sábado, 9 de junio de 2018

CAPITULO 9 (PRIMERA HISTORIA)





Él le estaba dando órdenes, diciéndole cómo vivir su vida, y su instinto le pedía que se rebelara. Paula soltó un resoplido de frustración. 


La expresión de Pedro era inquebrantable e inflexible. Estaba claro que no había margen de maniobra. O lo hacían a su manera o no lo hacían. ¿Tenía alternativa? 


Podría buscar un albergue, pero entonces tendría que abandonar temporalmente los estudios y eso supondría tirar por la borda todo el curso.


—¿Qué pasaría con mi seguro médico? ¿Y con el subsidio por desempleo? ¿Y con el restaurante?


—Mamá se las apañará. Tiene camareros que quieren trabajar más horas. —Paula se estremeció, pues sabía que Pedro estaba en lo cierto.Tenía compañeros que estaban deseando trabajar a jornada completa—. Me encargaré de que mantengas el seguro. No dejaré que pierdas la cobertura médica.


Escudriñó los ojos de Pedro tratando de averiguar lo que pensaba, pero aquel hombre era un misterio para ella. ¿Por qué hacía todo esto? ¿Podía fiarse de él? Apenas lo conocía. Pero confiaba en Helena, y Helena adoraba a sus hijos.


—De acuerdo, lo haré. Pero tendrás que tomar nota de todos los gastos porque te devolveré el dinero en cuanto pueda.


—No hay trato.


—Me acabas de decir que solo había una condición.


Como le habían empezado a temblar las manos, Paula agarró con fuerza la taza de café y la inclinó para tomarse hasta la última gota.


—Puesto que tratas de modificar las condiciones iniciales me veo obligado a añadir una cláusula —repuso Pedro encogiéndose de hombros.


—¿Qué sacas tú con todo esto? Voy a invadir tu intimidad, a quedarme con tu dinero, ¿y tú no obtienes nada a cambio? —le preguntó atónita, desconcertada ante semejante acuerdo.


—No quiero tu dinero. ¿No puedes dejar que te ayude sin cuestionar mis motivos? Quiero ayudar. Eso es todo —zanjó con irritación e impaciencia.


Le dio el último trago al café y, al dejar la taza sobre la mesa, pegó un manotazo.


—No puedo aceptarlo así como así. Quiero darte algo a cambio de tanta molestia. Siempre me he mantenido a mí misma.


Estaba nerviosa y se levantó para recoger las tazas. Las llevó al fregadero y las pasó por agua antes de meterlas en el lavavajillas. Lo cierto era que debería estar besándole los pies como muestra de gratitud, pero, por alguna razón, estar en deuda con Pedro le molestaba. No estaba acostumbrada a que le regalaran nada, a que nadie le regalara nada. Era una superviviente que hacía malabarismos para mantenerse al menos un paso por delante de la pobreza. Esta situación le resultaba totalmente ajena y la aturdía.


Al darse la vuelta Paula se chocó con el musculoso cuerpo de Pedro, que la impedía avanzar sin ejercer el más mínimo esfuerzo. El tío era como un bloque de cemento: duro e inamovible. Para no perder el equilibrio Paula apoyó las manos en sus fuertes y musculados bíceps:
—Perdona —masculló, pero Pedro no se apartó.


—Solo quiero una cosa a cambio, Paula—le susurró con voz sugerente mientras parecía olfatear su aroma.


Entonces colocó las manos de un golpe sobre la encimera y le cerró el paso. Pedro era como una olla a presión de testosterona y todas las hormonas de su cuerpo de mujer se elevaron excitadas para ponerse a su altura, respondiendo con entusiasmo a la llamada masculina. La tenía rodeada, apresada como a un esclavo. Paula se derritió por dentro, deseando someterse a su dominación y dejarse caer en sus fornidos brazos. «Pero ¿qué…?». ¿Qué querría de ella?



1 comentario:

  1. Ahhhhhhhhhhhhh nooooooooooo me muero de intriga con lo que le va a pedir Pedro.

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