lunes, 3 de septiembre de 2018

CAPITULO 34 (SEXTA HISTORIA)





Sus cabezas descansaban sobre la misma almohada y sus ojos se enredaron mientras se miraban fijamente el uno al otro. Paula suspiró; su mano libre le acarició un fuerte hombro hasta llegar a descansar perezosamente sobre su cadera. Tal vez Pedro se sintiera así en ese preciso instante, pero tarde o temprano se saciaría de ella y, a cambio, ella sería libre por fin de todos los fantasmas de su pasado.


—Te agotarás tarde o temprano —bromeó ella.


Un sonido grave y vibrante arrancó desde su garganta.


—No cuentes con ello, cariño.


La amenaza sensual y la mirada ardiente en sus ojos hizo que el corazón le diera saltitos. El gesto de Pedro era intenso, casi salvaje, cuando clavó su mirada sobre ella.


—Es posible que tarde un tiempo en acostumbrarme —coincidió ella. Su cuerpo ya se avivaba por tenerlo de nuevo en su interior—. Probablemente tengo mucho que aprender.


—Muchísimo —admitió él—. Podría llevar mucho tiempo —dijo con voz grave como si le pidiera «fóllame otra vez». Una sonrisa pícara y sensual se formó en sus labios.


—Tenemos dos semanas —le recordó ella.


Pedro se mantuvo en silencio mientras su mirada líquida buscaba en el rostro de ella.


—No lo suficiente.


—Ese es el trato —le recordó ella alegremente. Sus dedos le acariciaron los músculos duros de la cadera y hasta el torso inconscientemente y con codicia.


—No me presiones, mujer. —Le dio una firme palmada en el trasero—. Si lo haces, hoy no verás la luz del sol —le advirtió en tono peligroso.


Paula quería decirle que no le importaría, pero interrumpió sus pensamientos pecaminosos.


—Acabarías tan dolorida que no podrías moverte —le advirtió él con tristeza.


Probablemente tenía razón, pero Paula no quería admitirlo.


—Necesito darme una ducha. —Se volvió hacia él después de incorporarse —. ¿Planeas quedarte en la cama todo el día?


—No si tú no estás aquí —respondió gruñón—. No sería tan divertido. Preferiría seguirte a la ducha.


—Pensaba que habías dicho que teníamos que ir despacio —respondió ella descaradamente al levantarse y lanzarle una mirada traviesa por encima del hombro.


—Aun así puedo mirar —respondió Pedro con aspereza. Sus ojos recorrieron su figura de arriba abajo con un deseo desnudo evidente.


«Dios, hace que me sienta como una diosa».


No recordaba haberse sentido tan deseable nunca, y sus caderas se contonearon un poco más cuando entró a paso lento en el cuarto de baño.


Con un gruñido grave, Pedro la siguió de cerca.




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