jueves, 30 de agosto de 2018
CAPITULO 21 (SEXTA HISTORIA)
Paula fue, el cuerpo tenso, pero confiaba lo suficiente en Pedro y no pensaba que estuviera a punto de tomarla por la fuerza. Pasaron la habitación principal en la que habían dormido, siguieron hasta el final del largo pasillo y Pedro la atrajo hacia otra habitación de invitados. Ella se asustó hasta que él se acercó a una puerta corrediza de cristal y salieron del interior de la casa para seguir un camino empedrado durante una corta distancia antes de que Pedro se detuviera.
Paula reconoció la piscina humeante de piedra de inmediato.
—Aguas termales. —Suspiró. El olor de los minerales y el aire cálido y húmedo la relajaron al instante. Era una piscina de buen tamaño en un entorno natural, con grandes rocas que podían utilizarse como asientos junto al agua y una pequeña cascada donde una persona podía sentarse a distintas alturas.
—Estás familiarizada con ellas —supuso Pedro.
La ira abandonó su voz.
—Tenemos unas grandes aguas termales no muy lejos de Aspen. Sabía que Rocky Springs es una de las fuentes de agua termal natural más grandes, pero nunca había estado aquí. —Miró la piscina con anhelo—. Tampoco sabía que tenían piscinas privadas aquí.
—No pude probarla la última vez que vine —reconoció Pedro con voz ronca.
—Deberías —le confió Paula—. Es asombroso. —Empezaba a oscurecer y el calor del día en la montaña había terminado. Era un momento fantástico para sumergirse en las aguas termales.
Pedro se desabrochó la camisa.
—Ven conmigo —la engatusó en voz baja.
A Pauls se le quedó la boca seca cuando él expuso su pecho inmenso.
—No tengo bañador —balbució mientras observaba como si estuviera obligada a medida que él revelaba unos abdominales y un pecho perfectamente formados.
Sus ojos azules se volvieron más oscuros, más parecidos a zafiros a la luz tenue del exterior, y miraban su cuerpo de arriba abajo, persuasivos y ardientes.
—Es privada. Desnúdate. No es como si no te hubiera visto así antes —le recordó suavemente.
Paula dudó. Tenía la mirada clavada a sus dedos ágiles y fuertes mientras él se desabrochaba los pantalones, donde un feliz sendero sensual se revelaba a una velocidad tan lenta que resultaba agonizante. Paula contuvo la respiración y esperó. Y esperó. Y esperó.
Finalmente, él se quitó los pantalones que llevaba y se llevó los bóxer con ellos. Cuando Pedro se paró frente a ella desnudo, glorioso, Paula se lamió los labios repentinamente secos con nerviosismo.
Aunque no era como si necesitara ser tímido.
Pedro era… absolutamente perfecto, desde su pelo revuelto que decía «acuéstate conmigo» y sus insondables ojos azules hasta su cuerpo escultural, musculado, cubierto de piel dorada.
«Ay, Dios, quiero tocarlo».
Pedro se aproximó a la piscina y le ofreció a Paula un vistazo de su trasero firme y tonificado que hizo que quisiera agarrarlo sólo para ver si realmente estaba tan duro como parecía.
—¿Te vienes? —preguntó Pedro con falsa inocencia.
Era completamente consciente de cómo la afectaba —cabrón engreído.
Observó cómo se sumergía de inmediato, sin esperar como debería haber hecho y salió del agua con la piel reluciente por la humedad y el pelo pegado a la cabeza.
«Ay, Dios mío».
Pedro se acercó al lado de la piscina más cercano a ella y apoyó los brazos en la superficie de la roca.
—No voy a obligarte a nada ni a atacarte, Paula. Ven, relájate conmigo.
No sonreía, pero su gesto se había suavizado.
Paula se debatía. Quería meterse en el agua, dejar que el calor seductor la relajase. Se sentía sola, todavía destrozada por la muerte de David, y quería compañía. Sin embargo, todavía estaba sorprendida por la conducta de antes de Pedro, fría y despreciable. Sí, ella había mentido, pero no a él directamente; además, ellos ya ni siquiera estaban en contacto como amigos. Sí, habían tenido ese encuentro increíble en Nochevieja. Aun así, su reacción había sido bastante extremada teniendo en cuenta el hecho de que se habían mostrado distantes antes y después de aquella noche.
Tal vez ambos estuvieran jodidos y ya no se conocían el uno al otro. Pedro estaba descubriendo todas sus emociones, cosas que había enterrado tan profundamente en su interior que no creía que fueran a resurgir nunca.
La ponía furiosa más rápido que cualquier hombre sobre la faz de la tierra, incluidos sus hermanos. Bien sabía Dios que definitivamente había encendido una chispa sexual, una intensidad que ella nunca había experimentado antes.
Era tierno cuando ella necesitaba que la reconfortaran e hizo que quisiera apoyarse en alguien por primera vez en su vida adulta. En un momento la hacía reír y al siguiente hacía que le dieran ganas de llorar. Esa variedad de emociones era agotadora y Paula no estaba segura de dónde quería que fuera su relación desde allí. Dejar que le tocara el corazón sería desastroso. Tal vez la deseara por ahora, pero ella terminaría destrozada después.
«No lo pienses demasiado, Paula. Haz lo que quieras hacer».
Paula quería quedarse, hundirse en el agua caliente y disfrutar de no estar sola. Pedro tenía razón en una cosa: había visto su cuerpo antes.
Ser tímida con él ahora no tenía sentido. Se quitó la ropa deprisa de cualquier manera, para
exhibirse tan poco como fuera posible. Su cuerpo se ruborizó cuando sintió el calor de su mirada sobre ella.
—Salta. —Sostuvo los brazos abiertos para recibir su cuerpo.
«No se da cuenta de lo que esta pidiéndome, de lo improbable que es que nunca confíe en que nadie me atrape».
—¿Dónde está tu sentido de la aventura, melocotoncito? —preguntó con indolencia.
Pedro la retaba y ella lo sabía. Por desgracia, le costaba mucho ignorar las provocaciones.
Saltó.
Y Pedro la atrapó fácilmente y con confianza en sí mismo.
Agarrándole la cintura con firmeza, Pedro dejó que su cuerpo se deslizara lentamente por la parte delantera de su torso, muy despacio, hasta que los pies de Paula por fin tocaron el suelo en el agua caliente, agradable, a la altura del pecho. Paula giró para salir de entre sus brazos y se sumergió en la piscina. El estrés del día se escurrió de su cuerpo poco a poco
—Esto es increíble. —Su cabeza volvió a emerger y se retiró el pelo de los ojos.— Tal vez debería instalar una en mi ático de Nueva York —dijo Pedro en tono provocador.
—Creo que lo mejor que encontrarás será un jacuzzi —respondió ella con una carcajada. El corazón le latía aceleradamente mientras contemplaba la pequeña sonrisa endiablada en su rostro. La humedad le cubría de gotas el pecho y los hombros e hizo que ella sintiera deseos de lamer cada gota lentamente—. No creo que vayas a encontrar aguas termales naturales donde vives a menos que huyas de la multitud, chico de ciudad.
—Ya tengo una bañera de hidromasaje normal —contestó Pedro mirando petulante con sorna.
—Oh… pobre multimillonario. ¿Has encontrado algo que no puedes tener? —Recogió un puñado de agua con la mano y lo salpicó con él
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario