sábado, 14 de julio de 2018
CAPITULO 2 (TERCERA HISTORIA)
En el presente.
-No necesito una mujer, Magda, ya estoy
casado.
Pedro acarició su alianza de platino, un anillo que raramente abandonaba su dedo desde el día de su boda y allí permanecería aún hasta después de muerto. Técnicamente, seguía casado. El cuerpo de Paula nunca fue encontrado y no había sido declarada oficialmente muerta.
Respiró hondo, dejando salir el aire lentamente,
saboreando el olor a barbacoa y aire fresco.
Celebraban el final del verano con un picnic, una rara ocasión en la que familiares y amigos podían reunirse en uno de los parques públicos, volver a la niñez y olvidar que eran algunos de los individuos más ricos del mundo, con más responsabilidades sobre sus cabezas que un ciudadano cualquiera.
Hoy, eran gente corriente y Pedro no quería tener esta conversación con su recién encontrada hermana. Sólo quería saborear el hecho de que tenía una familia, una hermana de la que no conoció su existencia hasta principios de año. Por unas cuantas horas, quería disfrutar de la compañía de la gente que le importaba y no pensar en la mujer que había perdido.
Encontrar a Magda había sido un milagro, un regalo que no quería desperdiciar.
Magdalena se mordió el labio inferior, mirándolo con una expresión preocupada desde el otro lado de la mesa a la que habían sido desterrados por el marido de Magda, Samuel Hudson. Samuel estaba a cargo de la barbacoa y quería a su esposa, embarazada, alejada del fuego. Pedro sonrió, preguntándose cómo su
amigo y cuñado iba a sobrevivir el embarazo de
Magda. Estaba de pocos meses y Pedro la trataba como si fuera tan frágil como el cristal.
No quería imaginarse lo enfermizamente protector que Samuel se volvería a medida que el embarazo progresaba. No importaba que Magda fuera médico y perfectamente capaz de saber lo que podía o no podía tolerar, Samuel estaría siempre encima de ella.
Francamente, no podía culparlo. Él mismo se sentía algo más protector que un simple hermano. Su hermana tenía treinta y cinco años, dos años mayor que él, y quería ese hijo desesperadamente. Se sentiría aliviado cuando el bebé naciera sano y salvo.
Cualquier otra opción le destrozaría el corazón a
Magda, y su hermana ya había tenido suficientes adversidades que superar en la vida.
— Sólo quiero que seas feliz —respondió en voz
baja, estirando nerviosamente uno de sus rizados mechones de pelo rojo.
Pedro odiaba esa expresión triste en su rostro,
pero de alguna manera tenía que hacerle entender que no estaba interesado en ninguna compañía femenina. A veces no era posible conseguir la felicidad extrema que ella tenía con Samuel.
Definitivamente, no estaba en su futuro. Él había
encontrado al amor de su vida… Y había conseguido mandarlo todo a la mierda. Su hermana había tratado de presentarle a varias mujeres todo el verano y eso se tenía que acabar.
— Siento por Paula lo mismo que tú sientes por
Samuel. La amé. Aún la amo. Su muerte no ha
cambiado nada. No hay nadie más para mí, Magda. Ella fue la única. —Pedro sabía que Magda lo entendería. Después de todo, ella había esperado una década por Samuel—. No puedo estar con nadie más. Nunca podré.
—Eso lo piensas ahora, Pedro, pero algún día…
—Sentiré exactamente lo mismo el próximo año,
dentro de diez años y cada día posterior. —No iba a andarse con rodeos con ella. Nunca más. En el pasado, cambiaba de conversación cuando le sugería que debía buscar la compañía de una mujer, pero esta vez no. La preocupación de Magda por su felicidad era entrañable, pero equivocada. Sólo conseguía hacerle recordar aún más lo que había perdido—. Si algo le pasara a Samuel, ¿cuándo estarías lista para salir con otro?
A Magda se le entristeció el rostro y Pedro se
sintió como un imbécil. Lo último que deseaba era herir a Magda. Sabía que tenía buena intención y sólo quería que fuese tan feliz como lo era ella con Samuel, pero ya no aguantaba más y necesitaba desesperadamente que lo dejara en paz. Había pasado los dos últimos años y medio intentando no perder la cordura, el dolor en el pecho sin remitir, intentando superar día a día la angustia de vivir sin Paula. Era mejor no pensar en relaciones amorosas en absoluto.
No había final feliz para él, sólo supervivencia, y estaba mejor trabajando, durmiendo de agotamiento y dando gracias al cielo por la familia y los amigos. No quería otra mujer. No había sustituta. Era como era. Aparentemente, él y su hermana compartían una misma característica: se enamoraban una vez y para siempre.
—Nunca —admitió Magda. Sus ojos avellana se encontraron con los de él, comprendiendo finalmente lo que le quería decir—. Nunca estaría preparada porque Samuel es el único hombre para mí. Te comprendo y te pido disculpas. Es sólo que me siento tan inútil. Quiero ayudarte, pero no sé cómo.
Pedro se levantó y fue a sentarse al lado de su
hermana embarazada para abrazarla. Cerró los ojos, saboreando el femenino, compasivo abrazo de su hermana mientras le rodeaba los hombros con sus brazos y lo estrechaba.
— Ya me has ayudado siendo mi hermana. No necesito nada más —dijo con dulzura y con voz enronquecida. Mentía, sin duda. Pero lo que
necesitaba no era posible. Paula no iba a regresar y necesitaba aceptarlo. Simplemente, nunca lo había aceptado hasta el momento.
— A ver si dejáis eso ya antes de que Samuel
venga y os parta los brazos.
La voz masculina, jovial, sonó a sus espaldas.
Su cuñado Kevin se acercaba a ellos con Tucker, el sabueso con cara triste de Pedro. O mejor dicho, de Paula. Tucker era un perro callejero que Paula había adoptado y Pedro nunca había averiguado a qué raza pertenecía. Parecía un mal cruce entre basset y san-humberto, un can que hacía poco más que comer y mirar con reproche a Pedro desde algún lugar escondidos entre los pliegues de su piel. Pedro no estaba seguro cómo Kevin había hecho que Tucker se moviera.
Aquel perro consentido y holgazán solía mirar a quienquiera que lo quisiera pasear con desdén y se volvía a dormir. Podía ser peor que un dolor de muelas, pero Pedro no había sido capaz de deshacerse de Tucker a pesar de las muchas miradas acusatorias que éste le lanzaba, como si lo hiciera responsable por la desaparición de
Paula. Ella adoraba al perro y el chucho estaba completamente enamorado de su dueña.
Hombre y perro habían firmado una tregua sólo por ella.
Habían aprendido a tolerarse mutuamente. Pedro sabía que Tucker todavía languidecía por Paula, como si todavía esperara que volviera a casa. En eso, hombre y perro eran tristemente parecidos. De alguna extraña, retorcida manera le hacía sentirse mejor a Pedro saber que había otra alma lamentando la pérdida de Paula, aunque fuera un perro de treinta kilos poco atractivo.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario