lunes, 16 de julio de 2018

CAPITULO 9 (TERCERA HISTORIA)





Paseándose entre la ropa informal, Paula seleccionó algunos pantalones vaqueros y camisetas, obligándose a no mirar el precio esta vez.


Necesitaba ropa de su talla. Pedro no había cambiado nada en la casa y aún tenía en ella su ropa vieja, pero en su mayoría le venía grande. 


Su cuerpo era ahora al menos una talla menor. 


Frunciendo el entrecejo mientras apilaba todo lo que quería, se dijo a sí misma que probablemente se la podría poner de nuevo en poco tiempo. Pedro la hacía comer constantemente, como si estuviera intentando compensar algún tipo de privación. 


Obviamente, había sufrido privación. Estaba más delgada, pero ciertamente no muerta de hambre. Pedro se encontró con ella en la caja registradora. En silencio, entregó a la persona encargada su tarjeta platino, con una expresión imposible de leer.


Paula iba recoger sus bolsas cuando Pedro se le adelantó, cogiéndolas con un brazo, apoyadas en el pecho, y agarrando a Paula de la mano, apretándola tiernamente mientras salían de la tienda.


— ¿Estás molesto por lo que ha pasado? Sé que detestas muestras de afectos poco dignas en público —preguntó curiosa mientras se dirigían a la puerta principal del centro.


— ¿Molesto? No, estoy furioso —dijo a bocajarro.


— ¿Por qué? —preguntó Paula, sorprendida.


Pedro estaba realmente enfadado.


— Porque no he podido terminar lo que había empezado —se quejó, con un tono divertido—. No tienes ni idea lo cerca que has estado de ser violada contra una pared por tu desesperado esposo.


— Podíamos haber usado los vestuarios —
apuntó Paula, burlándose de él. Que Pedro la deseara de esa manera era como un potente afrodisíaco que le afligía el cuerpo por sentirlo dentro de ella, en cualquier sitio, en cualquier momento.


Pedro le dirigió una mirada contrariada sujetando la puerta de salida para que ella saliera.


— ¿Y me lo dices ahora?


— ¿Lo habrías hecho? —preguntó Paula intrigada y fascinada por el deseo de su marido por ella.


— Sin pestañear, si lo hubiera pensado —dijo, la necesidad manifiesta en su voz. Cogiéndola de la mano, se dirigió hacia el coche. Sus guardias de seguridad los seguían a corta distancia.


— No hubiéramos podido hacer nada —dijo Paula lamentándolo—. A menos que lleves un condón en el bolsillo.


Pedro la miró perplejo. 


-¿Por qué? Nunca antes habíamos necesitado ninguno.


Paula bajó la mirada al pavimento, con la vergüenza reflejada en sus mejillas.


— Porque no sabemos lo que me ha podido
pasar, Pedro. Ni siquiera tienes una idea de lo que ha podido ser.


— ¿Temes que hayas sido infiel? —preguntó Pedro titubeando.


— No —murmuró ella— Lo que haya pasado,
me conozco bien, incluso mejor de lo que me conocía antes, y nunca tuve deseos de estar con un hombre que no fueras tú. Te quiero de la misma manera que tú me quieres a mí. Pero no sabemos si fui secuestrada o… —a Paula le costó trabajo decir la última palabra, pero la dijo— violada. No puedes arriesgarte. No hasta que sepamos con certeza lo que ha pasado. Iré al médico y me haré un chequeo, pero necesito recobrar la memoria.


Pedro le tiró de la mano, deteniéndola al lado del
coche.


La recuperarás, cariño, sabes que si sucedió algo, mataré a quien lo haya hecho y no tendrá la mayor repercusión en lo que siento por ti. Dime que lo sabes —dijo con ojos suplicantes y atormentados.


— Si sucedió, no fue por mi elección —
respondió ella, medio ahogada por la emoción—. Te quiero, Pedro. Tanto que duele. Se me encoge la piel sólo de pensar en la posibilidad de estar con otra persona.


Pedro le levantó la barbilla obligándola a mirarle a los ojos, embargados por la emoción.


— Estarás conmigo.


— No puedo —¡Dios, cómo le dolía todo aquello por él!— Necesito recordar.


— Vaciaré todas las farmacias de Tampa y sus alrededores de condones —le dijo, dirigiéndole una sonrisa de medio lado que consiguió levantarle el ánimo.


Estaba intentando que dejara de pensar en lo que le hubiera podido suceder, hacerla sonreír… y lo logró. Pedro era irresistible cuando jugaba con ella… y solía suceder con tan poca frecuencia. Se deshizo al hechizo de su sonrisa maliciosa.


— Un poco ambicioso, ¿no te parece?


— Para nada —le contestó con arrogancia—.
Creo que necesitaré suministro de otros sitios.


Cuánto amaba a aquel hombre, y lo amaba como él ahora la amaba a ella. O quizás como siempre lo hizo pero no le había mostrado hasta ahora.

¿Pensando en acabar lo que empezamos en
el centro comercial?


— Ajá. Y después, vuelta a empezar —le dijo,
ronroneando, con voz grave, sensual.


— Luego. Con toda seguridad podrás terminar
luego —dijo ella sin pensarlo, rememorando el
abrazo dominante, incontrolado, de Pedro.


— Puedes estar segura —aseguró Pedro,
amenazante.


A Paula se le encogió el vientre, mojando aún más sus bragas ya humedecidas. Pedro siempre había sido un hombre de palabra. Si decía algo, lo decía de verdad. Podría haber cambiado, pero ella sabía que eso no cambiaría nunca.


Gracias a Dios.



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