jueves, 6 de septiembre de 2018
CAPITULO 44 (SEXTA HISTORIA)
Ella también lo deseaba y entendía lo que sentía. El sexo se le contrajo con la necesidad de tenerlo dentro, moviéndose, dándole la seguridad de que no iban a separarse. Era una necesidad más profunda que el placer físico, una forma de validar su acuerdo de seguir juntos.
—Sí. —Su cuerpo ansiaba estar unido al de Pedro.
—Ahora eres mía —dijo Pedro con codicia antes de apoyarla contra el enorme tronco de un pino alto. Unió sus manos, entrelazó los dedos de ambos y los sujetó por encima de su cabeza mientras devoraba su boca con una rapidez que la dejó sin aliento.
Paula le cedió el paso de inmediato, abrió la boca para dejar que la saqueara y gimió contra su beso. Su cuerpo se puso al rojo vivo mientras ella se derretía en su forma dura y musculosa, tan necesitada de sentirlos unidos como él.
Recibió la lengua de Pedro, la enredó con la suya y dejó que la reivindicara con tanta seguridad como ella lo reivindicaba a él.
Se retiró del beso jadeante.
—Ahora, Pedro. Esta vez no puedo esperar. —No hizo falta que excitara su cuerpo. Ya tenía el sexo saturado, hambriento y deseoso de que lo llenaran—. Por favor.
Pedro tardó poco con los pantalones de ella, se los bajó hasta las rodillas mientras se desabrochaba los suyos.
—No tenemos el espejo, Paula. Yo…
—Oh, Pedro. —El corazón se le encogió al ver la mirada dubitativa en su rostro—. No he necesitado ese espejo desde el principio, aunque era bastante picante. Conozco la sensación de ti, tu aroma y tu tacto. Nunca volveré a asustarme contigo.
Giró y apoyó las manos en el tronco del árbol.
—Fóllame, Pedro. Tómame antes de que muera de frustración —suplicó, completamente ignorante de esa postura, pero tan desesperada por él que no le importaba cómo la tomara, siempre y cuando lo hiciera.
Sus manos le dieron una palmada en las nalgas y las acariciaron con reverencia.
—Dios, Paula. Eres condenadamente preciosa. —Una mano se movió entre sus muslos y Pedro siseó en voz baja cuando lo recibió sin nada excepto deseo húmedo—. Estás muy caliente, cariño. Yo tampoco puedo esperar.
Paula dejó caer la cabeza aliviada cuando Pedro la atravesó, tan hundido en su vaina que Paula gritó su nombre.
—¡Pedro!
—Soy yo, cariño. Siempre seré yo —le aseguró en tono posesivo.
Sacando su miembro casi por completo de su vagina, volvió a embestir y le sujetó las caderas para mantenerla firme. Paula se retorció y empujó contra él; necesitaba más.
—Por favor, Pedro. No me hagas esperar.
Su tono suplicante lo inflamó de pasión. Empezó a moverse; su pene la golpeaba dentro y fuera del sexo saturado intensamente, con ímpetu. Paula recibía cada embestida retrocediendo contra él y sus pieles chocaban de forma audible por la fuerza de los movimientos de Pedro.
—Sí, más duro —suplicó ella, que necesitaba que Pedro le diera todo lo que tenía.
Retirando una mano de sus caderas, este la deslizó por su vientre y entre los muslos, abriéndole los pliegues hasta encontrar su clítoris.
—Vente para mí, nena. No voy a aguantar mucho —gruñó. Su dedo le acarició el capullo palpitante felizmente y con fuerza.
Paula tembló, la sensación de que Pedro la llenara una y otra vez y la dura estimulación de su clítoris la estaban desatando. Llegó al orgasmo y se desmoronó cuando su fuerte clímax se hizo con el control de su cuerpo, se estrelló contra ella en oleadas y siguió mientras Pedro embestía hasta encontrar su propio desahogo con un gemido ahogado.
—Paula. —Su nombre salió de labios de él y la penetró una vez más, tan profundamente como pudo mientras se derramaba en su matriz. Todavía dentro de ella mientras se estremecían el uno contra el otro, se abrazó a su cintura y enterró el rostro en su cuello—. Mi dulce Paula —dijo reivindicándola en voz alta.
Paula no estaba segura de cuánto tiempo permanecieron así, unidos, disfrutando del gozo que acababan de compartir y de la intimidad de su postura. Pedro por fin se movió, la levantó y volvió a vestirla, abrochándole los pantalones antes de abrocharse los suyos. Cuando la atrajo hacia sí, enterró su rostro en su pelo y la abrazó tan fuerte que Paula apenas podía respirar,
pero no iba a quejarse. Lo sentía demasiado bien, se abrazó a su cuello y le acarició la parte superior de la espalda con movimientos tranquilizadores, ambos completamente perdidos el uno en el otro.
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