sábado, 9 de junio de 2018

CAPITULO 8 (PRIMERA HISTORIA)




El hielo que cubría el corazón de Pedro se resquebrajó un poco al ver cómo aquella mujer desolada, totalmente destrozada, se deshacía en lágrimas delante de él. Sus sollozos de desesperación lo removieron por dentro.


Si pudiera dar con la cabrona de su compañera de piso, le haría pagar por todo lo que estaba sufriendo Paula.


Incapaz de reprimirse, Pedro se acercó a ella, la abrazó y la puso de pie con sumo cuidado. Ella le rodeó el cuello con los brazos y apoyó el rostro sobre su pecho. Estaban cuerpo contra cuerpo y Pedro sintió el estremecimiento de aquella frágil figura, que trataba de apoyar parte del peso de su desesperación en su hombro.


—Tranquila. Todo saldrá bien. Yo cuidaré de ti.


Pedro acarició el pelo negro y sedoso de Paula, consciente de que lo había dicho totalmente en serio. No lo decía para tranquilizarla ni para aliviar su dolor, lo decía porque quería cuidar de esta mujer que había soportado con un coraje digno de admiración los múltiples apuros y vicisitudes que la vida le había deparado. Sin duda era una persona muy especial y faltó poco para que sus lágrimas le emocionaran.


Tomó aire y abrazó con más fuerza su esbelta cintura. 


Recorrió su espalda con una mano y trazó relajantes círculos para calmarla. Paula se sentía muy a gusto en sus brazos. Al inhalar la seductora fragancia de ella se empalmó. Olía a una mezcla de primavera y de Paula: una fragancia natural y cautivadora que le hizo la boca agua.


Deseó que la polla se estuviera quietecita mientras apretaba contra su pecho el dócil y suave cuerpo de Paula. Sabía que no era un buen momento para ponerse cachondo, pero le parecía inconcebible estar a un kilómetro de ella sin ponerse como una moto.


Pedro quería que todos los problemas de Paula desaparecieran, que se esfumaran sin dejar rastro, como si jamás hubieran existido.


—Lo solucionaremos, Paula. Yo te ayudaré.


Se apartó de él secándose las lágrimas con ambas manos.


—Te he mojado entero —susurró entre sollozos secándole con la mano la parte delantera de la camisa.


Pedro le entraron ganas de ponerse a llorar cuando Paula se apartó de él, pero se limitó a decir:
—Da igual.


Tras recuperar la compostura Paula afirmó con determinación:
—De nada sirve seguir lloriqueando como un bebé. Tengo que ir a buscar un albergue. Ahora mismo estoy en la ruina.


—Déjate de albergues. Quédate aquí. Tengo espacio de sobra —repuso Pedro tratando de guardar las formas aunque, si Paula se empeñaba en irse, estaba dispuesto a sujetarla para impedírselo. No dejaría que pisara un albergue. Puede que ahora estuviera arruinada, pero era una situación temporal—. Sé sensata. Necesitas ayuda y yo estoy dispuesto a ayudarte. Puedes quedarte aquí hasta que acabes el semestre.


—¿Por qué? ¿Por qué querrías que me quedase aquí? No me conoces de nada.


Le hubiera gustado responderle que sí que la conocía, que sabía quién era desde el primer momento que la vio. Había despertado algo en él, un sentimiento franco y primitivo.


—Necesitas ayuda. A todos nos pasa alguna vez. Yo tuve la suerte de tener a mi hermano.


Pedro, no puedo aprovecharme así de ti.


«Que sí, que sí. Y siempre que quieras».


Pedro volvió a sentarse para ocultar una erección que iba en aumento y tuvo la suerte de que ella también se sentara para coger la taza de café.


—No te estarías aprovechando de mí. Tan solo estarías dejando que te ayudara un poco.


Paula soltó un resoplido antes de tomar un sorbo del tibio café.


—Es más que «un poco». Aún me quedan más de cuatro meses en la universidad y no tengo dinero, ni ropa, ni nada de nada.


Pedro le hubiera respondido que por él podía pasearse desnuda y a sus anchas por el piso, pero en lugar de eso contestó:
—Nina te comprará algo de ropa. No te preocupes. —Respiró profundamente antes de añadir—: Solo tengo una condición. Si me prometes eso, te ayudaré en todo lo que necesites.


—¿Cuál? —preguntó mirándolo con cautela por encima de la taza.


—No quiero que trabajes mientras estudias.


Pedro tuvo que reprimir una sonrisa al ver la transformación del rostro de Paula, que lo miraba ahora con un gesto testarudo e implacable. No iba a ser fácil convencerla, pero él tampoco pensaba darse fácilmente por vencido.


—No puedo dejar el trabajo. Lo necesito para vivir. No tengo nada — afirmó con rotundidad.


—No trabajarás. Yo te ayudaré en el plano económico. Ya pasas cuarenta horas a la semana en la universidad y eso sin contar lo que estudias en casa. Esa es mi oferta. La tomas o la dejas.


Pedro se negaba a quedarse de brazos cruzados mientras ella malvivía.


Tan solo había dormido una noche como Dios manda y ya casi se le habían quitado las ojeras. Pedro quería ser testigo de cómo desaparecían por completo y de cómo se alimentaba en condiciones. Aunque su interior fuera duro como el acero, Paula tenía un cuerpo frágil.


—Pero yo…


—Ese es el trato, ¿lo tomas o lo dejas?


Pedro se quedó contemplando su rostro: vio cómo se le ponía la cara roja y la mirada de desprecio que le dedicaba. 


Aunque le latía el corazón cada vez más rápido y se había quedado sin respiración, Pedro no hizo el menor ruido. Era una estrategia arriesgada, pero Paula no tenía adónde ir.


¿Qué alternativa le quedaba? A pesar de todo, por un momento —un instante que le pareció una eternidad—, estuvo convencido de que Paula le iba a mandar a la mierda.



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