martes, 19 de junio de 2018
CAPITULO 38 (PRIMERA HISTORIA)
—Hola, Paula.
Una voz cavernosa retumbó a su lado y, al girar la mirada, vio a Samuel Alfonso apoyado en la pared. Reaccionó de manera instintiva, retrocediendo varios pasos para poner distancia entre ella y un hombre que no le gustaba y en el que no confiaba.
Samuel avanzó varios pasos, pero sin acercarse demasiado.
—¿Qué quieres? —preguntó Paula con brusquedad, interponiendo una mano entre ellos para evitar que se aproximara más.
Samuel elevó una ceja al verla comportarse a la defensiva.
—Solo quiero hablar.
Aunque llevaba unos vaqueros y una sencilla camiseta negra, tenía el mismo aire de arrogancia que en la fiesta. Sin embrago, notó cierto remordimiento en sus palabras y sus brillantes ojos verdes parecían sinceros.
-»Por favor.
Viniendo de Samuel, esa petición sonó dolorosa, como si le hubiera costado pronunciarla.
—No te conozco y no tengo nada que decirte —le respondió ansiosa por alejarse de él. Lo último que le apetecía en el mundo era mantener una conversación con Samuel Alfonso.
—No pienso marcharme hasta que hables conmigo, así que supongo que lo mejor es que lo hagamos ya y así acabamos con esto.
Se sentía tan frustrada que le entraron ganas de pegar un pisotón en el suelo, pero se negaba a darle esa satisfacción.
—Dime lo que hayas venido a decirme y lárgate.
Samuel señaló la puerta del restaurante.
—Un café no me vendría nada mal. He tenido un día muy largo.
Paula negó con la cabeza.
—Acabo de hacer una entrevista ahí. No me apetece lo más mínimo volver a entrar.
Samuel señaló un restaurante al otro lado de la calle:
—Podemos ir a ese.
Paula puso los ojos en blanco y respondió:
—Ahí también he estado, otra entrevista. He pedido trabajo en todos los locales de este barrio.
Samuel la cogió del brazo con delicadeza y la llevó al sitio de comida rápida que les quedaba más cerca. Ella se zafó de su brazo, pero lo siguió, pues estaba claro que no la dejaría en paz hasta que no le dijera lo que se había propuesto decirle. Tenía la mirada obstinada típica de los Alfonso, la que ponía Pedro cuando no estaba dispuesto a dar su brazo a torcer.
Pidieron dos cafés en la barra y Samuel eligió una mesa discreta en una esquina. Antes de sentarse frente a él Paula se detuvo para echarse leche y azúcar. Estuvo un rato toqueteando la taza de cartón antes de levantar la mirada y entonces vio que Samuel la estaba observando con la intensidad de un halcón dispuesto a atacar a su presa. Se revolvió inquieta en la silla, pero decidió mantener la mirada. El rostro de Samuel no insinuaba nada
sexual; más bien parecía estar examinando un curioso microbio con una lupa. Si se proponía realizar una investigación exhaustiva de su personalidad, adelante; ella no había hecho nada malo, su único fallo había sido enamorarse de Pedro Alfonso.
Le sorprendió que quien cediera fuera Samuel.
—Lo siento —murmuró desviando la mirada. Era una disculpa sincera que, obviamente, no estaba acostumbrado a pronunciar—. Me comporté como un gilipollas en el cumpleaños de Pedro. Estaba tan borracho que apenas lograba mantenerme en pie, pero eso no es excusa. Un hombre tiene que responsabilizarse de sus acciones, esté borracho o no.
—¿Por qué lo hiciste? ¿Por qué estás haciendo esto? ¿Te ha dicho Helena que vengas a pedirme perdón? No le he contado nada. No sé cómo se habrá enterado.
Desde aquella noche Paula solo había hablado una vez con la madre de Samuel y no le había mencionado su impresentable actitud.
Samuel la fulminó con una mirada oscura.
—Mi madre lo sabe todo, pero te agradezco que no lo hayas mencionado. Estabas en tu derecho. Pedro no tardó en atar cabos y, cuando se lo confesé, me pegó una buena paliza. Poco después de que te fueras entré a casa y la subsiguiente pelea de taberna dio la fiesta por concluida. —Titubeó antes de tomar un sorbo de café—. Y no, no me ha enviado mi madre. Estoy aquí porque quiero. Estoy aquí porque Pedro está hecho polvo y porque me comporté mal. No sabe que he venido y probablemente me daría otra paliza si supiera que me he acercado a ti.
Samuel giró la cabeza para mirar por la ventana.
Paula se quedó mirándolo y se percató de los moratones que aún tenía sobre el ojo izquierdo y la mejilla derecha. Para que diez días después de la pelea aún tuviera marcas en la cara —que ella no había visto antes por falta de atención— Pedro debió de haberlo dejado hecho un cuadro.
—¿Por qué? ¿Por qué haría Pedro algo así? En la fiesta estaba ligando con una tía, intentando añadir una más a su colección. Cuando salí al jardín lo vi besarla en la terraza. No tiene sentido.
Samuel giró la cabeza para mirarla:
—No estaba ligando con nadie. ¿Cómo era la chica?
—Alta, delgada, rubia y maquilladísima, aunque seguramente sin maquillaje estaría igual de guapa. —Paula frunció el ceño—. Era preciosa.
Samuel asintió con la cabeza.
—Constanza. La vi entrar cuando salí de la fiesta. Quise seguirte cuando te vi salir a la terraza, pero no pude porque un cliente me entretuvo unos minutos. Si te hace sentir mejor, Pedro no aceptó su oferta. Connie volvió
a la fiesta hecha un basilisco y Pedro ya no estaba en la terraza. —Samuel bajó la mirada y empezó a trastear con la taza medio vacía—. Pedro jamás se tiraría a Connie. Está casada con un hombre que podría ser su abuelo, pero el tío no es muy generoso con su dinero. Mi hermano no se acuesta con mujeres casadas. Y si estaba foll…, o sea… Si tenía una relación
contigo, te aseguro que no estaría iniciando otra. Puede que Pedro no se comprometa con las mujeres, pero solo está con una mujer a la vez.
Paula se atragantó y casi escupe el café. No se esperaba el comentario sobre la falta de compromiso de Pedro. Sí creía que Pedro no tuviera aventuras con mujeres casadas. Por alguna razón sabía que él no haría algo así.
Puede que Pedro no creyera en las relaciones ni en el matrimonio en lo que a él respectaba, pero no tenía pinta de ser el tipo de hombre que traspasa esos límites. Pero ¿acaso importaba? Puede que se sintiera mejor sabiendo que Pedro no se había pasado las últimas noches atando, tapando los ojos y metiéndole caña a la despampanante rubia digna del póster central de una revista porno que lo había besado en la fiesta, pero, aun así, seguía sin creer en las relaciones. Sentía tal conexión con Pedro que le costaba respirar. A largo plazo, cuando consiguiera pasar página, acabaría hecha polvo.
—Gracias por contármelo. Y por pedirme disculpas —dijo Paula tratando de ocultar la emoción de su voz.
Samuel la miraba juntando las cejas con cara de preocupación.
—Le importas. Yo no estaba al corriente de eso; de lo contrario, no te habría hecho esa oferta.
—¿Por qué me la hiciste? Seguro que hay un montón de mujeres que te tiran los trastos a diario.
—Porque soy multimillonario —respondió indignado y asqueado consigo mismo—. Vi lo feliz que estaba Pedro desde que te fuiste a vivir
con él. También mi madre me había hablado mucho de ti. Supongo que pensé que, cuando rompierais, podría tener un pedacito de esa felicidad. Estaba borracho. Mi vida me parecía una mierda. Soy un gilipollas. Eres la primera mujer que le importa a mi hermano y le he traicionado. Encima, te he insultado. No te lo merecías.
Paula se apoyó en el duro respaldo de plástico sin dar crédito a lo que acababa de oír.
—A Pedro no le importo en ese sentido. Pero tengo que admitir que sí que me sentí insultada. No puedes comprar a todas las mujeres que desees, Samuel. Y ni siquiera creo que me desearas.
Samuel exhaló un suspiro.
—Deseaba… tener algo. Supongo que estaba tan borracho y tan deprimido que estaba dispuesto a todo. En toda mi vida solo he conocido a una mujer a la que no le importara mi dinero. Y la cagué. —Su voz estaba llena de dolor, tristeza y remordimiento—. ¿Aceptas mis disculpas?
Samuel esbozó otra de sus radiantes sonrisas y se le iluminó la cara; el Adonis que Paula había visto en la fiesta estaba de vuelta, pero,
curiosamente, ya no le molestaba. Samuel Alfonso estaba consternado y la sonrisa radiante que le estaba dedicando no era más que la máscara tras la cual se ocultaba un hombre al que le interesaba mucho más la vida que el beneficio económico. Paula había encontrado una pequeña grieta en su fachada impertérrita.
—Sí, las acepto. Supongo que cuando bebemos todos hacemos y decimos cosas que normalmente no haríamos. —El comentario le recordó el día que, después de un par de copas en un restaurante, le había dicho a Pedro que tenía un cuerpazo y que lo deseaba—. Lo que no entiendo es por qué te importa.
Paula se dispuso a levantarse para marcharse, pero Samuel la miró con desesperación sujetándola de la muñeca.
—Paula, a Pedro le importa. Lo ha pasado muy mal y puede que no sepa expresarlo, pero le importa. No juzgues a mi hermano porque yo me comportara como un gilipollas, por favor.
La estaba reteniendo, pero lo hacía con delicadeza. Ella tiró del brazo y él la soltó suplicándole con la mirada. Maldita sea. No podía dejar que Samuel pensara que todo era por su culpa. No lo era. Estaba enamorada de Pedro Alfonso y habría terminado igual de mal aunque Samuel no hubiera aparecido en escena. Lo único que había hecho era adelantar la ruptura.
—No es por ti, Samuel. No es por lo que hiciste…
Paula negó con la cabeza y cogió su mochila.
—¿Por qué es? Cuéntamelo. Lo arreglaré —insistió desesperado.
Paula soltó una breve carcajada sin gracia. A fin de cuentas puede que los hermanos no fueran tan diferentes. Hablaba igual que Pedro. ¿Los dos pensaban que todo se podía arreglar con dinero?
—No puedes. Pero quiero que quede claro que no ha sido culpa tuya.
«No. Es culpa mía por ser tan tonta como para enamorarme de Pedro Alfonso».
—No te caigo bien ni me tienes ningún respeto, ¿verdad? —preguntó con un tono resignado y abatido.
Con la mochila al hombro, lista para marcharse, giró el cuerpo hacia Samuel para responderle:
—No te conozco lo suficiente como para decidir si me caes bien o mal. Y te aseguro que mi respeto no se compra con dinero. —Esbozó una leve sonrisa al ver el asombro en los ojos de Samuel—. Pero te tengo mucho respeto por querer tanto a tu hermano.
Se quedó mirándola mientras respondía con brusquedad:
—¿De dónde has sacado que lo quiero? Es un coñazo de tío. Me dejó la cara hecha un cromo y no he podido salir de casa en una semana.
Paula le sonrió con tristeza y puso la mano sobre la suya.
—Lo siento. Sé que Pedro y tú sois íntimos y por nada del mundo querría ser la causa de que os distanciarais.
Samuel se encogió de hombros.
—Hemos tenido malas rachas antes. Lo superaremos.
Paula retiró la mano.
—¿Os habláis?
Samuel se rio sin fuerzas.
—Intercambiamos insultos. Es un comienzo.
—¿Sabes qué le pasó? ¿Por qué tiene esas cicatrices?
Las palabras se le escaparon de los labios sin que le diera tiempo a retenerlas. Samuel se quedó con la boca abierta, asombrado.
—¿Le has visto las cicatrices? ¿Todas? ¿Por eso le estás evitando?
Paula se enfureció y le entraron ganas de darle otro bofetón.
—¡Madre de Dios! ¿De verdad piensas que todas las mujeres somos tan superficiales? —Intentó contener la irritación y prosiguió—: Tu hermano es el hombre más atractivo que he visto en la vida, con y sin cicatrices. Está tan bueno que me lo comería con patatas. Es obvio que sufrió un trauma terrible y eso me da mucha pena, pero sus cicatrices me importan un bledo.
—¿Te parece más guapo que yo?
Aunque era un arrogante por hacerle esa pregunta, parecía encantado con que Paula solo tuviera ojos para su hermano.
—Sí. No hay punto de comparación. Lo siento —respondió con brusquedad, pero en el fondo le parecía conmovedor lo encantado que parecía Samuel. Se quedó ensimismada pensando en sus cosas y mordiéndose el labio—: ¿Podrías darle a Pedro una cosa de mi parte?
Samuel se encogió de hombros y la miró con curiosidad.
—¿El qué?
—Un cheque. Le debo dinero.
Samuel soltó una risilla antes de esbozar una sonrisa traviesa:
—¿Tan bueno era?
—Me ingresó dinero en la cuenta. Quiero devolverle la mayor parte. Le daré lo que me falta cuando consiga un trabajo —respondió ignorando la indirecta.
Aunque el hermano de Pedro pareciera un angelito Paula sabía que sus abundantes tirabuzones rubios ocultaban cuernos de diablo.
—¿Quieres darle dinero a Pedro? Por si no te habías dado cuenta, ¡noticia de última hora!: es multimillonario. Si quería que te quedaras con ese dinero, yo no pienso aceptarlo. —Alzó las manos al aire como si se estuviera defendiendo de un golpe—. Ya me ha dado una vez para el pelo y sigue de muy mal humor. No pienso arriesgarme.
Paula se encogió de hombros y le dedicó una débil sonrisa.
—Tienes razón. No lo había pensado. No deseo que se cabree contigo. Solo quería devolvérselo.
—¿Sin tener que hacerlo en persona? —Samuel acababa de dar en el clavo —. Me temo que tendrás que hacerlo tú misma.
Parecía entusiasmado con la idea.
—Será mejor que me ponga en marcha. Tengo que estudiar. —Se puso de pie. Samuel se levantó y bajó la mirada para mirarle a los ojos—. ¿Vives con Magdalena Reynolds? Pelirroja. Guapa. —Pronunció las dos últimas palabras como si estuviera extasiado.
—Sí —afirmó sorprendida.
Samuel no parecía ni la mitad de hostil hacia Magda que su amiga hacia él.
—¿Cómo está? —preguntó como sin darle importancia, pero Paula vio un destello de dolor en sus ojos entornados.
No sabía cómo responder, pues no quería traicionar a Magda.
—Muy bien. Tiene una clínica privada y también trabaja en una clínica gratuita para niños.
—Lo logró. Acabó la carrera de Medicina —lo dijo en voz baja, como si estuviera hablando consigo mismo. Parecía admirar a Magdalena.
—Sí. Es uno de los médicos más profesionales y simpáticos que he conocido en la vida. Y además es una amiga maravillosa.
Paula se dio cuenta de que Samuel tenía intención de hacerle más preguntas que ella no quería contestar, así que pasó por delante de él para dirigirse a la puerta.
—Cuídate, Samuel. Adiós.
Sin aminorar la marcha tiró el vaso de plástico en la papelera y empujó la pesada puerta de vidrio. Una vez fuera Paula se dio cuenta de que había anochecido y suspiró aliviada al sentir una brisa de aire fresco en el rostro.
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Ayyyyyyyyyyyy, ya quiero que Pau vuelva con Pedro. Está muy buena esta historia.
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