lunes, 23 de julio de 2018
CAPITULO 31 (TERCERA HISTORIA)
Paula temblaba de miedo aferrada a un arbusto que salía del acantilado, con los pies apoyados en lo que debía ser una pequeña protuberancia en la roca que formaba el precipicio.
Respira, Paula. Respira. No estás muerta… todavía.
Tras la momentánea parálisis causada por el pánico, intentó hacerse con la situación. Y no era fácil. Colgaba peligrosamente, sólo el vacío entre ella y una larga, mortal caída. No las mejores circunstancias para pensar con claridad.
— ¡Paula!
El atormentado grito de Pedro la devolvió a la realidad. Mirando lentamente hacia arriba, pudo ver la cabeza de Pedro asomándose. Su proximidad la reconfortó. Sus angustiosas miradas se encontraron mientras ella, con mucho cuidado, soltaba una mano y extendía el brazo. A su vez, desde el suelo, Pedro estiró un brazo para cogerla, pero había demasiada distancia entre los dos.
Cerca, pero no lo suficientemente cerca.
— ¡Mierda! Voy a bajar —oyó decir a Pedro decidido.
Espantada, volvió a agarrarse del arbusto con las dos manos.
— No, Pedro. Busca ayuda. —La caída podría matar a cualquiera. Había mirado hacia abajo las suficientes veces para saber que no había nada más que una pared plana debajo de ellos. Había algunos salientes para sostenerse y ella estaba a duras penas sujeta a uno de ellos—. No puedes bajar. Te caerás. Por favor.
A Paula había dejado de importarle si ella se caía, pero no podía soportar que le sucediera a Pedro.
— Ya lo verás —dijo Pedro inflexible, sus piernas oscilando sobre el precipicio—. Tú no puedes aguantar mucho más tiempo.
No…probablemente no podía. El arbusto era lo único que la mantenía contra la pared. El saliente bajo sus pies apenas le ayudaba a aligerar el peso de sus brazos.
— ¡Pedro! Maldita sea. Estate quieto.
El corazón se le detuvo en el pecho al verlo descender, un tortuoso instante tras otro, a medida que él encontraba apoyo en los sitios más impredecibles.
— Tú no te mueres hoy aquí, cariño. Ni ningún otro día. Ahora que acabo de recuperarte —protestó él, con un sonido gutural, roto.
Estaba decidido. No podía verle la cara. En ese momento, Paula maldecía su tenacidad.
— Esto es una locura. Vamos a morir los dos.
— Nadie va a morir —dijo Pedro, sin aliento, poniéndose con cuidado a su lado, agarrando otra pequeña rama del arbusto, a la altura de Paula.
A Paula le faltaba el aire, el miedo se había apoderado de ella. Pedro apenas sujeto a la roca, su agarre aún menos estable que el de ella. Sus miradas se encontraron, ella aterrorizada, él fuego líquido en sus ojos color miel; una mirada de determinación, animal, resoluta, que nunca había visto antes en él.
— Pedro. Por favor. —Las lágrimas surcaron su rostro, su cuerpo estremecido sabiendo que a Pedro le daba igual morir por salvarla. Ella lo había puesto en esta situación por ser una idiota y acercarse tanto al precipicio, pero Pedro no había dudado ir tras ella—. Terco como una mula —susurró desesperada—. Se supone que tú eres el sensato de los dos.
— No cuando se trata de ti —respondió Pedro con seriedad—. Tú sales de esta, cariño.
—Pedro. Tú no puedes …
Le puso una mano debajo de las nalgas y la empujó, pasando a ocupar su lugar mientras lo hacía.
— Agárrate, ¡maldita sea! —le ordenó,
observándola desde abajo.
No estaba lejos de la cima y la voz firme de Pedro la hizo luchar por encontrar un apoyo y evitar que él cayera. Un último poderoso empujón desde abajo puso su torso sobre la cima y Paula se arrastró arañando el suelo, jadeando y sin aliento hasta colapsar en suelo firme. Se volvió y dejó asomar la cabeza sobre el precipicio. Tragó aire al ver que el apoyo que había tenido en los pies se desprendía.
Pedro había puesto demasiado peso en él cuando la empujó por segunda vez. Vio a Pedro oscilar inestable por un instante, el instante más largo en la vida de Paula, hasta que encontró un nuevo apoyo.
Por favor. Por favor, que no muera.
Ella se arrastró con los codos hasta asomar el pecho, queriendo acercarse a él.
— Retrocede inmediatamente —ordenó Pedro con brusquedad, encontrando otro asidero, tirando poco a poco de su cuerpo hacia arriba.
Paula retrocedió, pero no mucho, resuelta a
ayudar a Pedro.
— Puedes cogerme la mano.
— ¡Atrás, joder! —la voz de Pedro sonó contundente. Su cuerpo poco a poco escalando la pared, a base de fortaleza y terquedad masculinas.
Dándose cuenta de que su marido, firme, no iba a correr el riesgo de tirar de ella hacia abajo, Paula se hizo a un lado, dejando sitio para que su marido trepara hasta la cima y para ayudarlo en su ascenso.
Lo cogió por la cintura del pantalón y tiró de él con todas sus fuerzas en cuanto vio aparecer su torso.
Tragó aire cuando él la agarró por la cintura y echó a rodar con ella lejos del borde dentado de la roca, protegiéndola con su cuerpo. No dejó de rodar hasta que dieron contra el tronco de un árbol. El cuerpo de Paula arrellanado en el de él.
Él se levantó y la ayudó a ponerse de pie. Había fuego en sus ojos.
— ¿Estás bien? —preguntó, tocándola por todas partes en busca de alguna herida.
Paula exhaló meditabunda, su cuerpo aún temblando. Pedro tenía raspones y cortaduras, pero estaba de una pieza.
— Estoy bien. Sólo temía que te mataras. ¿Qué estabas pensando? —le riñó enfadada; la adrenalina haciéndose dueña de su cuerpo—. Lo que hiciste fue estúpido. No vuelvas a hacerlo, Pedro Alfonso. Me has quitado veinte años de vida y me has asustado de muerte. —Le dio un puño en el hombro. Y luego otro, desahogándose contra la masa sólida de músculos que era Pedro.
Pedro la cogió, con calma, mientras que ella continuaba golpeándole el pecho. Empezó a bajar la cuesta con su cuerpo desgranado en brazos. Se paró a mitad de camino y la puso de pie en el suelo. La agarró por las muñecas y la empujó contra un enorme árbol, dominándola con muy poco esfuerzo.
Con la adrenalina por la nubes, ella dejó de golpearlo y empezó a sollozar. El miedo la dominaba ahora.
— ¿Qué haría yo si algo te pasara, Pedro? No lo soportaría.
— Lo sé. Así es como me sentí por más de dos años, cuando creí que estabas muerta, cariño— respondió con voz gruesa, emocionada.
Paula dejó de forcejear. Por fin era consciente de la realidad de lo que acababa de pasar.
Había vivido unos instantes de agonía pensando que Pedro iba a morir. Él había pasado más de dos años sin saber, pensando que ella estaba muerta. Había estado sola, añorando a Pedro, pero al menos sabía que él estaba vivo.
— No hubiera podido soportarlo. Los siento. Lo siento.
Sentir la intensidad de lo que Pedro había sufrido la llenaba de remordimiento, angustia, y pesadumbre.
— Lo pasado ya no importa, Paula. Sólo me importa nosotros. Si estás conmigo, nada más importa. Entiendo que me estabas protegiendo. Entiendo que no sabías qué otra cosa hacer. Yo fui parte del problema por la puta manera como hacía las cosas. Déjalo pasar. Necesito hacerte el amor — se desahogó Pedro, agarrando el suéter de Paula y sacándoselo por la cabeza—. Estamos vivos. Estamos juntos.
— No puedo creer que bajaras a rescatarme — dijo ella, todavía aturdida.
— Donde quiera que estés, siempre te voy a seguir —juró él con solemnidad.
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