martes, 4 de septiembre de 2018
CAPITULO 37 (SEXTA HISTORIA)
Paula se rindió completamente y gimió desesperada en su boca cuando Pedro le agarró el trasero, intentando dar forma a sus cuerpos unidos para imitar las acciones de sus lenguas, que se buscaban necesitadas. Quería la dominación del Pedro, ansiaba que le mostrara que la deseaba más allá de la razón. El miedo no era un problema. El deseo reinaba soberano y a Paula tenía unas ganas locas de experimentar la total pérdida de control de Pedro, de permitirle enseñarle todo lo que se había perdido durante tanto tiempo. Paula se sentía atrevida y Pedro la había ayudado a recuperar su poder. Ahora, lo único que deseaba era… a él.
Se apartó de él, jadeando.
—Fóllame, Pedro. Te necesito.
Él dejó escapar un gemido ahogado y se puso en pie con las piernas de Paula todavía rodeando su cuerpo fuerte y sus manos apretándole el trasero.
—Bien sabe Dios que lo deseo, nena. Sólo tengo miedo de hacer algo mal. ¿Y si te duele porque estamos haciéndolo otra vez demasiado pronto?
A ella se le derritió el corazón cuando su voz ronca, tan grave y llena de pasión, también tembló de preocupación… por ella.
—No dolerá —le aseguró ella. Paula sabía instintivamente que tenía razón.
Sabía exactamente con quién estaba y por qué estaba con él.
—No tengo el control que necesito para estar contigo —protestó Pedro mientras los conducía a ambos al dormitorio—. Pero haré que te vengas — gruñó. Los pies de Paula aterrizaron en el suelo cuando él se detuvo en el dormitorio—. Desnúdate –exigió con voz áspera de deseo contenido.
Paula no iba a aceptar. Necesitaba a Pedro dentro.
—Hazlo tú —replicó dando un paso atrás con las manos a los costados—. Cuando hicimos nuestro trato, te dije que haría lo que quisieras. Oblígame a hacerlo —lo retó sin parpadear mientras observaba cómo se le dilataban las fosas nasales y se le crispaba el músculo de la mandíbula.
—¿Por qué?
—Porque quiero que lo hagas —respondió en tono seductor, fascinada al verlo luchar consigo mismo. Necesitaban superar el miedo de Pedro a hacerle daño. La necesidad de Paula de sentirlo puro e indómito la golpeaba
repetidamente; su deseo de rendirse era un potente afrodisiaco—. Sé con quién estoy. Ahora, hazlo, Pedro —lo engatusó, utilizando su nombre deliberadamente.
Los ojos de Pedro destellaban calor líquido y alzó las manos hasta los pequeños botones de su camisa de manga corta de algodón.
—Necesito tocarte, Paula. —Sus dedos luchaban con el primer botón hasta que finalmente agarró ambos lados del material y la abrió de un tirón. Los botones se esparcieron por todas partes. Sin molestarse con el broche del sujetador, hizo lo mismo para liberar sus pechos cuando el material de encaje cedió ante su fuerte agarre.
El sexo de Paula se inundó de deseo cuando vio sus ojos hambrientos vagando por sus pechos expuestos. Estiró el brazo y le agarró la camiseta, intentando empujarla hacia arriba para quitársela del cuerpo. Él levantó los brazos, dejó que tirase de la camiseta y la arrojó al suelo antes de deshacerse de su sujetador y de su camisa deshilachada tirando de las mangas y dejando que cayeran sobre la lujosa alfombra sin hacer ruido.
Ahora de rodillas, Pedro dejó que sus manos recorrieran la parte superior del cuerpo de Paula, que ahuecaran sus pechos y que jugaran con sus pezones sensibles con los pulgares. Ella apoyó las manos sobre sus hombros, cerró los ojos y gimió al sentir su boca cálida al dejar besos húmedos sobre su vientre, al sentir las caricias de sus dedos sobre los pezones. Él sensibilizaba cada centímetro de piel que tocaba y su cuerpo temblaba, ansioso y hambriento.
—Por favor —suplicó ella con todos los nervios electrizados.
Otra espiral de deseo se irguió entre sus muslos cuando volvió a pellizcarle los pezones.
Descendió con las manos por su vientre y le desabrochó el botón de los pantalones. Bajó la cremallera y agarró los pantalones y su ropa interior; sus fuertes bíceps se flexionaron al tirar de ellos por sus muslos.
—Quítatelos —ordenó Pedro con voz gutural.
Utilizando sus hombros para sujetarse, Paula se quitó los pantalones y las braguitas y permaneció de pie frente a él, completamente desnuda. Su cuerpo y su mente estaban totalmente concentrados en Pedro; no se sentía cohibida.
Obviamente, le gustaban sus anchas caderas y su trasero.
Su cuerpo descendió aún más, su trasero casi en la alfombra. Sopló con aliento cálido sobre su sexo e hizo que Paula sintiera escalofríos a la
expectativa.
—Sí —gimió—. Por favor. —Necesitaba que su boca caliente y hambrienta la devorase.
Recorriendo con las manos la parte externa de sus muslos hacia abajo, volvió a ascender con ellas hasta la piel sensible del interior de sus piernas y le rozó el sexo.
—Eres tan preciosa —afirmó, cautivado mientras acariciaba el vello recortado de su sexo—. Este es tan encendido como tu cabello. —Su dedo pulgar separó los pliegues de Paula y se deslizó a través del calor resbaladizo para rodear su clítoris.
Paula jadeó. El aliento cálido de Pedro soplaba sobre su sexo; su dedo juguetón sobre el palpitante haz de nervios estaba a punto de hacer que ardiera en llamas.
—Pedro—suplicó.
—Eso es, cariño. Di mi nombre. Recuerda quién va a hacer que te vengas. Agárrate a mí. —De pronto, Pedro levantó una de las piernas de Paula por encima de su hombro y después le agarró el trasero para atraer su sexo contra su rostro y la devoró como si su vida dependiera de ella para su sustento.
«¡Jesusito de mi vida!».
Las uñas cortas de Paula se clavaron en sus
hombros cuando Pedro se sumergió en su sexo y utilizó toda la boca para arrasarla. Su lengua le bañaba la piel, la lamía desde la vagina hasta el clítoris, una y otra vez, marcándola como suya mientras un grito ahogado salía de sus labios, el calor de su boca sobre ella abrumador.
—¡Oh, Dios! Pedro. ¡Sí! —Al mirar abajo, se sintió arder cuando vio su cabeza dorada entre los muslos, perdido en el acto carnal de darle placer. Una mano se clavó en su bonito pelo desaliñado y Paula se agarró, instándolo a que
lo hiciera más fuerte, más profundo. Cuando su lengua se centró en su clítoris, cada movimiento rápido sobre el manojo sensible hacía que su cuerpo se sacudiera—. Lléname, Pedro. Por favor—. Ahora necesitaba el acto que Pedro
había llevado a cabo en la ducha y que le había hecho revivir una experiencia horrorosa. No cabía duda de que iba a tener un orgasmo; su cuerpo ya palpitaba—. Ahora —suplicó desesperadamente cuando sintió sus dudas—. Te necesito. —Quería que Pedro la consumiera por completo.
Él deslizó dos dedos en su interior, los curvó contra un punto G que ni siquiera se había dado cuenta de que tenía y lo acarició una y otra vez.
Paula implosionó. Su vagina se contraía alrededor de los dedos de Pedro mientras ella echaba la cabeza hacia atrás y dejaba que su intenso clímax se apoderase de ella; su cuerpo se estremecía mientras gritaba su nombre.
—¡Pedro!
Él se puso en pie y la sujetó antes de que se cayera. Sus dedos siguieron dándole cada ápice de placer que él pudiera sacarle a Paula. La cabeza de esta cayó hacia delante y aterrizó en su pecho. Con bocanadas erráticas y pesadas, su corazón galopaba mientras ella se sujetaba a Pedro para apoyarse.
Él movió la mano de entre sus muslos y le rodeó la cintura con ella, sosteniéndola, mientras su otra mano le acariciaba la espalda de arriba abajo.
Mientras recuperaba el equilibrio, Pedro la tomó en brazos y la acarreó la corta distancia que los separaba de la cama para recostarla encima de la sedosa colcha. Ella observó cómo se arrancaba los pantalones y los calzoncillos a toda prisa, dejándolo sin más vestimenta que su piel dorada; su desnudez quitaba el aliento.
A Paula se le cortó la respiración al verlo gatear por la cama, acechándola.
—Una vez no fue suficiente —le dijo con voz áspera—. No hay nada mejor que oírte gritar mi nombre mientras te hago llegar al orgasmo.
Dios, era magnífico, tan salvaje y silvestre como Paula quería que fuera.
—Entonces, fóllame —le dijo ella con voz trémula. Necesitaba todo lo que era Pedro, lo quería exactamente como estaba ahora.
Él se situó entre sus muslos y cubrió la parte inferior de su cuerpo, la boca contra uno de sus pechos.
—Mira hacia arriba. Recuerda con quién estás ahora mismo exactamente, nena.
Paula obedeció; sus ojos pasaron desde la parte superior de su cabeza rubia al dosel de la cama. Se sorprendió al ver su propia imagen a punto de ser arrasada por Pedro
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