martes, 4 de septiembre de 2018

CAPITULO 36 (SEXTA HISTORIA)





Más tarde aquella noche, Paula observó a Pedro desde la cocina —comérselo con los ojos se había convertido rápidamente en su actividad favorita— mientras trabajaba desde su ordenador portátil en uno de los sillones reclinables del salón. Parecía inmerso en sus pensamientos, los ojos entrecerrados mientras estudiaba algo que probablemente eran datos. Paula había cocinado la cena y lo exhortó a que saliera de la cocina a terminar lo que estuviera haciendo en cuanto acabaran de comer. Él le dijo que estaba en medio de un proyecto y ella se opuso cuando él se mostró dispuesto a ir de compras con ella un poco antes aquel día. Le dijo que terminara lo que tuviera que hacer mientras ella iba a la ciudad. Le lanzó una mirada que decía que no quería que fuera a ninguna parte sin ella y Paula le recordó que solo iba de compras. No era como si fuera a cazar una tormenta. De hecho, Pedro la recibió en la puerta con una mirada de alivio cuando volvió y le propinó un beso ardiente que hizo que le hirviera todo el cuerpo hasta los dedos de los pies, pasando por cada parte de su anatomía.


Paula se mordió el labio para contener una carcajada cuando Daisy saltó sobre la silla y anduvo por encima del portátil de Pedro como si él y el ordenador le pertenecieran. El corazón le dio saltitos de alegría al verlo apartar a Daisy amablemente, colocar a la gata junto a sus muslos y prestarle la atención que obviamente quería acariciándole la cabeza y el cuerpo sedoso repetidamente. A Paula se le pusieron los ojos llorosos al darle cuenta de que Pedro le susurraba algo a una gata sorda que no podía oír ni una palabra de lo que decía. Daisy disfrutaba de la atención como si pudiera oír sus palabras reconfortantes y le golpeaba la tripa para que siguiera acariciándola.


El Pedro al que adoraba había vuelto, el chico cariñoso que había crecido hasta convertirse en un hombre protector, dominante y bondadoso. 


Verlo, ver al hombre que era realmente, hizo que fuera aún más difícil resistirse a él. No había detectado ninguna señal del cabrón despiadado que había intentado chantajearla. En lugar de eso, una lágrima le cayó por la mejilla al ver que Pedro seguía hablando con Daisy, apartaba el ordenador y dejaba que esta se acurrucara en su regazo mientras utilizaba ambas manos para acariciar el cuerpo de la gatita, encantada.


Se secó la lágrima con la mano, abrió la nevera y sacó una de las chocolatinas que había reservado como sorpresa.


—Pensaba que a la mayor parte de los hombres no les gustaban los gatos — dijo informalmente al entrar a paso tranquilo en el salón.


—Parece que yo sí le gusto a ella —dijo Pedro a la defensiva. Siguió acariciando a Daisy mientras la observaba acercándose hacia él.


Ella se detuvo junto al sillón.


—Abre la boca. Te he comprado una cosa hoy.


Él la miró con cautela.


—Si es una ostra de las Rocosas, te daré un azote en el trasero —le advirtió en tono grave y amenazante.


—Ummm… No… no lo es. Pero casi desearía que lo fuera ahora mismo — caviló en voz alta antes de poder autocensurar sus palabras. Había algo en la preferencia de Pedro por ser dominante que la excitaba y la doblegaba a la vez. Dejar que tomara la iniciativa tenía que matarlo y, sin embargo, lo hacía por ella—. Abre —pidió dulcemente—. Por favor —añadió.


Pedro le lanzó una mirada sorprendida pero ardiente por su comentario acerca del azote. 


Finalmente, cerró los ojos y abrió la boca, un gesto de confianza que hizo que a Paula se le acelerase el corazón. Ella dejó caer la tortuga de chocolate con leche y nueces en su boca y observó cómo masticaba y gemía cuando el chocolate golpeó sus papilas gustativas.


—¿Está bueno? —Ya sabía la respuesta. Había reconocido el nombre de la chocolatería cuando estaba de compras antes. Era una pequeña empresa que tenía varias tiendas en Colorado. 


Sus chocolatinas eran de otro mundo.


Pedro tragó con una mirada exultante en la cara.


—Dime que tienes más. —Su tono de voz era exigente y suplicante a la vez.


—Tengo más —accedió ella obediente y sonriendo—. Ya te conozco con el chocolate.


—He tomado chocolate en todo el mundo, y ese es increíble. —Dejó a Daisy en el suelo con delicadeza y movió el portátil al suelo, junto al sillón reclinable.


Paula dio un chillido cuando Pedro le rodeó la cintura con el brazo y la atrajo sobre su regazo. Recuperándose rápidamente, se sentó a horcajadas sobre él y dejó que sus piernas colgaran a ambos lados del sillón.


—Ya era hora de que llegara mi turno —le dijo con falsa indignación—. Estaba poniéndome celosa de mi propia gata.


Él le dio una palmada en el trasero y la atrajo más cerca de él.


—Me gusta tu gata, nena. Pero la sensación contigo es muchísimo mejor. — Su mano ascendió por debajo de la camiseta de Paula y le acarició la piel desnuda de la espalda.


Paula casi ronroneó como Daisy cuando la caricia de Pedro lanzó una llamarada de fuego por sus venas. Le rodeó el cuello con los brazos.


—No puedo esperar a mañana, Pedro. Te necesito. —Sentía su erección dura presionando el denim de los pantalones y movió las caderas para hacer que su sexo saturado y caliente se acercara más.


«Necesito acercarme más. Lo necesito dentro de mí».


—Paula. —Sonaba torturado al llevar una de sus manos a la nuca de ella y atraer su boca contra la suya.


Ella respondió de inmediato, adelantó las caderas de nuevo y enredó los dedos en su pelo desaliñado para revolverlo más aún.




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