viernes, 7 de septiembre de 2018

CAPITULO 48 (SEXTA HISTORIA)




Iba a oscurecer pronto y Pedro era presa del pánico. Vale… es posible que hubiera pasado del pánico directamente a la desesperación.


Había caminado hasta la casa de Gustavo, donde averiguó que Paula había estado allí y se había marchado.


«Paula sabe toda la historia».


Colter ya le había informado de que le había contado la verdad a Paula porque ella ya había encontrado el recibo de los anillos y había adivinado la mayor parte del plan de todas formas. Incluso le había cantado las cuarenta a Pedro por no contárselo antes a Paula. Suponía que se lo merecía, pero no viniendo de Colter. Preferiría que Paula le leyera la cartilla. 


Sinceramente, solo quería ver a Paula, aunque se las hiciera pasar canutas.


German había llamado para hacer saber a Pedro que ninguno de sus hermanos había oído ni una palabra de Paula.


Se fue de casa de Colter y volvió corriendo a toda velocidad a la casa de invitados, solo para encontrarla vacía. Llamó a Gustavo y empezaron un equipo de búsqueda. En realidad, no cabía la posibilidad de que Paula estuviera en ningún sitio excepto allí fuera, en las montañas. No había ninguna otra ruta directa de vuelta a la casa de invitados desde la casa de Colter, así que debía de haberse desviado del sendero principal.


En ese momento, el equipo de búsqueda llevaba horas buscándola y nadie había visto ni rastro de ella. Gustavo despegó en su helicóptero, pero había zonas que no podía ver desde lo alto, zonas de bosques frondosos donde había que buscar a pie. Todos los hermanos de Gustavo y Chloe estaban buscando, y Pedro
sabía por el mapa que le había dado Gustavo que debía de estar cerca del final de la zona que le había sido asignada. Cuando llegara al borde del cañón, bajaría a la única entrada del cañón y volvería.


Gritaba el nombre de Paula mientras apartaba ramas de los árboles. Se le paró el corazón mientras esperaba una respuesta. Lo único que había oído hasta ese momento era… silencio.


Colter había jurado que Paula parecía estar bien para cuando se fue de su casa, diciendo que necesitaba un paseo a solas para pensar. Pedro esperaba que no estuviera pensando en cómo escapar de su matrimonio.


«Lo siento, cariño. Lo siento tanto. Contéstame».


Sus emociones se columpiaban desde el miedo al arrepentimiento y al enfado porque hubiera dejado el camino principal y se hubiera puesto en peligro. Algo andaba mal; lo presentía. Era casi como si sus emociones estuvieran ligadas a las de Paula, y el instinto le decía que no estaba
simplemente sentada en algún lugar pensando en su relación. Era más sensata que como para salirse del camino trillado después de oscurecer. No había llevado material: ni linterna ni su teléfono móvil siquiera. Lo había encontrado apoyado en el armario de la cocina, enchufado y cargado.


«¡Maldita sea!».


Gustavo había dicho que ni siquiera tenía agua y había sido una tarde excepcionalmente calurosa en Colorado. Se secó el sudor de la cara con la camiseta, que ya estaba mugrienta. Si estaba herida o atrapada en algún lugar, probablemente ni siquiera podía llegar a una fuente de agua.


Tenía la voz ronca mientras seguía llamándola y viendo cómo se desdibujaba el sol tras las montañas. Abriéndose paso a empujones entre más ramas, finalmente llegó a un claro y pudo ver la otra pared del cañón frente a él. Se acercó al borde y estudió la pared, casi vertical, hasta el fondo. Era un cañón largo y ancho, y no podría haber ido más lejos. Solo había una entrada,
así que Gustavo dijo que la mejor ruta era tomar el camino largo por la pendiente, encontrar la entrada y volver atrás. Era improbable que Paula fuera al resto de zonas circundantes porque se trataba de terreno agreste.


—¡Mierda! —exclamó ferozmente, frustrado y desesperado. Tenía que encontrarla—. ¡Paula! —rugió, atormentado. Su propia voz le devolvió el eco desde la pared opuesta del cañón, que era más alta que el lado en el que estaba él.


—Aquí… —Llegó una débil respuesta desde el fondo del cañón y se quedó helado. El corazón le palpitó desbocado al ver a Paula yaciendo en medio del cañón, tumbada sobre la espalda.


—¡Joder! —Sacó el teléfono del bolsillo y llamó rápidamente a Gustavo para hacerle saber que Paula estaba en el cañón, obviamente herida, pero no estaba seguro de la gravedad.


¿Se había caído? Esa idea hizo que Pedro se alterase, pero intentó calmarse.


Una caída desde la cornisa la habría matado. 


Siendo de piedra la mayor parte del suelo del cañón, no habría sobrevivido a una caída.


—¡Paula! ¡Espera! ¡Ya bajo!


—¡Estoy bien…! —respondió ella con voz débil—. Solo es la pierna. 


—Solo es la pierna… —repitió él, molesto—. Paula podría estar desangrándose hasta la muerte y no lo reconocería.


Pensar que estaba herida lo puso en marcha de inmediato. Empezó a balancearse y a bajar la pared del cañón. La roca tenía grietas, lo cual hacía que el ascenso fuera menos difícil, pero bajar era un desafío. Era más difícil ver los agarres de manos y pies. Sin embargo, iba a llegar a Paula ya. No iba a dar un rodeo hasta abajo para encontrar la entrada, en absoluto.


Oyó que Paula gritaba su nombre horrorizada mientras descendía tan rápido como podía.



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