viernes, 7 de septiembre de 2018
CAPITULO 49 (SEXTA HISTORIA)
Paula gritó el nombre de Pedro intentando impedir que descendiera por la pared de roca. Era demasiado alta, demasiado peligrosa, y Pedro ni siquiera tenía una cuerda de seguridad. Era una locura que cualquiera intentase un descenso libre por esa pared. Y, sin embargo, Pedro estaba haciéndolo y consiguiéndolo rápido.
Ahora no se atrevía a hacer el más mínimo ruido mientras observaba, horrorizada, cómo se abría paso firmemente por el precipicio. Una distracción podría matarlo.
«Ay, Dios. Por favor, deja que llegue abajo sano y salvo. Y después puedo matarlo yo».
Paula observaba sin aliento cuando Pedro llegó al punto a mitad de camino y siguió sin más. Su cuerpo poderoso se enfrentó a la pared de roca con fuerza y determinación.
«Está haciéndolo por mí, está arriesgando su vida por mí. Para nada. Podría haber dado un rodeo caminado. Yo podría haber esperado».
Maldiciéndose en silencio por volver arrastrándose al cañón, no dejó de mirar a Pedro. Había logrado salir del cañón, al bosque. Entonces oyó un helicóptero que volaba bajo y estuvo segura de que había emprendido su búsqueda. Por desgracia, iba a gatas y avanzaba lentamente. El helicóptero se fue antes de que ella pudiera despejarse de la cubierta de los árboles.
Tristemente, llevaba una camiseta verde que no ayudaba a que destacara para nadie que la buscara desde lo alto. En lugar de intentar avanzar, utilizó la energía que le quedaba para volver al cañón y situarse en el centro a esperar a que el helicóptero lo sobrevolara de nuevo. Allí sería visible; sería rescatada la próxima vez que la nave pasara sobre el cañón. Había hecho calor y estaba desesperadamente sedienta, pero era su única opción real. No tenía fuerza para llegar de vuelta al camino principal. Volver al cañón a sabiendas de que la buscaban desde el aire era la opción lógica.
Paula contuvo el aliento cuando el pie de Pedro resbaló antes de encontrarun agarre cuando descendía rápidamente la parte restante de la pared vertical.
Por fin, sus botas tocaron el suelo del cañón y Paula soltó el aire con fuerza.
Jadeaba y temblaba como consecuencia de verlo a un mal paso de la muerte.
Pedro corrió hacia ella y cayó de rodillas a su lado.
—¿Qué ha pasado? ¿Dónde te duele? ¡Dios! Dime que estás bien de verdad —farfullaba frenético con el rostro afligido.
«¿Ha sido un engaño todo lo que ha pasado entre vosotros?».
Las palabras de Gustavo la atormentaban. Arriesgar su vida por ella no era un engaño por parte de Pedro. Su rostro era de angustia, y eso no era ninguna mentira. Estaba aterrorizado por ella y puso el bienestar de Paula por delante del suyo.
—Solo me he hecho daño en tobillo. No puedo andar. —Le dio un puñetazo en el hombro—. ¡Maldita sea! No vuelvas a hacerme algo así nunca. Acabas de quitarme veinte años de vida. Podrías haberte matado.
—Siempre tomaré el camino más rápido hasta ti. —Levantó la pierna de Paula sobre su regazo cuando se sentó en el polvo y la hierba—. Joder. Este tobillo está del tamaño de un melón. ¿Qué demonios has hecho?
Paula se mordió el labio inferior mientras Pedro flexionaba su pie con delicadeza.
—No vi por donde iba. Me caí.
—¿Puedes moverlo sola? —le preguntó rápidamente.
—Apenas. No puedo apoyar el peso sobre él.
Retorció los dedos de los pies y lentamente giró el tobillo con una bocanada de dolor.
—Para. Necesitas rayos X. Gustavo está de camino. —Le lanzó una mirada tanto de alivio como de ansiedad y le apartó el pelo desaliñado de la cara—. Debería haber traído agua, pero quería avanzar lo más rápido posible.
—Sobreviviré. —Paula vio su rostro irascible. Podía esperar hasta que llegara Gustavo—. Por favor, no vuelvas a poner en riesgo tu vida de esa manera. Prométemelo —suplicó con voz trémula.
—No puedo prometerte eso, cariño. Me tomo en serio las promesas y volvería a hacerlo una y otra vez si tuviera que llegar hasta ti —dijo con voz ronca.
—Estás loco —le dijo desconcertada por su obstinación. Las lágrimas le caían por las mejillas al mirar a Pedro Alfonso, más desaliñado de lo que lo había visto nunca. Parecía que lo hubieran arrastrado por la tierra y que después lo hubieran colgado al sol durante horas.
—Tú me volviste así —respondió él con voz ronca—. Solía estar perfectamente cuerdo —añadió suavemente.
Paula oyó el sonido de un helicóptero que se aproximaba y ambos se quedaron en silencio mientras lo veían aterrizar con destreza, no muy lejos del lugar donde estaban sentados.
Pedro la levantó y corrió hacia el helicóptero, esperó hasta que las hélices dejaron de girar y hasta que el piloto les indicó que se acercaran y que abrieran la puerta detrás del asiento del piloto. La colocó en el asiento y se impulsó detrás de ella. Después de cerrar la puerta, se la sentó en su regazo rápidamente.
—Vamos. Tiene que ir al hospital. Se ha lesionado el tobillo y podría estar roto. Está muy hinchado.
El piloto se quitó los cascos, dio media vuelta y le entregó a Pedro una jarra de agua.
—Parece que necesitas esto.
No era de sorprender que Gustavo fuera el piloto, y le sonrió.
—Te he vuelto a rescatar, P. Chaves. ¿Ahora vas a darme un abrazo? — Puso el helicóptero en marcha.
Paula le dedicó una sonrisa débil.
—Puede que la próxima vez —respondió con descaro.
—La tocarás por encima de mi cadáver —respondió Pedro malhumorado.
—Eso puede arreglarse —replicó Gustavo con una sonrisa atrevida.
—Al Hospital, Colter. Vamos —gruñó Pedro. Le dio el agua a Paula primero y la ayudó a darle la vuelta. Cuando hubo bebido bastante, Pedro bebió parte de la botella de un trago antes de ponerla en el asiento junto a él.
—Ya voy. ¡Diosss! Misión cumplida, Alfonso. Relájate —respondió Gustavo tranquilamente mientras giraba y volvía a ponerse los cascos.
Gustavo puso el pájaro en movimiento rápidamente y ascendió tan rápido que Paula se sintió como si se hubiera dejado el estómago en el suelo.
—Joder. Vuela como un murciélago salido del infierno —se quejó Pedro en voz alta.
—Tú lo has pedido. —Paula apoyó la cabeza sobre su hombro, la boca cerca de su oído para que Pedro pudiera oírla por encima del ruido del
helicóptero—. Yo ya he estado antes con él en un helicóptero.
Paula todavía recordaba el horroroso vuelo a un lugar seguro que pilotó Gustavo cuando la hubieron rescatado. Gustavo no hacía nada despacio. Era meticuloso, rápido y, probablemente, muy mortífero. Nunca lo había visto así, pero no dudaba que podía ser letal bajo esa sonrisa arrogante y esa apariencia bromista.
—¿Durante tu rescate? —preguntó Pedro bruscamente, con el cuerpo tenso.
—Sí. Siempre parece llevarlo todo al límite. Volaba igual cuando estaba en las Fuerzas Especiales. Es bueno.
—A veces es un imbécil —contestó Pedro firmemente.
—Me salvó la vida. Creo que salvo muchas vidas. Puedo hacer la vista gorda al hecho de que sea arrogante solo por eso —dijo Paula con seriedad.
—¿Qué era esa mierda de abrazarlo? —preguntó Pedro acaloradamente.
Paula se encogió de hombros.
—Lo abracé porque estaba muy contenta de verlo y porque le estaba agradecida. Él piensa que es irresistible. —Tenía que admitirlo, Gustavo era tan guapísimo que quitaba el aliento y, en efecto, ese pequeño hoyuelo lo hacía totalmente fascinante y atractivo. Era comprensible que su aura de peligro y misterio junto con su personalidad lo convirtieran en una tentación tremenda para la mayoría de las mujeres. Pero Paula no era la mayoría de las mujeres; la única química que sentía ella era con el hombre que la abrazaba amorosamente, en gesto protector, el hombre que había escalado una montaña para ayudarla.
«Pedro».
—No más abrazos a hombres a menos que se trate de mí —exigió Pedro.
Paula sonrió contra su hombro.
—Tengo hermanos.
—Bien. Solo a ellos.
—Nos recogió y nos está llevando al hospital rapidísimo —dijo Paula coqueta—. ¿Puedo darle un besito en la mejilla más tarde? —Había provocado al tigre y lo sabía, pero no pudo evitarlo. Cuanto más posesivo se mostraba Pedro, más segura se sentía. Ahora mismo, necesitaba esa seguridad. Estaba harta del calor y del dolor. Actividad que dejara de pensar en su dolor corporal.
—¿Quieres besarlo? —Pedro sonaba aturdido y contrariado.
—Por favor. Solo para darle las gracias —lo acicateó.
—No. No quiero que tus labios ni tu cuerpo se acerquen a Colter en el futuro —discutió con ferocidad. Estrechó el abrazo en torno a su cintura con avidez—. Lo único que tendría que hacer es oler tu perfume embriagador e intentaría llevársete.
Sonriendo con su superioridad contra su hombro porque Pedro parecía tener la impresión de que ella era irresistible para cualquier hombre, respondió:
—Ahora mismo, apesto.
—Aun así, no vas a besarlo —respondió el con vehemencia.
—Ya veremos —respondió ella misteriosamente.
El helicóptero descendió para aterrizar.
Pedro gruñó molesto, pero respondió:
—En este momento, lo único que me importa eres tú. Parece que estamos en el hospital. ¿Todavía te duele?
Ella asintió dubitativa. El tobillo le palpitaba de dolor, pero no quería que Pedro supiera cuánto le dolía.
—Me pondré bien.
—Lo siento muchísimo, Paula. Nunca sabrás cuánto —respondió él con voz ronca que emanaba arrepentimiento y remordimientos.
Ella abrió la boca para contestar, para intentar aliviar parte de su autocastigo, pero se abrió la puerta del helicóptero. Unas manos la ayudaron a trasladarse a una camilla que había sido llevada hasta el helipuerto.
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Ayyyyyyyyyyyy, qué ternura todo lo que hizo para encontrarla y cuidarla después.
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