jueves, 13 de septiembre de 2018
CAPITULO 14 (SEPTIMA HISTORIA)
A la mañana siguiente, Paula salió de la enorme cama, presumiblemente la de Pedro, y corrió al armario para buscar algo de ropa. Tomó una bata de su percha, se lo puso y salió a la cocina, con la mente como un torbellino.
«¿En qué demonios estaba pensando?».
En realidad, no había estado pensando en absoluto. Había reaccionado.
Después de caer en un sueño crepuscular, estaba en medio de sueño erótico sobre Pedro cuando oyó su voz junto a ella en la piscina. Deseosa de que su sueño se hiciera realidad, hizo que se cumpliera. Cuando la besó, Paula estaba condenada.
Pedro Alfonso era la fantasía de toda mujer, y ella distaba mucho de ser inmune a él.
Había combatido la extraña conexión que sentía y su atracción por él desde que él le sonrió por primera vez, resistió la tentación de besar la sexy marca de su mejilla en cuanto la vio.
Paula sonrió a Shep cuando la pequeña bola de pelo bailoteaba a sus pies.
—Necesitas hacer pis, ¿eh? —Mientras miraba a su alrededor, se sorprendió de que no hubiera ningún charco en el suelo en alguna parte.
—Lo sacaré —dijo Pedro detrás de Paula, con una voz sensual, ronca de sueño.
Sorprendida por su presencia, Paula dio media vuelta y atrapó sus ojos vagando por la bata de seda que se aferraba a su cuerpo.
—La tomé prestada. Lo siento.
Sus labios se curvaron hacia arriba con sensualidad.
—No lo sientas. Te queda muy sexy y yo no la uso.
Él ya estaba vestido con unos pantalones y una sudadera, los pies descalzos.
—Vamos, amiguito, antes de que te hagas tus cosas en el suelo. —Pedro abrió la puerta delantera y se puso las botas.
Antes de que Pedro pudiera alcanzarlo, el cuerpecito de Shep salió disparado por la puerta desde detrás de él.
—Oh, no —gimió Paula.
—No se irá muy lejos. Supongo que tenía muchas ganas —comentó Pedro con voz divertida.
—Qué frío hace. —Paula se envolvió el cuerpo con la bata apoyada contra el marco de la puerta mientras observaba al cachorrillo que se aventuraba al lindero del bosque—. ¿Quieres un abrigo?
—¿Estás preocupada por mí? —Pedro se enderezó después de ponerse las botas, sonando como si le gustara la idea de que ella se inquietase por él. La empujó contra el marco de la puerta y la atrapó con una mano en la pared exterior y otra en la interior—. Me he despertado con el pene duro y la vista de ese dulce trasero desnudo tuyo caminando hacia el armario. Creo que ahora mismo necesito enfriarme un poco. —Su mirada le acarició el rostro como si buscara algo.
—Bien. —Ella casi se sonrojó como una adolescente. «Maldita sea». Pedro Alfonso la irritaba con la más simple de las afirmaciones, dejándola sin sentido.
La víspera lo había probado con creces.
Cuando bajó los brazos y se volvió para seguir a Shep, Paula inspiró hondo.
«Recomponte, Paula. Ya es bastante malo que anoche le rogaras al hombre que te jodiera. Necesitas volver a ponerte las pilas. Tienes una misión que cumplir y tener un lío con Pedro Alfonso es un problema», pensó.
Disgustada consigo misma, Paula empezó a cerrar la puerta, pero captó un movimiento repentino por el rabillo del ojo. Abrió la puerta de nuevo, ajena ahora al viento gélido. Frunció el ceño al darse cuenta de que no era un perro más grande lo que acechaba al cachorro, acercándose lentamente a la bola de pelo indefensa. Era un coyote grande.
—¡Pedro! —gritó ella, poniendo urgencia en su voz cuando el coyote se acercó, a no más de diez o doce metros del pequeño Shep.
—Lo veo —exclamó Pedro en respuesta, con la mirada fija en el depredador.
Se agachó y cavó por debajo de la nieve. Tomó unas piedras y palos y se los lanzó con puntería al coyote hambriento. El animal aulló de un golpe directo con una pequeña piedra, pero no huyó como solían hacer los coyotes cuando los aturdía un humano. Pedro maldijo al animal, gritó y siguió arrojando cualquier cosa que pudiera encontrar en el depredador acechante, pero el coyote se limitó a soltar un gruñido grave y salvaje.
Paula podía ver las costillas del canino salvaje, y estaba flaco, obviamente lo bastante hambriento como para alimentarse de cualquier cosa.
—No vas a hacer del inocente perrito de Pedro tu puñetero desayuno —farfulló Paula con enfado. Corrió al dormitorio donde había arrojado su ropa la noche anterior y volvió a la puerta en cuestión de segundos.
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Ayyyyyyyyyyyy qué lindos todos los caps, me encanta esta historia.
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