lunes, 10 de septiembre de 2018
CAPITULO 2 (SEPTIMA HISTORIA)
Las estadísticas que había memorizado sobre él se le vinieron rápidamente a la cabeza: varón, treinta y un años, pelo rubio, ojos grises, un metro ochenta y cinco de estatura, expediente militar ejemplar en las Fuerzas Especiales hasta que un accidente de algún tipo lo obligó darse de baja del ejército con honores.
Resultaba exasperante que Paula no hubiera podido conseguir mucha más información sobre Pedro. Era multimillonario, como todos los puñeteros Alfonso de la familia, y era la fuerza motriz que había hecho de Alfonso Fire Equipment el mayor productor de material contra incendios y de equipos de seguridad contra incendios del mundo. La compañía estaba bajo el conglomerado de los Alfonso, pero Pedro había convertido en su misión personal llevar la compañía a la estratosfera del éxito. Ella no había encontrado nada negativo en la información sobre Pedro. «Joder, incluso es bombero voluntario», pensó.
Paula lo miró con recelo mientras él se movía hasta el otro lado de la mesa pequeña. Parecía inofensivo. De hecho, tenía un aspecto increíble en la vida real, mejor que en las fotos. Sus mechones rubios seguían siendo tan cortos como en las fotos que había visto, pero aquel día tenía un caso grave de pelo desgreñado y parte de sus cabellos salían disparados en todas direcciones. Paula estaba dispuesta a apostarse a que el aspecto revuelto provenía de un gorro, teniendo en cuenta que estaban en pleno invierno en Colorado, y admitió a regañadientes que le gustaba un poco el hecho de que no fuera tan vanidoso como para arreglárselo. El estilo de recién levantado de su pelo y el hoyuelo que vio cuando Pedro le lanzó una sonrisa sin pretensiones lo hacían peligrosamente atractivo.
«He visto hombres más guapos». El pensamiento a la defensiva se le vino a la
cabeza, probablemente por el escalofrío de conciencia sexual que se deslizó por
su columna vertebral al mirar a Pedro Alfonso.
Había visto hombres más atractivos de una manera convencional, pero no tan cautivadores como el hombre al que escudriñaba con cautela. Vestido de manera informal con pantalones, botas y una sudadera verde, debería tener un aspecto corriente y apagado en aquel entorno, pero no era así. Paula sabía que tenía que proceder con cuidado independientemente de lo modesto o agradable que pareciera. Pedro Alfonso tenía el coeficiente intelectual de un genio, al igual que sus hermanos. Su sonrisa sin pretensiones y juvenil ocultaba una mente que estaba evaluándola, igual que sin duda lo miraba ella para calcular sus intenciones.
—De todas maneras no acepto bebidas de extraños —le dijo en tono reservado. En realidad no quería que se fuera justo en ese momento. Tal vez pudiera proporcionarle un poco de información, pero Paula tampoco quería alentarlo. Marcos Alfonso era su principal interés, pero su hermano podría ser capaz de ayudarla a encontrarlo.
Pedro tomó la silla de madera, le dio la vuelta y se sentó a horcajadas frente a ella, poniéndose cómodo con su cuerpo enorme, tonificado y musculoso.
—Entonces supongo que tenemos que conocernos un poco más —respondió él con un tono de autoconfianza, como si Paula fuera a acceder y a caer a sus pies agradecida.
«¡Imbécil arrogante!».
Paula mantuvo un gesto neutral.
—A lo mejor no quiero conocerte. Puede que esté casada o tenga novio — contestó con una evasiva.
Pedro se encogió de hombros.
—No he dicho que quisiera acostarme contigo. Sólo he dicho que quería conocerte. —Apoyó los brazos en el respaldo de la silla, aún sonriéndole con picardía—. Pedro Alfonso —Le tendió la mano por encima de la mesa—. Parecías muy aislada aquí sola.
—Paula. —Rápidamente le estrechó la mano de mala gana y retiró el brazo a un costado, proporcionándole intencionadamente tan poca información como fuera posible. Las manos de Pedro eran ásperas y encallecidas; no tenía los dedos suaves de manicura que habría esperado en un multimillonario. De hecho, no se parecía en nada a como esperaba que fuera un tipo súper rico. Parecía tan… sencillo, más bien parecía un hombre activo amante del aire libre que un hombre que estaría perfectamente cómodo con un traje hecho a la medida en una junta directiva.
«Probablemente, esté cómodo en casi cualquier parte».
Por desgracia, solo había ciertas situaciones sociales en las que Paula se sentía como en casa, y ese breve contacto informal con Pedro había lanzado una chispa de electricidad que corría por su columna vertebral.
—No lo estaba y no estoy aislada en absoluto. He venido aquí a… pensar — dijo ella apresuradamente—. Sola.
Pedro miró a su alrededor sin convicción.
—Este lugar no es precisamente tranquilo para pensar, ni un buen sitio para estar sola con tus pensamientos.
«Maldita sea. No, no lo es. El bar está repleto, es ruidoso, y cualquier cosa menos un lugar para pensar. Es un local donde socializar».
—Tal vez únicamente quería sentarme aquí sola un rato —dijo ella con impaciencia, deseosa de conseguir cualquier información que le resultara útil y alejarse de sus ahumados e inquisitivos ojos grises que no parecían haber abandonado su rostro desde que se había sentado. Hacía que se sintiera incómoda como nunca se había sentido con un chico. Había estado con bastantes hombres atractivos, no muy buenos, pero no recibía malas vibraciones de Pedro Alfonso. Más bien eran… pecaminosas.
—Así que, ¿estás aquí de vacaciones? —preguntó Pedro en tono amable, haciendo caso omiso de su comportamiento distante.
—Sí. —Paula bajó la vista hacia su bebida y vio cómo los cubitos de hielo empequeñecían cuando volvió a mover la bebida. No quería rechazar a Pedro por completo, pero tampoco quería decir nada que lo envalentonara. Bien sabía Dios que el tipo ya era bastante atrevido.
«Sé más amigable, pero no demasiado», se dijo Paula. Quería más información de Pedro Alfonso, pero por alguna razón él hacía que se pusiera a la defensiva. Sus instintos le gritaban que huyera de él lo más rápido posible. El problema era que no lograba adivinar por qué.
—No te he visto por aquí. ¿Cuándo llegaste a la ciudad?
—Ayer por la noche. —«Dios, desearía que dejara de mirarme como un espécimen bajo un microscopio»—. Entonces, ¿eres un Alfonso? —Paula intentó lanzarle su mirada de rubia no muy lista—. ¿Uno de la famosa familia Alfonso?
—los halagos funcionaban casi todas las veces.
—No soy el más famoso, pero soy el más listo del montón —le dijo con rostro inexpresivo, casi como si estuviera dándole una especie de advertencia—. Mi madre está fuera de la ciudad visitando a mi tía y mi tío, así que le prometí que pasaría por aquí todas las tardes para asegurarme de que todo iba bien.
Estaba preparándome para irme cuando te vi aquí sentada sola. Definitivamente siento que es mi trabajo asegurarme de que todos los huéspedes lo están pasando bien ya que Mamá no está.
Mientras lo observaba con suspicacia, Paula no estaba muy segura de que su afirmación arrogante no fuera exacta. La autoconfianza engreída que exudaba en abundancia lo hacía increíblemente atractivo y Paula no tenía dudas de que era inteligente. Sin llegar a ser odioso, definitivamente era presuntuoso.
—¿No tienes hermanos? —preguntó, todavía intentando parecer ignorante y solo ligeramente interesada.
«¿Por qué tengo la sensación de que sospecha de mí?», pensó Paula.
La conversación era general, pero se sentía como si estuvieran jugando en secreto al ratón y el gato, y por desgracia en ese preciso instante se sentía como el ratón.
—Y una hermana —respondió él despreocupadamente—. Mi hermana, Chloe, es la pequeña, ahora es veterinaria local aquí en Rocky Springs, y tengo tres hermanos mayores.
—Recuerdo haber oído hablar de hermanos gemelos. —Fingió una expresión falsamente atónita.
—Mis dos hermanos mayores, Marcos y Benjamin, son gemelos. Benjamin es senador de los EE. UU. Renzo es un año mayor que yo. Es doctor en investigación de biotecnología.
—¿Y qué hace Marcos? —le preguntó con lo que esperaba fuera un tono informal.
Pedro encogió sus hombros musculosos.
—Viaja. Dirige la mayor parte del negocio de Alfonso Corporation.
—Debe ser difícil que esté lejos todo el tiempo. —«Maldita sea, espero que Marcos esté aquí ahora», pensó—. No lo verás muy a menudo.
—Todos estamos acostumbrados. La mayoría de nosotros suele irse durante largos periodos de tiempo, excepto Chloe. Ella está en casa para quedarse ahora. Marcos vuelve mañana para quedarse un tiempo. Lleva lejos por negocios una temporada. Renzo está en Denver, jugando al científico loco y Benjamin debería estar por aquí pronto cuando el Congreso cierre la sesión para un descanso. —La voz de Gustavo era coloquial, pero ya no sonreía y observaba el rostro de Paula.
«Sabe que estoy indagando para conseguir información. Mierda. Mierda. Mierda. ¿Por qué no podía ser un poquito menos observador».
Paula le sonrió débilmente.
—Qué bien —respondió mostrando únicamente interés informal en su tono de voz. «¡Bingo!», pensó. Marcos Alfonso llegaría a Rocky Springs al día siguiente.
—Entonces, ¿qué planes tienes mientras te quedes aquí con nosotros? — preguntó Gustavo como si tuviera todo el derecho a conocer su calendario—. ¿De dónde eres? ¿De qué estás huyendo?
—¿Por qué piensas que estoy huyendo de nada? —preguntó ella con cautela, manteniendo sus respuestas evasivas.
—¿No es eso por lo que la gente toma vacaciones?
—Vengo de visita desde la costa este. Pensé que Colorado sería un buen cambio. Trabajo en banca hipotecaria. Es un trabajo estresante. —Le lanzó una sonrisa agradable.
—¿Has ido ya a las aguas termales? Está garantizado que quitan el estrés.
—No.
—¿Has ido a esquiar hoy?
—No esquío —admitió ella a regañadientes.
—Tenemos clases. De hecho estaría encantado de enseñarte yo mismo —le dijo en un tono grave de «quieres acostarte conmigo» que hablaba de enseñarle algo más que unos cuantos movimientos de esquí.
Paula se estremeció cuando sus miradas se encontraron y se quedaron prendidas. Pedro dejó perfectamente claro que le gustaría enseñarle algo más que esquí básico. Mucho más.
«He conseguido lo que quería. Hora de correr. Literalmente», se dijo.
—Gracias —dijo agradecida—. Pero he venido a pasar un tiempo sola. De hecho acabo de romper con un tipo, un hombre que me engañó. En realidad estoy lamiéndome las heridas. Agradezco la oferta, pero, de verdad, necesito un poco de tiempo para mí misma. —Se levantó apresuradamente y se alisó la falda —. Gracias por la charla. —Rebuscó en su bolso de mano para encontrar la llave de su habitación, se limitó a hacer una inclinación de cabeza educadamente mientras la sacaba y cerraba el bolso—. Quizás vuelva a verte por aquí. —«O no… si puedo evitarlo», se dijo Paula.
Pedro se puso en pie y dio la vuelta a la silla para colocarla en su sitio.
—¿Paula?
Ella había empezado a alejarse, pero se volvió hacia él.
—¿Sí?
Él dio unos pasos hasta ella, tomó un mechón de su cabello entre los dedos no apareció durante un instante antes de inclinarse lentamente.
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