jueves, 30 de agosto de 2018
CAPITULO 23 (SEXTA HISTORIA)
Pedro siempre se había considerado un pensador, un hombre que sopesaba sus
opciones con calma antes de tomar una decisión. Rara vez tenía mal genio o se sentía confundido. Sin embargo, Paula Chaves —es decir, Paula Alfonso— había hecho que perdiera la cabeza lentamente y por completo.
Poco a poco, la imagen que tenía de ella se transformó en su mente, pero su pene sentía exactamente lo mismo por ella que siempre: más que preparado, completamente dispuesto y tan condenadamente capaz de sumergirse en su interior que estaba a punto de estallar.
Ahora mismo tenía muchas razones para estar enfadado con ella.
Le había mentido a todo el mundo. ¡Sí!
Era una persona completamente diferente de la que pensaba que era. ¡Sí!
Era independiente y obstinada. ¡Sí y sí!
El problema era que seguía siendo Paula: seguía siendo la mujer divertida, dulce y de gran corazón que siempre había sido. También tenía talento y agallas, lo cual admiraba.
Sinceramente, tenía que reconocer que si solo
mirase la situación pasivamente, probablemente podría entender por qué quería perseguir su carrera desde el anonimato y no decírselo a sus hermanos.
Tenía razón. Ellos habrían querido protegerla y definitivamente habrían conseguido que perseguir su carrera le resultase difícil debido a esos instintos de protección. El problema era que no veía toda la situación desde la indiferencia y que quería impedirle físicamente que volviera a hacer nada arriesgado nunca.
Además, su actitud sobrecogedora de Dr. Jekyll y Mr. Hyde en cuanto al sexo lo volvía completamente loco.
Paula lo deseaba. Respondía a él. Lo miraba con fuego y deseo en la mirada.
Él podía llevarla a un clímax increíble con la boca. Y sin embargo, no podía acostarse con ella. «¿Qué diablos…?». Algo estaba ocurriendo con Paula y, por lo que más quería, no conseguía averiguar exactamente qué era lo que le impedía liberarse de sus inhibiciones. No era virgen, así que sus dudas no las provocaba la falta de experiencia.
Iba a depender de él demostrarle lo increíble que podría ser entre ellos dos.
Con suerte, pronto, antes de que se le hiciera añicos el pene por estar tan duro como una piedra constantemente.
Peor, podía sentir su tensión, sus necesidades, y eso hacía que casi se sintiera frenético por hacerla llegar al orgasmo y oírle gemir su nombre cuando lo hiciera.
Pedro quería abrir el grifo del agua fría de la ducha al máximo, pero no lo hizo porque estaba arrastrando a Paula a la ducha consigo. Dejó caer su toalla y le quitó la suya a ella antes de meterse en el agua caliente y tirar de ella tras de sí.
«Dios».
Si no la tocaba pronto, perdería la cabeza. Observó mientras ella alcanzaba el gel y se enjabonaba. Le quitó el bote y se vertió una cantidad generosa en las manos para ayudarla.
—Pedro —dijo ella con voz temblorosa. Abrió los ojos para lanzarle una mirada sorprendida mientras los dedos de él se deslizaban por sus pechos.
—No voy a acostarme contigo, Paula. Solo estoy cuidando de ti —dijo él con voz ronca—. Déjame.
Ella gimió débilmente cuando él apartó sus manos a los costados y la atrajo contra su pecho. Ahora tenía pleno acceso a sus preciosos pechos. Los ahuecó, trazó círculos con los pulgares alrededor de sus pezones y quedó satisfecho cuando estos se endurecieron bajo sus dedos. Sus caricias y su coqueteo los
llevaron a cotas sensibles antes de que Pedro los pellizcara ligeramente entre los dedos.
—Pedro. —Paula gimió y reclinó la cabeza contra su hombro.
¿Había algo mejor que oírla gemir su nombre?
Tal vez estar dentro de ella mientras lo gritaba durante el clímax, pero se contentaba por el momento.
Con el cuerpo resbaladizo por el jabón, la mano de Pedro se deslizó por su abdomen suavemente antes de apartar la hendidura en la piel entre sus muslos para buscar y encontrar su clítoris. Ella gimió en el momento en que acarició con el dedo a lo largo del sensible manojo de nervios. Su cuerpo se estremeció cuando Pedro utilizó su propio calor húmedo para empapar los dedos y permitir que se deslizaran fácilmente sobre su clítoris.
—Estás tan húmeda, tan caliente —le dijo bruscamente al oído. Respiraba pesadamente al darse cuenta de que estaba lista para él.
—Necesito… —se le entrecortó la voz con un gemido torturado.
En ese momento, Pedro no necesitaba nada más que satisfacerla. Ella quería.
Ella necesitaba. Él sería el hombre que se lo proporcionase.
Una de sus manos masajeaba sus pezones a medida que sus dedos aumentaban la fuerza y la velocidad de sus caricias sobre el clítoris. Su cuerpo se agitaba.
—Vente para mí, Paula.
—¡Creo que no puedo pararlo! —exclamó desesperada.
—No lo pares. Déjate llevar. —Pedro atormentaba su cuerpo sin piedad.
Estaba listo para sentir cómo se deshacía para él.
—Sí. ¡Oh, Dios! Pedro. —Jadeaba; su cuerpo se agitó más y después se vino en sus brazos.
«Mía. Es mía».
Cuando Paula llegó al clímax, los instintos posesivos de Pedro tomaron el control y se llevó la mano de su pecho para introducir dos dedos en su vagina, donde sintió los espasmos y las contracciones de los músculos contra ellos cuando ella encontró su desahogo. Cuando él encontró su premio, la piel de Paula se tensó en torno a sus dedos y se aferró a estos mientras disfrutaba el orgasmo.
El grito horrorizado de Paula lo trajo de vuelta a la realidad.
—¡No! ¡Para! ¡No! —Paula lo golpeaba, intentando escapar desesperadamente.
Paula apartó las manos y volvió el cuerpo de Paula hasta que consiguió sostenerla contra su pecho.
—Paula. Para. Está bien, cariño. ¿Qué ha pasado?
El corazón le latía violentamente contra el pecho y abrazó el cuerpo de Paula contra el suyo con un fuerte agarre, incapaz de soltarla.
¿Qué demonios estaba ocurriendo? Casi parecía que estuviera poseída: le clavaba las uñas en el pecho y sus gritos hacían eco en el cuarto de baño, un alarido de dolor y terror espeluznante que Pedro sabía que nunca olvidaría.
—Paula —rugió por encima de los gritos de esta—. Háblame.
Ella se calmó lentamente, como si saliera de una conmoción.
—¿Pedro? —sollozó.
—Soy yo, cielo. Soy yo.
—Ay, Dios. Lo siento mucho. —Apoyó el rostro contra su pecho y lloró.
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