miércoles, 15 de agosto de 2018

CAPITULO 33 (QUINTA HISTORIA)




Paula cerró la puerta y echó el cerrojo, la madera golpeándolo en el culo en su camino hacia la puerta. Ella se quedó allí por un momento, todo su cuerpo temblando de ira.


¿Por qué sus púas todavía duelen? Ella no sentía nada más que odio por él nunca, pero su mente estaba plagada de dudas.


Que aumentó de peso.


Nunca tenías tiempo para mí.


Nunca has sido exactamente hermosa.


Te necesité. Nunca tenías tiempo para mí.


Racionalmente, sabía que era un maldito, pero por alguna razón, sus palabras negativas hicieron un rollo en el estómago.


Una lágrima rodó por su mejilla, y luego otra. Y ella no estaba segura de por qué estaba llorando. Tal vez fue debido a los años vacíos que había pasado con Ricardo, o tal vez fue a causa de sus comentarios de manipulación destinadas a hacerle daño suficiente como para dejar que regrese.


Se sentó en el sofá, tratando de darle sentido a sus pensamientos confusos. Ella había pasado de su padre alcohólico verbalmente abusivo a Ricardo, y ella pudo escuchar tanto sus voces en su cabeza. Su padre no había tenido alguna vez nada bueno que decir cuando no estaba en un estado comatoso, divagando sobre cómo había muerto su madre, dejándolo con un niño feo que no apreciaba alimentar. Paula sabía que eran las divagaciones de un alcohólico amargo, pero todavía había algo en la forma de cómo se sentía acerca de sí misma. Y entonces ella había conocido a Ricardo, y aunque él ocultó su crítica por debajo de una capa de manipulación, su menosprecio velado la había herido tan mal.


Si hubiera querido ser amada con tanta desesperación que había estado dispuesta a tomar lo que Ricardo tenía que ofrecer porque era mejor que nada?


Un sollozo estrangulado salió de la boca de Paula, sus lágrimas cayeron más fácilmente. 


Realmente, todo se reducía al hecho de que ella había querido ser amada.


-Nunca me amó -susurró con voz angustiada - Y no creo que alguna vez lo quise.- Ricardo la había utilizado, y de una manera, se había acostumbrado, también. Había querido llenar la dolorosa soledad en su interior, y se había engañado a sí misma en creer que si trabajaba lo suficiente, si le daba lo suficiente para Ricardo, él la ama -Soy una mujer estúpida, estúpida - Ella no había querido a Ricardo tampoco. Ella sólo se había convencido de que lo hizo porque tal vez él tenía razón. Tal vez se había sentido que era el mejor que había tenido o que él era todo lo que merecía.


Paula sollozaba abiertamente cuando sonó el timbre. Conteniendo sus emociones, se pasó a toda prisa palmas de sus manos sobre sus mejillas, intentando ocultar sus lágrimas.


Pedro.


Cualquier emoción que había sentido anteriormente acerca de una noche con su jefe había huido. Ella no quería salir con él. No quería ver a nadie. Todo lo que necesitaba era un poco de tiempo para recomponerse de nuevo. Al ver a Ricardo le había dejado un desastre, emocionalmente vulnerable. No había manera de que pudiera hacer frente a Pedro en este momento. Sus emociones estaban demasiado cerca de la superficie.


Se dirigió a la puerta, pero ella no lo abrió. 


Comprobó por la mirilla, podía ver la cara de Pedro.


-Tengo que cancelar esta noche. No me siento bien - le dijo a través de la puerta con la voz más tranquila posible -Lo siento.


-¿Estás enferma? - la voz barítono de Pedro sonaba preocupada.- Abre la puerta, Paula.


-No puedo. Puede ser que sea contagiosa. Te llamaré cuando me sienta mejor -Su voz tembló, y se maldijo por la ansiedad que se deslizo en su tono.


-Estas molesta. Abre la puerta ahora - exigió Pedro.-No me iré hasta que no vea si estás bien.


Maldita sea. ¿Por qué Pedro tiene que ser tan condenadamente persistente? Y obstinado!


-¿Por qué no puedes sólo desaparecer? No quiero ver a nadie en este momento - Su desesperación para deshacerse de él la hizo romper su pretensión de estar enferma.


-No estás enferma. Estas molesta. Abre la puerta o te voy a romper una ventana - Pedro amenazada ominosamente.




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