Casi saltaban chispas cuando el deseo y la química fluían entre ellos dos, haciendo que a Paula le resultara muy duro tener las manos quietas.


Una de las cosas más atractivas de Pedro, y desgraciadamente había demasiadas, era que la aceptaba exactamente como era. La encontraba deseable aunque rara vez liberase su lado femenino. No solo se sentía atraído por ella, sino que también parecía que ella le gustaba.



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