lunes, 16 de julio de 2018

CAPITULO 8 (TERCERA HISTORIA)




—¿Vas a dejar de mirar y comprar algo? —
dijo Pedro divertido, acompañando el paso de Paula mientras paseaban por el centro comercial
cogidos de la mano—. Has estado mirando por más de una hora.


Paula llevaba dos días fuera del hospital, andando de un sitio a otro por la enorme casa, sintiéndose perdida y preguntándose qué debería estar haciendo.


Era diseñadora de joyas y tenía un taller en casa, pero Pedro había insistido en que se relajara y no se pusiese a trabajar inmediatamente. Ir a su taller le parecía extraño, incómodo, así que no se sentía inspirada de todas maneras. Había poco que hacer excepto intentar averiguar por qué se sentía tan diferente, qué había ocurrido para que un enorme agujero negro se abriera en su pasado dejando un espacio vacío en él. Todo seguía igual y todo era tan diferente a la vez. A veces parecía como si su vida de casada no se hubiera interrumpido nunca. Otras veces parecía como si hubiera un mar entre los dos y podía sentir de verdad cuánto tiempo había pasado, cuánto habían cambiado los dos.


Miró a Pedro y le sonrió, interrumpiendo el ritmo de su respiración al mirarlo, vestido informalmente con unos vaqueros y una camiseta, tan masculino y tan perfecto que sólo deseaba contemplarlo y llenarse de él.


Eso es algo que no ha cambiado. Aún pierdo el aliento cuando estoy a su lado.


— Todo es tan caro aquí —respondió,
preguntándose cuándo había empezado a preocuparse por el precio de las cosas.


— Creo que puedo permitírmelo —replicó Pedro
con una carcajada.


Paula suspiró absorbiendo el sonido de aquella risa, algo que siempre le había dado un brinco en el corazón, excepto que ahora parecía sentir sus latidos con la intensidad de una taladradora. De alguna manera, cada momento con Pedro era mucho más intenso ahora, más importante. No es que sus sentimientos por él no hubieran sido siempre intensos. Sabía también que su amor por él había sido mucho más apasionado que el de él por ella.


Sabía que la amaba, claro, pero Pedro era casi una obsesión para ella, un amor de locura de la que nunca saldría. Pedro era…. bueno…. era Pedro y nunca cometía excesos.


— Me parece ridículo pagar tanto dinero por unos vaqueros. ¿Por qué? —respondió encogiéndose de hombros.


— Por qué, por qué, por qué. Sigues siendo la mujer más inquisitiva que conozco y sospecho que esa sigue siendo tu pregunta favorita. —La recorrió con ojos de codicia y adoración y, en lo más profundo de ellos, con asombro.


— No tiene sentido —dijo de manera defensiva,
preguntándose si le disgustarían los cambios en su personalidad. No sabía de dónde venían, sólo que se sentía rara, como si dos mujeres habitaran su cuerpo.


Pedro se detuvo y se la llevó a un lado para evitar el tráfico de gente en medio del pasillo. Paula golpeó ligeramente la pared con el trasero.


— ¿Qué fue de la mujer que compraba ropa sin siquiera mirar el precio? —le preguntó Pedro,
apoyando una mano en la pared y con la otra
levantándole el mentón para mirarla a los ojos—.
Soy rico, Paula. Increíblemente rico y tú también, por cierto. El fondo fiduciario que te dejó tu abuela no ha hecho más que crecer desde que desapareciste. No has tocado un céntimo.


Paula negó con la cabeza, confundida.


— Lo sé. Pero no sé por qué siento como siento. Sé cómo me solía sentir y era yo, era quien era. Ahora ya no sé quién soy. —Tuvo que pestañear para evitar que se le saltaran las lágrimas, sintiéndose desesperanzada, como si nunca fuera a encontrar a la mujer que Pedro amaba—. Siento como si tuviera que pretender ser como era antes porque era así como tú me querías.


— Aún te quiero —respondió Pedro bruscamente, con ojos tempestuosos, tensando los músculos de la mandíbula— ¡Qué coño me importan a mí tus hábitos de compra!


Paula lo miró fijamente, incapaz de despegar los ojos de su expresión volátil. Parecía un animal hambriento, salvaje y peligroso. Con fascinación, miraba sus hermosos ojos color miel irradiando una incontenible intensidad que nunca había visto en el hombre que amaba. 


Quizás ella no se sintiera como la mujer de la que Pedro se había enamorado, pero Pedro había cambiado también. Había notado la diferencia. El problema es que era aún más excitante de lo que nunca había sido.


— Has vuelto a hablar como un camionero —
balbuceó, incapaz de pensar nada más que decir. Su vientre ardiendo. Todo lo que quería era que la tocara con una necesidad casi insoportable.


Pedro siempre había sido un amante increíble,
generoso, tierno, siempre llevándola al clímax antes de satisfacerse él mismo. Pero nunca lo había visto como ahora: estaba hambriento y ella era la única presa que quería devorar. Él se inclinó acercándose más a ella, tan cerca que ella podía sentir la calidez de su aliento en el cuello.


— ¿Te molesta que hable así? —peguntó con voz grave, áspera, contra su oído, haciéndola estremecer.


— No —respondió sinceramente.


En verdad, la forma en que había hablado había prendido fuego en su cuerpo, y su mente se perdió en visiones de él no sólo hablando como un camionero sino comportándose como tal. No la había tocado con deseo sexual los dos días que llevaba en casa y había empezado a pensar que no la deseaba más, que su cuerpo más delgado, su pelo corto, su aspecto más descuidado y su diferente personalidad habían apagado su deseo.


— Bien. Entonces, ¡qué coño importa nada! —
le susurró, acercando los labios hasta que su boca se cerró sobre la boca de ella, con tal pasión que la hizo gemir en sus labios.


Pedro no besaba, devastaba, y Paula gimió
mientras la boca de Pedro conquistaba la suya. Le rodeó el cuello con los brazos para poder
mantenerse de pie, las rodillas como gelatina, su cuerpo entero estremecido. Enredó los dedos en su pelo, llevada por una pasión tan intensa que deseaba poder rodear su cintura con las piernas y dejar que la tomara allí mismo. Todo en él era fuerza y dominación masculinas apenas contenidas y ella estaba más que dispuesta a someterse, a conocer más de ese carnal y desinhibido Pedro.


Con una mano, Pedro sujetaba la cabeza de Paula por detrás para que no se golpeara contra la pared, mientras que con la otra se agarraba a sus glúteos, aferrándola contra sus caderas. Su lengua, implacable, penetrando y retirándose, emulando lo que ella tan desesperadamente deseaba.


Paula dejó escapar un leve quejido cuando él
separó su boca de la de ella. En el oído, el aliento entrecortado de Pedro no sonaba muy contento.


— Mierda. Estamos en medio de un puto centro comercial y estoy deseando arrancarte la ropa y follarte.


— Pensaba que ya no lo querías más —admitió
Paula, a media voz, aún sorprendida.


— Claro que lo quiero. Ni te imaginas las cosas que quiero hacer contigo. Pero no estoy seguro de que estés preparada para eso. Te he dicho que he cambiado, Paula, y no estoy seguro de que pueda controlarme más tiempo—. Echó la cabeza atrás y la miró con ojos atormentados.


Ella le pasó la mano por la mejilla, gozando la
abrasiva textura de su barba incipiente contra sus dedos.


Entonces no lo hagas. —¡Dios bendito!, si lo que acababa de pasar era indicación de lo que le esperaba, aceptaba la versión cruda y salvaje de Pedro tal y como era y se deleitaría con ella. Era un hombre dispuesto a todo con ella y no había nada que deseara tanto, más de lo que se había imaginado nunca—. Te necesito.


Paula miró la expresión de lucha consigo mismo en Pedro. Podía percibir su vacilación, pero si la expresión animal que veía era alguna indicación, el deseo de tenerla estaba ganando en él.


La cogió de la mano y se incorporaron al flujo de transeúntes.


— Voy a perder la calma —murmuró, llevándola a una tienda de precios económicos—Compra algo. Vete antes de que haga algo que nos ponga en evidencia a los dos —ordenó en voz baja pero firme al tiempo que le soltaba la mano y se desplomaba en un sillón próximo a la puerta.


Paula sabía que él quería distancia, pero estaba reacia a dársela. Lo que ella quería era explorar este nuevo Pedro, saber qué temperatura podía alcanzar, pero estaban en un centro comercial con decenas de personas alrededor y él ya se había expuesto lo suficiente besándola sin aliento contra la pared.


Lo deseo tan desesperadamente que no me habría importado. Hubiera dejado que me tomara donde quisiera porque me olvido de todo cuando me besa.


Sus mejillas empezaron a sonrojarse cuando vio a los agentes de seguridad que los seguían sentarse en los otros sillones próximos a la puerta.


Dios mío, me olvidé de ellos. Estaba
completamente perdida en Pedro.


Seguramente, los agentes se habrían vuelto de espaldas y los habrían escudado a Pedro y ella para que no fueran vistos, pero aun así era un tanto mortificante pensar que los habían seguido, y visto, cuando los dos se magreaban en un lugar público.


¿Y estamos intentando evitar la atención de los
medios? Así se hace, Paula. Buena manera de evitar ser vista. Por algo Pedro hizo lo posible por recomponerse.




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