domingo, 2 de septiembre de 2018

CAPITULO 31 (SEXTA HISTORIA)




Pedro estaba en el infierno y se sentía casi como el mismo diablo.


«¡Cobarde!».


La conciencia lo corroía después de lo que Paula le había revelado, lo machacaba para que le contara a Paula que había maquinado toda aquella farsa a sangre fría para hacer que se casara con él. Pero ¿cómo podía hacerlo ahora, cuando necesitaba desesperadamente que confiara en él?


¡Dios! Le había mentido, la había manipulado, la había acusado de cosas horribles de las que no era culpable en absoluto. La habían violado.
Repetidamente. La habían golpeado. 


Aterrorizado. Lo único que quería hacer él era arreglarlo todo, borrarlo todo. Pero no podía y se odiaba por ello.


«¡Cabrón! ¡Imbécil! ¡Idiota egoísta!


Paula había sufrido horrores que él ni siquiera podía imaginar y, sin embargo, a él ni siquiera se le había ocurrido pensar que tal vez algo anduviera gravemente mal con ella. Había estado demasiado preocupado por sí mismo, por cómo podía acostarse con ella para aliviar sus propias necesidades. ¿Había pensado en las necesidades de Paula? No… no lo había hecho y deberían darle un tiro por ser un hijo de puta tan egocéntrico.


Ella había sido lo bastante valiente como para divulgar sus propios secretos que le habían cambiado la vida, y estos le habían puesto el estómago del revés Pedro. No podía pensar en su terrible experiencia, en lo mucho que había sufrido ni en lo cerca que había estado de morir sin perder la cabeza por completo. Solo de pensar en ella atrapada en el maletero de un coche, llevada Dios sabe dónde en un país extranjero y violada una y otra vez hizo que el cuerpo entero le temblara de furia. Sus instintos protectores estaban al máximo y no quería volver a perderla de vista nunca más.


Pedro estaba bastante seguro de que si la mayoría de la gente hubiera pasado por el mismo calvario que había sufrido Paula, nunca volvería a plantar un pie fuera del país. Sin embargo, ella había vuelto, decidida a no permitir que aquella experiencia se hiciera con el control de su vida. Dios.


Para eso hacían falta agallas. Tal vez Gustavo tenía razón cuando dijo que Paula tenía huevos.


Obviamente, Gustavo había reconocido a Paula, pero no había dicho que la conocía. Aquello enojó a Pedro le dio una lección de humildad al mismo tiempo. Colter había guardado los secretos de Paula, pero Pedro desearía que
el cabrón arrogante hubiera dicho algo, que le hubiera hecho una advertencia de todo lo que había sufrido Paula. Pedro sabía que había sido un completo imbécil con su amigo sólo por un abrazo —y con Paula, por la boda falsa—, y en ese momento no se gustaba mucho. Colter le había salvado la vida a Paula; por eso, Pedro quería abrazar al arrogante de Gustavo él mismo, darle las gracias por protegerla cuando él mismo había fracasado a la hora de hacerlo.


«Nunca ha estado con ningún hombre excepto por la fuerza».


¡Dios! Quería ser el hombre que le enseñara que el sexo no era malo. El único hombre. La mera idea de alguien más la tocara hizo que estrechara su abrazo hasta que ella chilló.


—Lo siento. —La besó en la cabeza—. Me siento un poco protector.


«¡Me siento un poco loco! Vale… es posible que más que un poco».


—No necesito tu protección, Pedro. Necesito acostarme contigo y que me ayudes a que me guste —le dijo con voz seductora, trémula.


Pedro casi rugió. Para él, ambas cosas iban de la mano. Quería reivindicarla, marcarla como suya teniendo sexo con ella hasta hacerle perder la cabeza, hacerla suya para protegerla. No quería que recordara nada sexualmente antes que a él. Pero a él mismo casi le aterrorizaba el acto ahora.


¿Y si le hacía daño? Aun así, si eso era lo que quería Paula, y él le daría cualquier puñetera cosa que quisiera.


—Hablando de protección, me has dicho que estás sana, pero no me has preguntado si yo lo estoy —mencionó bruscamente.


—Confío en ti —susurró ella suavemente—. Si no lo estuvieras, me lo habrías dicho.


¡Zas!


Su conciencia le dio una bofetada. ¡Fuerte! Ella confiaba en él y, sin embargo, en realidad él no era merecedor de su confianza.


«No puedo contárselo ahora mismo. Todavía no. Tiene que ser capaz de confiar en mí. A partir de este momento, nunca haré nada para traicionar esa confianza. Algún día tendré que contárselo, pero primero voy a intentar darle lo que quiere.


—Soy prudente. Nunca he tenido sexo sin mi propia protección. No soy precisamente confiado —reconoció sinceramente.


Bajo de su regazo contoneándose y se sentó junto a él. Su mirada de ojos verdes examinaba el rostro de Pedro con curiosidad.


—¿Con cuántas mujeres has estado?


Pedro tragó un nudo en la garganta y se atragantó al responder.


—Bastantes.


Paula se cruzó de brazos.


—¿Cuántas?


Sinceramente, Pedro se avergonzaba de admitir que no podía contarlas.


—No lo sé. No me acuerdo. —Ya sabía que, antes de Paula, ninguna de ellas importaba realmente. Todas habían sido un bálsamo para una herida, un arreglo temporal, ya que todas querían lo mismo que él: sexo sin ataduras.


—No has tenido novia. ¿Nunca? —preguntó con el ceño ligeramente fruncido.


—Una vez. Cuando estaba en la universidad.


—¿Qué pasó?


—Me dejó cuando averiguó que yo no era tan rico como ella pensaba.


—¿¡Qué!? —gritó Paula.


Pedro se encogió de hombros.


—En serio. Me dejó ella. Empecé a hablar de los problemas que estaba teniendo con la empresa de mi padre cuando nos graduamos y me dejó por un hombre más rico. Supongo que estar conmigo era demasiado arriesgado —le contó a Paula con una sonrisa triste.


Cierto es que le había dolido en aquel momento, pero Pedro lo superó bastante rápido. Estaba demasiado ocupado intentando salvar la compañía como para preocuparse por la relación. Tal vez aquello lo había convertido en alguien cauteloso y mucho más informal acerca de las relaciones, pero no le había roto el corazón.


—Nadie rompería con Pedro Alfonso —bufó Paulacon incredulidad—. Debía de estar loca.


—¿De verdad soy semejante premio, Paula? Estás planeando divorciarte de mí. —En secreto, se deleitó con la indignación de Paula porque una mujer lo hubiera dejado años atrás.


—Podemos anular el matrimonio. No estábamos en nuestros cabales precisamente. Y esto es diferente. Tenemos un acuerdo —respondió dubitativa —. Ella era tu novia de verdad. No tenía excusa para hacerte daño.




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