jueves, 30 de agosto de 2018

CAPITULO 22 (SEXTA HISTORIA)




El sol se había puesto por completo y, al mirar hacia arriba, Paula vio aparecer las estrellas. Distraída, no vio venir a Pedro. Él le rodeó la cintura con un brazo de acero, la atrajo bajo el agua y la mantuvo aprisionada cuando volvió a la superficie. Escupiendo, intentó tomar represalias y le enganchó la pierna con el tobillo para intentar derribarlo. Por desgracia, él estaba
preparado y apenas se movió. Con una carcajada resonante y grave, la tomó en brazos y los sentó a ambos en uno de los anchos bordes de la roca; la atrajo entre sus piernas, la espalda de Paula contra su pecho, y le envolvió la cintura con los brazos.


—¿Cuándo vas a aprender a no empezar algo que no puedes terminar, melocotoncito? —preguntó con un barítono ronco.


Sintiéndose letárgica por el agua y cansada de pelear, reclinó la cabeza contra su hombro. 


Podía sentir el calor penetrante de su erección en la parte baja de la espalda, pero no era desconcertante. El cuerpo de Pedro estaba
relajado, su cabeza descansando contra un reposacabezas natural tallado en la piscina de piedra.


—Dime dónde has estado, Paula, qué has estado haciendo. —Sonaba resignado y curioso.


El agua le besaba el pecho.


—He estado prácticamente en todas partes. La India, Japón, Filipinas, México, Hawái… he estado en cualquier lugar donde haya habido fenómenos meteorológicos extremos o fenómenos naturales. Durante la primavera y el verano, David y yo hacíamos equipo y rastreábamos supercélulas, principalmente alrededor de Tornado Alley, el callejón de los tornados entre las Montañas Rocosas y los Montes Apalaches. A estas alturas de año, principalmente estoy preparándome para empezar a rastrear huracanes aquí, en Estados Unidos, y cazando tormentas con David. —La voz se le entrecortó de desesperación y los brazos de Pedro la abrazaron con más fuerza en gesto protector, sin pensar, reconfortándola en silencio.


—¿Cuándo estás en casa?


—Casi nunca —reconoció ella—. Generalmente en invierno.


—¿Para las avalanchas y ventiscas? —preguntó Pedro en tono irónico.


—Principalmente para esquiar —respondió ella con descaro—. Y para los partidos de fútbol americano de los Broncos.


—¿En serio? —Pedro sonaba falsamente ofendido—. ¿Has cambiado de chaqueta por la de los Broncos? ¿Qué le ha pasado a los Patriots? Eres una chica de Boston.


—Soy voluble —respondió de forma provocativa—. Los Broncos me robaron el corazón.


—No han ganado una Super Bowl en quince años —le gruñó al oído.


—Los aficionados de los Broncos son leales. Ganarán tarde o temprano. Siempre queda este año.


—No puedo creer que esté casado con una mujer que no es fan de los Patriots —respondió con tristeza mientras jugueteaba con el anillo en su dedo izquierdo.


«Casado».


Durante un breve periodo de tiempo, lo había olvidado, completamente relajada en brazos de Pedro.


—Lo bueno es que no es permanente —respondió ella con ligereza—. Yo tampoco creo que pudiera estar casada con un forofo de los Patriots.


Pedro permaneció en silencio durante un momento.


—¿Quiero saber cuánto te acercaste a alguno de esos tornados? ¿Quiero saber todas y cada una de las veces que has escapado por los pelos? He visto las fotos, Paula, y ya sé lo cerca que estuviste de morir con tu amigo. Joder,
estoy tan agradecido de que tuvieras que hacer planes para ir a Las Vegas. —Le tembló la voz cuando mencionó lo cerca que había estado—. Tienes un talento increíble, pero quiero que te replantees lo que estás haciendo.


—Tengo teleobjetivos. Puedo acercar las imágenes mucho más de lo que están en realidad. —Sonrió débilmente, el cuerpo sin fuerzas debido al agua caliente. Aunque no era exactamente un cumplido, sentaba bien oír decir a Pedro que tenía talento. En realidad,nunca había necesitado validación, pero era agradable que alguien que conocía, alguien cercano a sus hermanos, conociera su carrera. La única persona de su vida que la había apoyado era David.


—Pero conoces los riesgos —murmuró él, descontento.


—La muerte de David me ha llegado al alma. Lo sé y ya no voy a cazar tornados, Pedro.


—¿Y qué hay de los huracanes, ciclones y tifones?


—Soy tan cuidadosa como puedo. Intento permanecer en terreno elevado debido a las mareas de tormenta y me establezco en un edificio que debería ser capaz de aguantar la velocidad del viento —le dijo con cautela.


—¿Debería? —gruñó él.


Paula se encogió de hombros.


—Nada está garantizado en la vida, Pedro. Todo lo que hacemos conlleva unos riesgos. El simple hecho de montar en un vehículo a diario es arriesgado. Pero lo hacemos.


—Normalmente el vehículo se aleja del peligro, no se dirige hacia él. — Hablaba con voz áspera y ronca.


—¿Podemos acordar una tregua? ¿Sólo por esta noche? Dime qué has estado haciendo desde que terminaste la universidad… aparte de ganar montones de dinero y convertirte en uno de los solteros más de moda del mundo. —Quería saber cómo había sido la vida de Pedro, dónde había viajado.- También quería saber si había habido alguna mujer importante en su vida, aunque no fuera asunto suyo. Iban a separarse pronto, pero sentía curiosidad de todas formas—. ¿Cómo está tu madre? —A Paula siempre le había gustado la madre de Pedro.


—Está bien. Le costó mucho tiempo superar la muerte de mi padre, pero ahora está bien —respondió Pedro con cariño; el afecto que sentía por su madre resultaba evidente.


—Nunca pude decirte que sentí lo de tu padre. Era un buen hombre. —Pedro había perdido a su padre justo cuando se graduó en la universidad y Paula no lo había visto durante aquel año porque ella estaba en el primer curso en la universidad. Por desgracia, ni siquiera se enteró de la muerte de su padre hasta que terminó el funeral; German la informó durante una de sus llamadas de teléfono rutinarias.


—Era un hombre muy bueno —coincidió Pedro. Pero no era muy buen empresario. Cuando me hice cargo de la compañía, estaba prácticamente arruinada.


—¿Cómo? —preguntó ella conmocionada. La familia de Pedro vivía cerca de la suya, al final de la calle, en una mansión tan grande como la suya propia. El padre de Pedro era tan rico como el suyo—. Era rico.


—No lo era —confesó Pedro bruscamente—. Estaba intentando mantener las apariencias, pero tenía malas inversiones; invirtió mucho dinero en compañías que no alzaron el vuelo.


—Ay, Dios. Lo siento. No lo sabía. ¿Lo sabían mis hermanos? —Paula sabía que cualquiera de sus hermanos se habría ofrecido a ayudar a Pedro.


—No lo sabía nadie. Eres la única persona a la que se lo he contado en mi vida aparte de la alta dirección de su compañía. Ni siquiera mi madre llegó a saberlo nunca. No tenía valor para hacerle saber que mi padre no la había dejado con mucho —confesó de mala gana—. Simplemente intenté arreglarlo después de su muerte. Hice apuestas arriesgadas, corrí algunos riesgos calculados que dieron fruto. Después volví a hacerlo una y otra vez.


Paula estaba dispuesta a apostar que no eran tan arriesgadas. Pedro era brillante, tenía una mente aguda para invertir. Si pensaba que una empresa alzaría el vuelo, tenía razones para creerlo.


—Así que reconstruiste la empresa y volviste a hacerte rico de nuevo. Solo.


—Tuve suerte en algunas áreas, pero sí. Después empecé a hacer mis propias inversiones. Descubrí que era condenadamente bueno convirtiendo un poco de dinero en más dinero. Mucho más dinero.


—¿Alguna vez has hecho una mala inversión? —Ahora Paula estaba maravillada por lo que había logrado Pedro. Pensaba que era un niño rico que había pasado a convertirse en un hombre aún más rico.


Pedro se encogió de hombros.


—Rara vez —dijo sin falsa arrogancia—. Si la hago, corto las pérdidas rápidamente y paso página. Esa es una cosa que mi padre no hacía y casi lo arruinó.


—¿Cómo sabes si una inversión es buena?


—Se trata principalmente de análisis —respondió Pedro despreocupadamente.


Era más que eso y Paula lo sabía. Si pudiera hacerse estrictamente por análisis, muchísimas más personas serían ricas. Pedro tenía un don para descubrir buenas inversiones, un instinto excelente combinado con ese análisis.


—Tienes un talento, Pedro. Creo que eres increíble. Lo que has logrado es casi imposible y, sin embargo, tu lo has conseguido.


Él permaneció en silencio durante un momento, casi como si no supiera cómo responder. Pasados unos minutos, se puso en pie y la levantó consigo.


—Creo que ambos estamos deshidratados —gruñó. La colocó suavemente en el borde de la piscina para que pudiera salir y se impulsó detrás de ella.


—Necesito una ducha —masculló ella—. Si no, los minerales me irritan la piel. —Se puso en pie y rápidamente abrió las puertas de un pequeño armario junto a la piscina. Le lanzó una toalla a Pedro y utilizó la otra para secarse el pelo deprisa. Se envolvió el cuerpo con el material esponjoso y después tomó una botella de agua de uno de los estantes. Después de beberse la mitad, se la pasó a él—. No está fría, pero es hidratación.


Pedro bebió de un trago el resto de la botella y la arrojó a una papelera cercana. Se frotó el cuerpo con fuerza con la toalla y después se envolvió la cintura con ella.


—Una ducha suena bien —dijo Pedro repentinamente. Le dio la mano y tiró
de ella hacia la puerta—. Vámonos.


Paula estuvo a punto de perder la toalla cuando se precipitó hacia delante para seguir los pasos de Pedro.




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