miércoles, 13 de junio de 2018
CAPITULO 21 (PRIMERA HISTORIA)
Paula respiró hondo para llenar los pulmones de aire fresco y regenerador. «Es un bonito día para vivir», pensó alegrándose por el mero hecho de estar sana y salva.
Mientras los tres bajaban por las escaleras que conducían a la calle, Magda le preguntó a Pedro en voz baja:
—¿Por casualidad no serás familia de Samuel Alfonso? Ya sé que el apellido es bastante común por aquí, pero me ha venido a la cabeza.
Pedro se detuvo al llegar a la acera y miró a Magda sorprendido:
—Sí… Es mi hermano. ¿Por qué lo preguntas? ¿Lo conoces?
Magda frunció el ceño:
—¡Madre mía! —resopló—. Eh…, sí…, lo conocía. Fue hace mucho tiempo.
—¿Erais amigos? —preguntó Pedro con curiosidad antes de mirarla expectante.
—¡No! ¡La verdad es que no! —zanjó ella con brusquedad, mientras se ponía tan roja como el color del pelo.
—Ah… Ya lo pillo —repuso Pedro. No parecía dispuesto a dejar el tema y añadió—: ¿Tuviste una mala experiencia con mi hermano?
—Es una auténtica víbora.
Magda se apartó los rizos de la cara. Se había levantado viento y el pelo le invadía el rostro en forma de espirales errantes.
La sonora carcajada que soltó Pedro sobresaltó a Paula.
—Créeme. No eres la primera mujer que lo piensa. Lo siento.
—No es culpa tuya que tu hermano sea un reptil asqueroso. Espero que al menos en eso no os parezcáis —repuso con cierto nerviosismo—. Cuida de Paula.
—Será un placer hacerlo, Magda —respondió con desenvoltura mientras le ofrecía la mano que le quedaba libre—. Aunque las circunstancias no hayan sido las más apropiadas, me alegro de haberte conocido.
—Yo también. Supongo. —Le estrechó la mano de mala gana—. Sé que no debo juzgarte por los actos de tu hermano, pero odio cualquier cosa que me recuerde a Samuel Alfonso. —Soltó la mano de Pedro y abrazó a Paula—. Cuídate. Te llamo. No hagas ninguna tontería —le advirtió con un suspiro contundente que solo Paula pudo oír.
Paula se entregó a los brazos de Magda y la abrazó con fuerza, perfectamente consciente del peligro que habían corrido las dos y de lo fácil que habría sido que las cosas hubieran salido de otro modo. Quería a su amiga a rabiar. Aunque a veces tuviera malas pulgas, en el fondo era un cachito de pan.
—Y tú también. Hablamos pronto.
Pedro la reclamó cogiéndola de la cintura y guiándola hacia su coche mientras Magda cruzaba el aparcamiento para dirigirse al suyo.
Dios mío, ¡menudo día!
Estaba tan agotada, tan alterada y tan inmersa en sus pensamientos que ni siquiera rechistó cuando Pedro la llevó hasta su prohibitivo Veyron y la hizo pasar al asiento del copiloto mientras él se sentaba al volante.
Permanecieron en silencio, sumidos en sus pensamientos, durante todo el trayecto.
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