jueves, 21 de junio de 2018

CAPITULO 44 (PRIMERA HISTORIA)




Como Paula seguía aferrada a su cuello, Pedro tuvo que agacharse para dejarla en la inmensa cama. El pavor empezó a remitir y Paula relajó los brazos, de modo que Pedro pudo taparla con las sábanas y el edredón. Se metió en la cama a su lado y la abrazó con todo su cuerpo, envolviéndola y protegiéndola con sus cálidos y fornidos brazos. Paula suspiró y se relajó en la calidez que le proporcionaba Pedroposando la cabeza en su hombro y saboreando la seguridad que ofrecía su recio cuerpo viril.


—¿Te encuentras mejor? —preguntó con voz queda y, al hacerlo, la despeinó con el aliento.


—Sí. Siento haberte despertado. Volveré enseguida a mi cama.


Paula no quería irse de allí, quería quedarse tal y como estaba —calentita y a salvo en sus brazos—, pero respetaba que Pedro necesitara su espacio para dormir.


—No irás a ninguna parte —replicó haciendo volar su melena.


—Pero así no conseguirás dormir —protestó sintiéndose egoísta por querer quedarse.


—Al revés. No conseguiré pegar ojo si no estás aquí. Estas dos últimas semanas no he dormido un carajo.


Pedro la atrajo hacia él cogiéndola por la cintura y, como no dejó ni un hueco entre sus cuerpos,
Paula notó un bulto en el trasero.


—Estás desnudo.


—Sí, siempre duermo en bolas. Tendrás que acostumbrarte, cariño —murmuró con sensualidad—. ¿Quieres contarme lo que has soñado?


Aunque en realidad lo que quería era olvidar esa pesadilla, se dio media vuelta entre sus brazos,
desesperada por abrazar aquel cuerpo cálido y viril. Paula no era una mujer pequeña ni frágil, pero, cuando enterró la cara en su pecho sólido y musculoso, se sintió como tal.


—Estaba soñando con lo que pasó, pero en la pesadilla sí lograban meterme en el coche. Iban a violarme antes de pegarme un tiro en la cabeza. Me resistí con todas mis fuerzas, pero lograron arrancarme la ropa. Eran mucho más fuertes que yo. Lo único en lo que pensaba era en que quería morirme antes de que me violaran, pero el que logró escapar se me subió encima mientras el otro me apuntaba con una pistola en la sien. —Sacudió la cabeza tratando de no alterarse. Tan solo había sido una pesadilla. No había ocurrido de verdad—. ¡Parecía tan real! Sentía su olor corporal, veía sus ojos perversos… Me desperté justo cuando… —Fue bajando de volumen hasta que su voz se redujo a un suspiro trémulo.


Pedro la meció y le acarició la espalda con una mano como si estuviera consolando a una niña
pequeña.


—Chsss... Tranquila, cariño. Estás a salvo. Ya no pueden acercarse a ti.


La pesadilla la hacía estremecerse sin descanso, y lo único que le apetecía hacer en ese momento era olvidarse de todos esos agrios recuerdos, deleitarse en las sensaciones y disfrutar del increíble cuerpo que tenía el hombre que la estaba consolando. El único hombre que, con sus sensuales manos, podía hacerle olvidar todo lo que había pasado los últimos días.


—Hazme el amor. Ayúdame a olvidar —susurró con una voz seductora y temblorosa.


Lo empujó con suavidad para que se tumbara de espaldas y notó cómo su cuerpo entero se tensaba.


Recorrió su pecho con las manos, deleitándose tanto en los duros y fibrosos músculos como en la piel tensa y caliente. Palpó despacio cada centímetro de su cuerpo, desde los hombros hasta el vientre, y acarició la tentadora mata de vello que conducía del ombligo a la ingle.


—¡No podemos hacerlo! —exclamó Pedro frustrado agarrando con fuerza las aventureras manos de Paula—. No hay nada más agradable que sentir tus manos por todo mi cuerpo, pero acaban de darte el alta.


—Me la dieron hace días y ya no me duele nada. Me encuentro bien. Tan solo tengo un pequeño corte en la frente. La única parte del cuerpo que me duele está bastante más abajo. —La mano de Pedro no opuso resistencia cuando ella separó las piernas y la colocó entre sus muslos ardientes.


Puede que lo estuviera presionando demasiado, puede que le estuviera pidiendo algo que él no podía ofrecer, pero le daba igual; necesitaba que Pedro la poseyera, necesitaba sentirlo dentro—. Por favor —le rogó con desesperación mientras se zafaba de su mano y bajaba el brazo para coger su miembro erecto.


—¡No, por favor! Si me tocas, me corro —explicó con la voz entrecortada mientras cogía la mano de Paula y la ponía sobre su pecho. Con la mano que tenía entre los muslos de ella apartó el elástico de su diminuta braguita y deslizó los dedos con facilidad entre sus pliegues mojados—. Estás empapada. Estás muy cachonda.


—Porque te necesito.


Gimió mientras sus anchos dedos la exploraban, frotando sensualmente su clítoris y la mullida carne que lo rodeaba. Un deseo frenético le mordía el cuerpo entero y no era capaz de pensar, solo de reaccionar a la acuciante necesidad que palpitaba en su interior, así que se quitó la braguita empapada, la abandonó entre las sábanas y se subió encima de él, sentándose a horcajadas. Le puso las manos a ambos lados de la cara y le besó.


Estaba encima de él, besándole en los labios y lista para perderse en las sensaciones de su tacto, pero un instante después… se encontró tumbada boca arriba. Pedro le había dado la vuelta y había arrancado su boca de la de ella.


—No. No puedo —se lamentó con aspecto atormentado—. No puedo, joder.


Pedro le sujetaba las muñecas por encima de la cabeza y la aplastaba con el torso para que no
pudiera moverse. Respiraba con gran dificultad y, al tratar de introducir y expulsar aire de los
pulmones, emitía sonidos guturales.


Paula sacudió la cabeza para disipar la niebla erótica que la había cegado y miró a la corpulenta figura que la sujetaba: un hombre que sufría un terrible tormento.


«Mierda. ¿Qué he hecho? ¿Le he forzado demasiado?».


La luz de la luna entraba por la ventana, pero no era suficiente para verle los ojos… aunque no le
hacía falta vérselos. La voz, la respiración, el cuerpo tembloroso y la manera de sujetarla por las muñecas le decían que acababa de enviarlo de cabeza a su propia pesadilla.


Pedro, soy yo: Paula. —Trató de mover los brazos, pero no logró zafarse de sus manos—.
Háblame.


—Sé quién eres, pero no puedo hacerlo, joder.


A excepción de su pecho, que se hinchaba y deshinchaba, el resto de su cuerpo permanecía inmóvil.


—Bésame.


Paula seguía atrapada bajo su cuerpo, sometida a su dominio y sin saber qué podría mitigar su pavor.


No le estaba haciendo daño, pero quería devolverlo al aquí y al ahora. No sabía qué había hecho, pero lo había herido sin proponérselo y eso había desatado un ataque de pánico.


Tenía el corazón a cien por hora y la sensación de que llevaban así una eternidad cuando por fin
Pedro agachó la cabeza y posó la boca sobre la suya. La besó como quien acaba de recuperar la
compostura y le metió la lengua en la boca como un látigo, conquistándola una y otra vez.


Su actitud salvaje y dominante despertó un instinto animal en ella, como si su cuerpo de hembra respondiera de manera instintiva a su macho. Empujó la lengua contra la suya y se rindió a su sometimiento, permitiéndole ser el amo.


—Paula —susurró su nombre tras separar la boca de sus labios y enterrar la cabeza en un costado de su cuello.


—Sí. Solo tú y yo, Pedro. Solo nosotros.


—Necesito follarte. —Su atronadora voz quedó amortiguada por el contacto con el cuello.


—Hazlo. Tal y como estamos.


Lo que había detonado esa extraña reacción era que ella se hubiera puesto encima y hubiera
controlado la situación, pero el deseo seguía ahí. Paula percibía una lujuria voraz que le rozaba el muslo dura como una roca.


—Lo siento, cariño. Me estaba gustando mucho, pero es que no pude…


—Déjalo. Da igual. Ahora solo quiero sentirte dentro de mí. —Separó las piernas y trató de mover los brazos—. ¿Puedes soltarme?


Fue soltándola despacio a medida que se movía entre sus muslos.


—Sí, creo que sí —respondió con un tono que revelaba gran inquietud.


Paula tuvo sentimientos indecisos mientras liberaba las muñecas de sus manos, que prácticamente la habían soltado de todo, y le rodeaba el cuello con los brazos.


—Solo quiero abrazarte. Tú tienes el control.


—Contigo siempre lo pierdo —murmuró en voz baja mostrándose reacio a resignarse.


—Hazme el amor, Pedro.


Ya no le importaba rogarle. El ataque de pavor y la vulnerabilidad de Pedro habían acabado de un plumazo con sus instintos de protegerse a sí misma. Tenía que ayudarlo a liberarse, a borrar ese secreto que lo tenía prisionero. Era un hombre demasiado bueno, una persona demasiado generosa como para permanecer atrapado en el pasado, incapaz de seguir adelante.


«Por no mencionar que lo amo y que lo deseo tanto que me duele».


Hacía tiempo que debería haber dejado de negar la realidad y haber aceptado que era incapaz de no involucrarse sentimentalmente con Pedro. Se había comportado con cobardía y egoísmo porque le daba tanto miedo acabar destrozada que había preferido negar el brutal magnetismo que ejercía sobre ella. Y la sensación era mutua. Ella no era la única que se estaba resistiendo a esa tentación sin saber cómo enfrentarse a ella. ¡Por el amor de Dios! Pedro llevaba más de un año detrás de ella, tratando de protegerla. La había sacado de la calle, literalmente, y le había puesto en bandeja todas las cosas con las que una mujer podría soñar, y no solo materiales. La consolaba cuando estaba disgustada y se quedaba a su lado cuando se encontraba enferma. La escuchaba como si todas sus preocupaciones, sus ideas y sus sueños fueran importantes para él. Era obvio que sentía algo. La pregunta era: ¿sería la misma atracción irresistible y fascinante que sentía ella? Esa química mística y misteriosa que la había seducido había crecido a una velocidad vertiginosa hasta convertirse en un amor que le arañaba las entrañas, le cortaba la respiración… y le robaba hasta el sentido común.


—Tócame, preciosa. Por favor.


Más que una petición, su voz arisca y crispada expresaba una orden desesperada motivada por el deseo y el anhelo.


Las manos de Paula se movían despacio, acariciando sus anchos y fornidos hombros, palpando cada centímetro de sus sólidos músculos y saboreando la fuerza que irradiaba su poderoso cuerpo. Recorrió la columna vertebral con las manos hasta alcanzar la nuca. 


Le tiró del pelo para que inclinara la cabeza y le recorrió la clavícula con besos ligeros mientras lo peinaba con los dedos. Gimió levemente antes de llevar la boca a su palpitante cuello y, al inhalar su aroma viril, una calidez erótica se propagó por todo su cuerpo. Respiró hondo para que su fragancia la consumiera mientras el sensual latido que galopaba bajo sus labios le aseguraba que él sentía la misma necesidad que ella.


Pedro emitió un gruñido antes de poner en marcha su fornido cuerpo. El duro miembro encontró entre los muslos de Paula un cálido lugar en el que reposar y su suave verga se deslizó entre los mullidos pliegues de su sexo empapándose de calor. Sintió que cada una de sus terminaciones nerviosas entraba en combustión en el momento en que Paula abrió más las piernas, rogándole en silencio que la saciara, que satisficiera ese anhelo acuciante que le arañaba por dentro sin descanso.


Él se incorporó sin previo aviso y Paula gimoteó al sentirse privada del calor que desprendía. 


Pedro buscó el dobladillo de su ínfimo camisón, se lo quitó por la cabeza y lo tiró al suelo.


—Así ya no hay nada entre nosotros —bramó antes de volver a inclinarse sobre ella.


Paula gimió al sentir de nuevo su ardiente cuerpo contra el suyo, desde el pecho hasta la ingle, y saboreó la dulce sensación de rozar piel con piel.


—Mía. Eres mía. Dilo. —Se le escapó la exigencia entre los labios como si no fuera capaz de contenerse.


Pedro el Dominante había vuelto para la revancha y Paula se estremeció. Estaba claro que le encantaba controlar la situación, pero eso no tenía nada que ver con su pasado. Era, simplemente, Pedro en todo su esplendor.


Metió la mano entre los cuerpos y colocó su pene audaz ante la abertura de la cavidad de ella para empezar a penetrarla con gozosa lentitud.


—Dilo —repitió con mayor exigencia y un tono más posesivo.


¡Dios mío, adoraba esa potencia, ese dominio!


—Soy tuya. Te necesito.


Para recompensarla empujó las caderas y le metió la polla hasta el fondo, llenándola por completo.


El momento era tan carnal que a Paula le faltó poco para alcanzar el clímax.


—¡Joder! ¡Cómo me pones! —Se alejó ligeramente para volver a penetrarla y empujó aún más las caderas para meterle hasta el último centímetro—. No sé si sé hacer el amor. Lo único que sé es follar.


Paula se aferró a sus hombros en busca de algo de equilibrio y cordura.


—Yo tampoco sé si lo sé hacer. Supongo que tendremos que aprender juntos —respondió con el escaso aliento que le quedaba.


Le abrazó la cintura con las piernas tratando de acercarse aún más a él. Pedro emitió un sonido
gutural que reverberó en su garganta, mientras echaba las caderas de nuevo hacia atrás para volver a embestirla. Una y otra vez.


Agachó la cabeza para buscarla con los labios y conquistarla con la lengua y, al hacerlo, capturó con la boca el gimoteo de ella. Cada roce de su lengua, cada embestida de su polla la marcaba a fuego y la reclamaba como suya. Y Paula poco podía hacer ante eso más que rendirse.


Arrancó la boca de la de ella para tomar aire, algo que los dos necesitaban, y sus caderas
continuaron embistiéndola mientras gritaba:
—¡Eres mía!


Cuando le mordisqueó el cuello, un deseo animal hizo estremecer el cuerpo de Paula, que levantó las caderas para salir al encuentro de las de él. Ella gimió mientras deslizaba los dedos por su cabello antes de clavárselos en la espalda. Le hincó sus cortas uñas cuando Pedro cambió de postura sin disminuir en lo más mínimo el ritmo frenético y apasionado con el que empujaba con furia sus caderas.



Lo necesitaba con tal desesperación que estaba a punto de ponerse a gritar de frustración, pero
entonces Pedro comenzó a frotar con fogosidad su ingle contra la de ella, de modo que con cada
profunda penetración estimulaba a la vez su necesitado clítoris. Paula sintió que se partía en dos y pronunció un grito que le desgarró la garganta, pero la boca de Pedro se lo tragó a cambio de un gemido, que vibró en la boca de ella, mientras su cavidad latía alrededor de la suave verga.


Posó la boca en su hombro y empezó a jadear como un descosido:
—Notar que te corres conmigo dentro es la mejor sensación del mundo.


Se la metió hasta dentro y la conexión de sus cuerpos fue aún más profunda, como si se estuvieran fundiendo el uno en el otro. Sin dejar de estremecerse a causa de la explosión orgásmica Paula sintió que los músculos de Pedro se tensaban y que su fornido cuerpo empezaba a temblar a medida que inundaba su útero con un calor abrasador.


«Te quiero».





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