lunes, 11 de junio de 2018
CAPITULO 13 (PRIMERA HISTORIA)
Se detuvo un momento frente a la puerta antes de dar un golpecito.
—Adelante.
Sonrío ante aquella respuesta abrupta y distraída. Era obvio que Pedro estaba enfrascado en algún proyecto.
Normalmente se limitaba a asomar la cabeza, pero esta vez no pudo reprimir la curiosidad, así que entró en la sala y cerró la puerta tras de sí.
¡Había ordenadores por todos lados! Pedro se movía de uno a otro con agilidad gracias a una silla con ruedas y un plástico que cubría el suelo.
Los pies de Paula avanzaron por la aterciopelada alfombra hasta pisar el plástico.
Echó un vistazo a las pantallas y se quedó boquiabierta al reconocer la imagen que mostraba la pantalla más grande. Entrecerró los ojos para ver mejor y preguntó sin levantar la voz:
—¿Eso es Myth World?
Levantó la cabeza sorprendido y la miró a los ojos.
—¡Sí! ¿Lo conoces?
—¿Que si lo conozco? Juego en el nivel experto —respondió ligeramente ofendida porque Pedro pensara que no conocía un juego tan famoso—. Lidia lo tenía y me enganché en cuanto eché la primera partida.
Le encantaba ese juego y siempre que podía, aunque fuera a altas horas de la madrugada, sacaba un rato para sentarse frente al ordenador de Lidia.
Era el único capricho que se permitía. No podía resistir la tentación de dejarse transportar a otro mundo, de averiguar sus secretos y pelear con criaturas mitológicas.
Los labios de Pedro empezaron a curvarse hasta dibujar una sonrisa de oreja a oreja que hizo que a Paula se le parara el corazón. Era la primera vez que veía una sonrisa sincera y radiante en su rostro. Pedro se deslizó con la silla hasta la pantalla en la que aparecían las criaturas que Paula había reconocido y respondió:
—Es mío. Este es Myth World II.
—¡Dios mío! A ver.
Paula estaba tan emocionada que se puso delante de Pedro. Llevaba una semana sin ver el juego original y tenía ante sus ojos el nuevo. No podía creer que estuviera justo aquí, en la casa en la que vivía.
—¿Está terminado? ¿Puedo jugar? ¡Echo tanto de menos esa vía de escape!
—Es la demo. Aún no ha salido al mercado. Si quieres, puedes probarlo —respondió Pedro con un tono indulgente y aniñado.
Tocó varias teclas antes de ponerse de pie y dejarle la silla a Paula, que se sentó extasiada con la novedad del juego.
Se parecía al anterior y a la vez no tenía nada que ver. Paula se mordió el labio mientras trataba de averiguar los misterios del juego.
—Lo has puesto más difícil —le acusó entre risas.
—¿El primero te pareció fácil? —preguntó Pedro animado.
—No. Pero tampoco era tan difícil —respondió con los ojos pegados a la pantalla.
—Sí que lo era. Lo que pasa es que aún no le has cogido el tranquillo. — Mientras examinaba el rostro de Paula preguntó—: ¿Qué es lo que te gusta del juego?
—La estrategia, el reto que supone averiguar secretos, el mundo de fantasía… Es como si te catapultaran a otra dimensión. —Lo miró a los ojos mientras perdía una vida en la pantalla—. Eres un genio, Pedro — afirmó con total sinceridad—. No me había dado cuenta de que el juego era de Alfonso.
Paula hubiera jurado que Pedro estaba sonrojado cuando este giró la cara y respondió con timidez:
—No es más que informática. No tiene nada de emocionante.
Paula apartó las manos del escritorio y las cruzó sobre el regazo mientras le explicaba con gran entusiasmo:
—Es supercreativo, Pedro. Obtener un resultado así exige algo más que conocimientos de programación.
—Te los instalaré en tu ordenador —le propuso en voz baja.
—Ni se te ocurra. Si lo haces, seré incapaz de acabar la carrera — bromeó con un tono juguetón y una mirada traviesa.
—Tienes una gran capacidad de autocontrol —comentó decepcionado.
—En absoluto. Con Myth World pierdo completamente el control. ¿Has diseñado más juegos?
—Claro. Un montón.
—¿Podrías instalarlos en el ordenador del estudio? —preguntó con indecisión.
—Puedes subir aquí y jugar en el ordenador de pruebas. —Señaló una esquina en la que había una gran pantalla y una silla—. Tiene todos mis juegos. Bueno, en realidad, tiene prácticamente todos los juegos que se te puedan pasar por la cabeza.
Paula colocó su mano en el pecho con teatralidad y fingió asombro.
—¡Horror de los horrores! ¿Tienes juegos de otra gente en ese ordenador?
Pedro se le acercó con una sonrisa pícara.
—A veces tengo que… vigilar a la competencia.
—¿Y son buenos? —Levantó la cabeza para mirarlo a los ojos, entusiasmada con la faceta infantil de Pedro.
—Qué va, pero tengo que estar al tanto de lo que sale al mercado — respondió con fingida arrogancia.
Madre mía, cuando se ponía en ese plan a Paula le resultaba irresistible.
¡Bueno, siempre le resultaba irresistible! El aroma masculino con un toque a sándalo la hacía estremecerse. Ese olor cálido e intenso le provocaba un hormigueo por todo el cuerpo.
—Si no te molesta, acepto tu oferta. Estoy acostumbrada a estar ocupada y no me entero de lo que ponen en la tele. A veces me siento un poco sola. Esta casa es tan grande. —¿Por qué le había confesado eso?—. Pero no te enfades cuando la cena no esté preparada a su hora, porque con tus juegos se me pasa el tiempo volando —bromeó imitando un tono de advertencia aunque lo que realmente estaba intentando era quitar hierro a lo que acababa de confesar.
Pedro se arrodilló para poner los ojos a la altura de los de ella.
—¿Aquí te sientes sola? —preguntó perplejo mientras sus ojos oscuros la miraban fijamente. Prosiguió con tono de preocupación—: ¿No te gusta vivir aquí?
—Sí, sí… La casa es preciosa, Pedro. ¿Cómo no iba a estar feliz? — Tomó aire y trató de explicarse mejor—. Es que estaba acostumbrada a no tener tiempo para pensar, a no tener tiempo para mí. Lleva tiempo acostumbrarse a dejar de vivir a un ritmo frenético.
—Más bien suicida —repuso con cierta crispación—. Ese estilo de vida te estaba matando por dentro, Paul.
—Lo sé. Y de verdad que te agradezco todo lo que estás haciendo por mí. En serio. Lo único que pasa es que mi vida ha cambiado mucho — insistió para que no la tomara por una desagradecida. Joder, si no fuera por su generosidad, ahora mismo estaría en la calle, pero aun así…—. Me resultaría más agradable si pudiera pasar tiempo aquí contigo.
—¿Quieres pasar tiempo conmigo? —preguntó asombrado examinando el rostro de Paula.
—Claro que sí. Pero sé que estás muy liado y pensé que quizá me estabas evitando después…, bueno, después de…
—¿Después de que te dijera que quería follarte? —preguntó sin andarse con rodeos, apresando los ojos de Paula con la mirada.
—Sí —susurró.
La franqueza de Pedro la había sorprendido, pero se alegraba de que hubiera sacado el tema a la luz porque era algo que estaba latente y eso le generaba ansiedad.
—No te estaba evitando, Paula. Quiero verte, quiero estar contigo, tanto si te apetece que follemos como si no —afirmó con decisión.
—¿Ah, sí? —preguntó con cierto asombro—. ¿Por qué?
—Yo también me siento solo a veces. Me gusta estar contigo.
Paula respiró hondo tratando de desacelerar el latido de su corazón.
«Quiero que me folles. Quiero que me la metas en todas las posturas y que después volvamos a empezar».
Suspiró mientras recorría el cuerpo de Pedro con la mirada.
Le bastaba imaginar aquel cuerpo dominante y sólido encima de ella, dentro de ella, para perder los estribos. Se moría por tocar el rostro que tenía tan cerca, por acariciar aquella barbilla masculina tan sexy y esa barbita de dos días
que ocultaba prácticamente por completo sus cicatrices. Era curioso que aquellas pequeñas cicatrices lo hicieran aún más seductor, más masculino, más irresistible.
«No, Paula. Ni lo pienses. La cena. Has venido para preguntarle qué quiere de cena. Pedro Alfonso está fuera de tu alcance».
—Ha… había venido para preguntarte qué quieres de cena —logró comentar con voz temblorosa y balbuceante.
Estar tan cerca de Pedro estaba empezando a afectarle, su compañía ya no satisfacía sus deseos ni de lejos. Echó la silla hacia atrás, se secó las sudorosas manos en los vaqueros y se levantó nerviosa. No sirvió de mucho. Pedro también se puso de pie. Le sacaba una cabeza.
—Te ayudo. He terminado por hoy.
Paula tragó saliva pensando si habría sitio para ambos en la inmensa cocina. Quería estar cerca de él, pero no tanto como para ser incapaz de controlar el deseo que sentía.
—Venga. Vamos a ver qué hacemos de cenar.
Paula avanzó con paso ligero y grandes zancadas hacia la cocina. Estaba feliz porque iban a pasar un rato juntos, pero no tenía claro cómo lidiar con el traidor de su cuerpo ni con su forma de reaccionar ante Pedro.
«Sumisión absoluta».
¿A qué se refería exactamente? ¿De verdad quería averiguarlo?
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