lunes, 2 de julio de 2018
CAPITULO 11 (SEGUNDA HISTORIA)
Pedro Alfonso cruzó lentamente la sala de visitas de la clínica, perdido en sus propios pensamientos. ¿Qué coño había pasado? Había entrado a ver si Paula estaba bien, preocupado porque estuviera allí tan tarde, una parada rápida para asegurarse de que todo estaba bien porque sabía que estaba sola. Maldita sea.
¿Podría algún día verla y no querer poseerla, hacer que lo deseara tanto como él la deseaba a ella?
Nunca la has olvidado. Probablemente nunca la olvidarás. Su imagen te ha perseguido durante años. Se te metió en la piel como una astilla enquistada que no has encontrado la forma de extraer.
Al salir, Pedro cerró la puerta. Miró a uno de los guardias de seguridad.
–¿Podría echar la llave?
El hombre asintió.
–Sí, señor. Espero que su encuentro con la Dra. Chaves se haya dado bien.
Pedro hizo una mueca entre la sonrisa y la burla.
–Seguro, fue muy informativo.
He sabido que me sigue odiando como siempre.
Se despidió con la mano de los guardias y se dirigió a su coche.
¡Sí! El encuentro fue realmente bien, se decía tristemente mientras se subía a su Bugatti y arrancaba el motor.
Ni siquiera dijiste que lo sentías…
Sus palabras lo perseguían, probablemente lo perseguirían de ese momento en adelante.
–¡Mierda!
Con frustración, Pedro le dio un puñetazo al volante. No. Nunca le había dicho que lo sentía.
No tuvo oportunidad de hacerlo entonces. Aún así, debería haberlo hecho, debería haber encontrado una forma de disculparse algún tiempo después. No fue posible después del incidente y acababa de echar a perder su segunda oportunidad hacía tan solo unos minutos.
¿Qué tenía Paula que lo hacía perder el juicio?
Estás actuando como un gilipollas, porque a ella ya no le importas y eso te está matando. Podría
darte su cuerpo si la sedujeras, pero nunca su corazón. Nunca más.
Hubo un tiempo, hace años, cuando Paula lo miraba con ojos de admiración, de adoración.
Un breve incidente y esa mirada se borró para siempre de sus hermosos ojos.
Dejando caer la cabeza sobre el volante cerró los ojos, aún capaz de ver a la Paula que lo había mirado con respeto y afecto aún cuando no tenía un duro. Era irónico, ahora que era uno de los hombres más ricos del mundo lo miraba como a una cucaracha a la que había que aplastar, una rata que tenía que ser exterminada.
La verás de nuevo. Se verá obligada a hablarte en la boda de Simon y Karen. La boda se iba a
celebrar en su casa, así que Paula no iba a tener más remedio. Él era el padrino y ella la madrina.
Paula tendría que, al menos, guardar las apariencias y Pedro sabía que así lo haría. Ella era considerada y leal con sus amigos. Dejaría a un lado sus sentimientos para asegurarse de que todo en la boda de Karen fuera bien, sin problemas ni dramas.
Y me trate como me trate o me mire como me mire, no voy a actuar como un imbécil con ella.
Mierda. Espero que no traiga a un tío con ella. Ni le he preguntado a Simon si Paula está saliendo
con alguien.
Pedro se incorporó dando un suspiro y puso la marcha atrás preguntándose si siquiera le era posible no comportarse como un indeseable. Lo cierto es que los años lo habían cambiado, lo habían convertido en un hombre que a él mismo no estaba seguro de gustarle. Y si había alguien en la vida de Paula era aún más probable que perdiera los papeles.
Encuentra una mujer, alguien que te haga olvidar a Paula.
Se abrochó el cinturón de seguridad cuando salía del aparcamiento. Respiró hondo e hizo una lista mental de posibles candidatas... hasta que percibió un olor tentador, un olor vago que permanecía tenazmente aferrado a su camiseta.
Su fragancia. Un recuerdo de lo que acababa de ocurrir en la oficina.
–¡Mierda¡ No puedo hacerlo. No puedo estar con otra mujer. Ahora no –se dijo en voz baja, enfadado por haberla besado, por haber sentido en su piel las exuberantes curvas de Paula.
Ahora, la idea de pasar una noche en la cama con otra mujer lo dejaba helado. Para ser honesto, lo dejaba helado desde hacía un año, cuando volvió a ver a Paula.
Pedro frenó a la salida de la zona de estacionamiento, echando un rápido vistazo a su reloj. Sonriendo, giró a la izquierda en lugar de a la derecha, en dirección al piso de Simon.
Ya era hora.
Simon lo había llamado antes para hacerle saber que iba a ser tío y para pedirle un favor, algo completamente inusual en él. No había nada que no hiciera por su hermano pequeño.
Le había fallado una vez y no iba a pasar de nuevo. Para cualquier cosa que Simon necesitara lo encontraría.
Gracias a Dios, Simon había encontrado a Karen. Pedro adoraba a la prometida de su hermano, dispuesto a besar el suelo que pisaba por el simple hecho de amar a su hermano pequeño incondicionalmente, por hacer a Simon más feliz de lo que jamás lo había visto. Y Simon se merecía esa felicidad, esa devoción.
Tristemente, ver a Simon y Karen juntos le hizo darse cuenta de lo vacía que estaba su vida, lo desolada y superficial que era su existencia.
Como si no lo hubiera sabido siempre. Nada ha sido auténtico desde que perdí a Paula.
Besar a Paula, abrazarla otra vez después de todos esos años, había empeorado las cosas.
Era como si algo estuviera despertándose en él, una sensación entre familiar y nueva. Con seguridad, no era una sensación cómoda.
Olvídala. Olvida lo que era perderse en la suavidad de Paula, su olor, sentir sus exuberantes curvas y su boca deliciosamente ansiosa.
Pedro se maldijo, sabiendo que dormiría solo esa noche, que se llevaría él mismo de la mano mientras fantaseaba con Paula. Y esta vez, los recuerdos serían mucho más vividos, más nuevos, más reales que antes.
¡Mierda! Estaba bien jodido… y, definitivamente, no muy contento de estarlo.
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