sábado, 14 de julio de 2018

CAPITULO 3 (TERCERA HISTORIA)




Kevin se acercó a ellos cojeando, arrastrando a
Tucker. El perro jadeaba, lengua afuera, cuando se dejó caer a los pies de Pedro, no sin antes dirigirle una mirada de recriminación.


—No es culpa mía. Te fuiste con él —respondió
Pedro a la silenciosa amonestación de Tucker,
devolviéndole la mirada.


¿Es que Tucker no conocía a Kevin? El hermano
de Paula se empeñó en doblegar su pierna mutilada como si tuviera algo que probarse a sí y a los demás.


Cuando tuvo el accidente de moto que terminó su brillante carrera de jugador de fútbol americano, los médicos no creían que pudiera salvar la pierna, pero Kevin no sólo la salvó sino que estaba en mejor forma que ninguna otra persona que Pedro conociera.


Pedro se separó de Magda, que sonreía a Kevin mientras que este se dejaba caer sentado a su lado, cuidando de no sentarse encima del sándwich de Magda.


—¿Os habéis dado una buena paliza? —
preguntó Magda, acercándose a acariciar al maltrecho can. Tucker ya estaba roncando, pero dejó escapar un gemido de satisfacción cuando ella le acarició la cabeza.


—Seguro. Tucker me ha hecho sudar la gota gorda. Estoy reventado. Este perro corre a un ritmo agotador —respondió Kevin bromeando.


Sonrió a Paula y se incorporó, como si estuviera listo para andar otros diez kilómetros sin esfuerzo. Pedro estaba seguro que Tucker había seguido a Kevin sin molestarse en apretar el paso, lo que sin duda habría puesto de un humor de perros a Kevin. Me recuerda tanto a Paula.


Kevin y Paula tenía los mismos ojos azules, una sonrisa luminosa y el pelo rubio. En ese momento, Kevin estaba despeinado y necesitaba un corte de pelo, que le llegaba al cuello de la horrorosa camisa de flores que llevaba puesta. Por alguna razón, Kevin había sido siempre el perfecto candidato para la lista de los hombres peor vestidos. No era porque no tuviera dinero. Su cuñado era más que rico, quizás más que Pedro. Se había hecho cargo de la Harrison Corporation junto a su hermano mellizo, Teo, cuando sus padres murieron cuatro años atrás y había sido defensa en un equipo de fútbol profesional en Florida, ganando un sueldo astronómico y contratos publicitarios altamente lucrativos. Pedro apostaría algo a que la camisa, a pesar de estar para arrojarla al cubo de basura más cercano, era de marca. De hecho, creía que Kevin se vestía así para irritar a su hermano. 


Teo era más bien neurótico y meticuloso, características que Pedro compartía y que
deberían hacerlo más afín a Teo que a Kevin. 


Sin embargo, después de perder a Paula, Pedro y Kevin se habían acercado más, pasaban más tiempo juntos.


Kevin había estado dispuesto a hablar de Paula, Teo permanecía estoico y en sí mismo.


—Fue un detalle que sacaras a Tucker a hacer
ejercicio —dijo Magda a Kevin acercándose a darle un beso en la mejilla.


—Quieto ahí. Samuel tolera que Pedro reciba algo de mimos, pero si no eres familia, guarda las distancias.


Simon Hudson, el hermano menor de Samuel, se acercaba a la mesa con su embarazadísima esposa, Karen, pretendiendo que su aviso sonara con seriedad.


—Somos familia política, más o menos —
contestó Karen, sonriendo mientras que Simon
ayudaba a Karen a sentarse en el banco enfrente de ellos—. Es la hermana de mi cuñado. ¿No cuenta eso?


Simon arrugó el entrecejo, se evidenciaba su preocupación porque su esposa pudiera ponerse a dar a luz en cualquier momento. Kren estaba radiante, su cara sonrosada por el paseo con su marido. Simon miró por fin a Kevin después de sentarse al lado de su mujer.


—No cuenta. Si no eres familia directa, olvídate
—sentenció Simon.


Karen le dio una torta en el brazo.


—Kevin es de la familia. Déjalo en paz,
cavernícola. Resulta que a las dos nos gusta que nos trate como hermanas. Kevin y Pedro son mis hermanos honoríficos.


Pedro dejó escapar una risotada.


—Así que podemos darte un abrazo de
hermano, ¿no? —preguntó sin dejar de mirar a
Simon.


Pobre Simon, no debería tomarle el pelo. Era enfermizamente celoso y su mujer estaba de nueve meses, pero Pedro no podía evitarlo. Con una mirada cómplice a Kevin, los dos empezaron a levantarse.


Simon emitió un gruñido, de hecho, enseñó los dientes, cuando Kevin y Pedro se levantaron. 


Karen parecía encantada con la idea de recibir el abrazo de los dos hombres.


—Un paso más y los dos acabáis en el hospital
—advirtió Simon amenazante.


Pedro sonrió y Kevin rio a carcajadas.


Definitivamente, no era buena idea bromear con
Simon acerca de su mujer, pero era entretenido ver sus reacciones. Los dos volvieron a sentarse, sabiendo que no era conveniente ir más lejos. A Pedro no le cabía duda que Simon cumpliría su palabra.


—Ya verás —dijo Simon—. La venganza se
sirve en plato frío.


La sonrisa despareció del rostro de Pedro.


Aunque a Kevin lo había plantado su novia recientemente, su cuñado podría algún día encontrar una mujer y entonces pagaría todas sus bromas.


Pero Pedro sabía que nunca la encontraría. Y él
nunca había tratado a Paula de la forma que Samuel y Simon trataban a sus mujeres. Sus padres lo habían querido, dándole todo lo que un hijo, adoptado o no, pudiera desear. A cambio, él siempre quiso hacerlos sentirse orgullosos comportándose siempre con dominio de sí. No es que no hubiera querido comportarse como un salvaje con Paula en algunas ocasiones, todo el tiempo, de hecho, pero no había permitido que ese deseo saliera a la superficie. Sin concesiones, lo reprimió, enterrándolo en lo más profundo de sus entrañas, y amó a Paula con el mismo tibio, solícito afecto que su padre mostraba hacia su madre. Pero por Dios que no había sido fácil. 


Pedro sabía que sus instintos animales se habían despertado con Paula, devorándolo por escapar, pero los había ocultado siempre, en una lucha constante para mantenerlos a raya. 


Ahora pensaba que ojalá los hubiera desatado y la hubiese amado con toda pasión. Temía asustarla, ahuyentarla si se comportaba irracionalmente. Pero viendo a los otros dos hombres con sus esposas no podía estar seguro de que ella no lo hubiera querido a él de esa manera también. Karen y Magda parecían felices, por entero seguras de que eran amadas. 


¿Se había sentido Paula así alguna vez? No estaba seguro.


Samuel les trajo un plato de hamburguesas y
perritos calientes recién hechos. Rápidamente, juntaron dos mesas de picnic para que todos pudieran sentarse. La madera pareció crujir, protestando el peso de la gente y de la cantidad de comida, suficiente para alimentar a una milicia. Kevin y Magda se sentaron uno a cada lado de Samuel. Pedro recorrió con la mirada el grupo en torno a la mesa y la gente a lo largo del perímetro del parque, riendo para sí de la cantidad de guardias de seguridad camuflados que los rodeaban. 


Sabiendo que Samuel y Simon tendrían el parque rodeado, no se había molestado en incluir su servicio de seguridad, más pequeño, en esta ocasión. Ahora estaba contento de no haberlo hecho. Hubiera sido demasiado. Los hermanos Hudson tenían prácticamente un pequeño ejército rodeando el parque para proteger a sus mujeres. No es que Pedro los culpara. Quizás si hubiera sido más firme con Paula acerca de su seguridad, quizás si no la hubiera dejado convencerlo de que no necesitaba que la siguieran cada minuto del día, quizás…


Iba a coger una hamburguesa cuando la vio, su
mano se detuvo abruptamente antes de alcanzar el plato. Se quedó helado cuando se encontró con la mirada de una mujer a unos pocos metros de él, sin moverse, medio escondida detrás de una palmera.


Su corazón dio un respingo cuando sus ojos se clavaron en los de ella, tan parecidos a los de Paula.


Podría haberse convencido de que no eran el mismo azul, pero no podía ignorar el sentimiento de familiaridad que sintió y que vio reflejado en la mirada de ella. No podía ser.


—Paula —susurró, dejando caer la mano sobre la mesa, boquiabierto.


Al oír la declaración callada de Pedro, Kevin miró en su misma dirección, vio a la mujer y luego se volvió a Pedro.


—No te hagas eso. No es ella —le dijo
bruscamente.


Sí. Era cierto. Hasta un año después de la desaparición de Paula, Pedro la veía por todas partes.


Pero esto no era lo mismo.


—Es ella —respondió Pedro sin dejar de mirarla,
su cuerpo más y más tenso a medida que se ponía de pie.


Kevin lo sujetó por el brazo. Fuertemente.


—Sus ojos son del mismo color, eso es todo. No
es ella. Mírala, Pedro. Tiene el pelo corto, oscuro. Es delgaducha. No se parece en nada excepto por los ojos. Hay cientos de mujeres con los ojos azules.Deja de torturarte. Paula ya no está aquí y nunca va a volver.



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