martes, 12 de junio de 2018

CAPITULO 18 (PRIMERA HISTORIA)




Sintió una ligera caricia sobre los labios —Pedro le había dado un beso — y un movimiento en la cama. Oyó la cremallera de los vaqueros y dedujo que se estaba vistiendo. En pocos instantes estaba desatada y había recuperado la visión.


Estaba guapísimo: tenía el pelo revuelto y recorría con los ojos su cuerpo desnudo como si tuviera ganas de volver a hacerla suya. Paula se estremeció no solo por el hecho de estar desnuda, sino por la mirada atormentada que vio en sus ojos.


La cogió en brazos y, tras cruzar el pasillo, la llevó hasta su dormitorio.


Apartó el edredón, la dejó en medio de la cama y, para tapar su desnudez, volvió a extender el edredón. La habitación estaba a oscuras, pero la claridad de la luna le bastaba para ver que Pedro tenía el ceño fruncido.


¿Se arrepentía de lo que acababa de ocurrir? ¿Le molestaba haberse acostado con una mujer a la que apenas conocía? ¿Tanto le enfadaba que quería librarse cuanto antes de ella, devolverla a su cama y borrar de un plumazo aquella unión que lo había transformado todo?


O quizá lo que ocurría es que aquella noche solo le había cambiado la vida a ella.


Pedro se agachó para darle un beso inocente en la frente y susurró con voz sensual:


—Gracias, Paula. Jamás olvidaré esta noche.


Las lágrimas le provocaron un nudo en la garganta que le impidió respirar. No podía responder ni hacer las preguntas que eran tan importantes para ella.


Pedro salió del dormitorio y cerró la puerta sin apenas hacer ruido.


Se marchó. Así, sin más. Ni siquiera había mostrado el más mínimo interés en dormir con ella.


Paula dejó de reprimir el llanto y apoyó la cabeza sobre la almohada. Las lágrimas le recorrieron las mejillas mientras se preguntaba qué diablos acababa de ocurrir. Después de la relación sexual más excitante de su vida Pedro la había devuelto a su cuarto sin ningún miramiento. Se sentía como
si le hubiera pegado una bofetada. Un mazazo de realidad.


«Abre los ojos, Paula. Es multimillonario. ¿Pensabas que quería algo más que echarte un polvo?».


Se forzó a recordarse a sí misma que ya era mayorcita y que no se había embarcado a ciegas en esa aventura: sabía que solo se trataba de una noche.


«Entonces, ¿por qué duele tanto, joder?».


Salió de la cama sin hacer ruido, abrió un cajón de la cómoda y se puso el camisón. Le temblaba todo el cuerpo, así que volvió a meterse en la cama y se hizo un ovillo bajo el edredón. En la cama de Pedro todo había sido tan cálido, tan ardiente… Pero ahora tenía frío y se sentía vacía.


Para buscar una explicación a lo que acababa de pasar Paula dejó a un lado que Pedro la había rechazado de mala manera y que se sentía muy dolida. Sintiera lo que sintiera por ella, estaba claro que Pedro tenía algún problema. Las esposas, la venda, el hecho de no querer que mirara mientras lo hacían… Puede que le gustaran los juegos morbosos —ella acababa de descubrir que tenían su punto—, pero pasaba algo más.


Algo más profundo.


Algo más oscuro.


¿Nunca había tenido novia? Eso ya era raro de por sí. Era obvio que la cama no se le daba nada mal. Además, estaba forradísimo y era guapo hasta decir basta. ¿Cómo es que nunca había tenido una relación larga?


Paula se tumbó de espaldas sin dejar de darle vueltas a la cabeza. Los problemas de Pedro no eran asunto suyo y temía que se enfadara si metía las narices donde no la llamaban. Pero quería ayudarlo. Pedro no tenía la culpa de ser incapaz de sentir algo por ella. Siempre la había tratado con amabilidad y generosidad. Quizá si lograra ayudarlo en el futuro sería capaz de enamorarse y de mantener una relación con la mujer que eligiera.


Aquella idea hizo que se le encogiera el pecho y se le revolvieran las entrañas, pero dejó a un lado sus sentimientos. Pedro se merecía ser feliz.


Tenía que comportarse como una buena amiga y llegar al fondo del asunto.


«Quieres ser mucho más que una amiga y lo sabes».


—Cállate —susurró enfadada a la oscuridad del cuarto, mientras se tumbaba boca abajo y se tapaba la cabeza con un almohadón, como si esas acciones bastaran para silenciar los pensamientos que la traicionaban.


Cuando por fin consiguió dormirse, cayó en un sueño inquietante y turbador en el que un morenazo de ojos oscuros, cuyo rostro expresaba una terrible angustia y desesperación, se enfrentaba a unos monstruos invisibles. Al ver aquella situación Paula trataba por todos los medios de
acercarse al hombre que sufría, extendía el brazo y le rogaba que la agarrara de la mano, que le dejara ayudarlo. 


Él levantaba una mano muy despacio sin dejar de lanzar puñaladas a la oscuridad con la otra, tratando en vano de derrotar a las oscuras sombras que lo amenazaban. Por fin
alcanzó su mano y la agarró con firmeza, y ella empleó hasta el último resquicio de fuerza que le quedaba en los brazos para tratar de acercarlo hacia ella.


Pero al final no pudo. El hombre la arrastró hacia la oscuridad y, mientras caía con él por un torbellino profundo y oscuro, Paula lanzó un alarido sobrecogedor y espeluznante.


Él se hundió y ella decidió acompañarlo, a sabiendas de que ninguno de los dos lograría escapar jamás.



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