martes, 11 de septiembre de 2018

CAPITULO 5 (SEPTIMA HISTORIA)




A la mañana siguiente, Paula dejó escapar un bostezo audible al tomar el ascensor separado de su habitación que llevaba al gimnasio del resort. Le rugía el estómago por un desayuno. 


Había conseguido llegar a la ciudad de Rocky Springs la noche anterior y encontró un pequeño restaurante familiar. Ya había digerido las dos hamburguesas dobles con panceta y las patatas fritas con chile y queso que había comido la víspera, y estaba hambrienta.


«Entrena primero», se dijo.


Con unos pantalones de yoga negros y una camiseta gris, el pelo recogido en una cola de caballo en la parte posterior de la cabeza, estaba lista para terminar rápido su entrenamiento. Bebió el último trago del café que se había preparado en la habitación y tiró la taza de papel en una papelera a las puertas del gimnasio. Era temprano y esperaba que el gimnasio estuviera desierto como el día anterior por la mañana.


Se equivocaba.


La puerta estaba abierta y sujeta con un tope y Paula echó un vistazo al enorme gimnasio, sorprendida al ver a una pareja joven en una colchoneta en el centro de la sala. El hombre de pelo castaño era alto y delgado, lucía un uniforme de judo blanco con un cinturón negro atado a la cintura. Paula reconoció a mujer, vestida de un modo similar a ella, como Chloe Alfonso.


Paula se acercó más a la puerta al oír el dolor en la voz de Chloe.


—Javier, me estás haciendo daño.


El hombre sujetaba la muñeca de la mujer, más pequeña, mientras decía con arrogancia:
—Dijiste que querías compartir algunos de mis intereses, Chloe. Las artes marciales requieren un poco de dolor y disciplina.


Paula puso los ojos en blanco y apretó los dientes al verlo retorcer deliberadamente la muñeca de la mujer con el pretexto de enseñarle unos movimientos. Por lo que se veía, el cabrón disfrutaba ese giro sádico que le daba a su enseñanza —algo que le resultaba evidente a Paula que ni siquiera estaba calificado para hacer. Arrojó a Chloe al suelo con más fuerza de la necesaria sin darle ninguna razón ni enseñarle nada.


«El cabrón sólo disfruta haciéndole daño. No está enseñándole nada a Chloe excepto dolor, joder. El imbécil debe de tener el cinturón negro que se sacó por correo», se dijo.


Chloe chilló.


—Tenemos que parar. Me he hecho daño en la espalda. No entiendo cómo hacer esto.


«Comprensible, teniendo en cuenta que el imbécil que está enseñándote no está instruyéndote realmente. Está castigándote», pensó Paula.


—Levántate, Chloe. Te haré daño más de una vez antes de que lo entiendas —dijo el hombre con impaciencia. Prácticamente le dislocó el brazo a Chloe al forzarla a ponerse de pie—. Dijiste que querías perder un poco de esa grasa antes de casarnos.


Paula se estremeció. «Ay, Dios. ¿Éste es el prometido de Chloe Alfonso? ¡Increíble! Menudo imbécil».


—Quiero adelgazar un poco—respondió Chloe abatida, con una mano en la espalda dolorida.


Paula observó horrorizada mientras el hombre volvía a arrojar a Chloe al suelo, esta vez más fuerte.


—¡Ay! —el grito de Chloe era de verdadero dolor—. Javier, no puedo hacer esto. Cuando el prometido de Chloe volvía a tomar el brazo de la mujer pequeña, Paula entró en acción. El tipo era un puñetero sádico. Chloe Alfonso no estaba
gorda y su prometido era un matón amante del dolor. ¿Qué demonios hacía con un idiota como él? Chloe no solo era bonita, sino que también era rica y culta.


Paula se apresuró a la colchoneta y ayudó a Chloe a levantarse con cuidado.


—Puedes mirar —le susurró a la mujer de pelo oscuro mientras la apartaba de la colchoneta, a un lado—. Enseñar no debería ser doloroso —dijo más alto—. Y deberías aprender algo cada vez que te superan. Un buen instructor empieza con lo básico y no debería ser horriblemente incómodo. —Quería que Javier oyera sus últimas afirmaciones y dejó que el desdén que sentía hacia las técnicas de enseñanza del hombre que estaba en la colchoneta se colara en su tono de voz.


—¿Quién demonios eres? —preguntó él con voz enfadada y arrogante.


—Soy una huésped a quien no le gustan tus estrategias de enseñanza — replicó Paula ferozmente mientras se volvía de frente a él.


—Javier, es una huésped. Deberíamos irnos. No creía que fuera a subir nadie tan temprano. Este no es nuestro lugar cuando hay huéspedes presentes —dijo Chloe con vehemencia desde el lateral.


—Solo tienes miedo de que vuelva a tirarte —se burló Javier de ella.


«Claro que sí, joder, está asustada. Tú la estás poniendo así… imbécil».


—Se ha hecho daño. No es apropiado que sigas —le dijo Paula en tono cortante. También podría decirle que era un profesor pésimo y un capullo cruel, pero se mordió la lengua. En lugar de eso, sugirió—: ¿Por qué no le enseñas como se hace? Quizá ayuden unos ejemplos. —Paula le dedicó una sonrisa sacarina.


—Se lo mostraría encantado contigo —respondió Javier con una sonrisa de superioridad maliciosa.


Eso era exactamente lo que había estado esperando Paula, que se colocó en posición.


—Muéstramelo. —Le hizo una señal con los dedos para que fuera a pillarla.


Javier se abalanzó sobre ella con dureza y le agarró el brazo tan fuerte que Paula hizo una mueca de dolor, pero utilizó su centro de gravedad y el fuerte agarre sobre el brazo del hombre para voltear su cuerpo de un lado a otro dejándolo de espaldas en la colchoneta, aturdido y boqueando para recuperar el aliento.


—Zorra —gruñó en tono amenazante. Se puso en pie, la cara roja de furia.


—¿Qué pasa, cobarde? —susurró ella—. ¿No te gusta meterte con alguien que sí tiene habilidades? —Había sido un derribo limpio y no tenía ningún motivo para estar cabreado. Sin embargo, resultaba obvio que era un hombre al que no le gustaba que una mujer lo pusiera en evidencia. Era del tipo al que le gustaba salir ganando, siempre.


—¡Javier, no! —gritó Chloe.


Paula estaba lista para que Javier la atacara por la espalda, sin siquiera intentar fingir que estaba practicando ninguna clase de arte marcial. 


Entraba a castigar, y Paula ya le había visto las intenciones. Si ya no iba a jugar limpio, ella tampoco lo haría. Cuando le rodeó el cuello con el brazo, subió el codo y se lo clavó en el plexo solar. Por si acaso, le pisó el empeine con el pie, envuelto en sus zapatillas de deporte, y subió el puño hacia atrás para martillearle la nariz.


Él la soltó y cayó lentamente al suelo con un bramido espantoso.


—¡Me has roto la puta nariz!


Jadeando de furia, Paula reaccionó instintivamente cuando otro brazo de hombre la sujetó rodeándole los hombros. Volteó el cuerpo grande a su espalda por encima de la cabeza pero, al contrario que Javier, el recién llegado no la soltó. Paula se encontró precipitándose a toda velocidad sobre el cuerpo del hombre. Los dos rodaron el uno sobre el otro forcejeando por la supremacía.


Además, al contrario que Javier, este hombre era bueno y la subyugó en cuestión de segundos con una llave que no pretendía hacerle daño, sino hacer que se sometiera. Paula levantó la rodilla mientras el hombre sujetaba su cuerpo bajo el suyo, pero él bloqueó su tentativa.


—Cariño, antes de intentar golpear a un tipo en las pelotas, deberías asegurarte de que puedes salirte con la tuya —le dijo Pedro Alfonso al oído con voz ronca, el cuerpo musculoso encima del suyo—. Cálmate. No estaba intentando hacerte daño. Estaba tratando de evitar que intentaras matar a ese novato. —Pedro señaló a Javier con un movimiento de cabeza.


Con el corazón aún golpeándole el pecho por la adrenalina, Paula asintió. Sus ojos se encontraron con los de Pedro.


—¿Qué estás haciendo aquí? —jadeaba pesadamente, mientras el aire le entraba y le salía de los pulmones con frenesí.


Por el rabillo del ojo, Paula vio que Chloe ayudaba a Javier a levantarse y se lo llevaba del gimnasio. Su prometido fulminó a Paula con la mirada mientras Chloe lo llevaba afuera.


—Vine a entrenar —respondió Pedro. Sus ojos grises eran un torbellino de emoción, el cuerpo tenso—. No creía que fuera a encontrarme con una pelea tan temprano. ¿Qué demonios ha pasado?


—¿Puedes soltarme? —pidió ella sin aliento.


—Depende. ¿Vas a volver a intentar darme una paliza? —Su mirada se iluminó con un sentido del humor travieso—. Eres buena, niña. Incluso sabes pelear sucio. Pero yo soy mejor.


Era mejor, y eso molestaba a Paula. Pedro Alfonso había sido miembro de las Fuerzas Especiales, así que suponía que podía darse un respiro. Obviamente estaba bien entrenado en algo más que judo y krav magá.


Ella inspiró y su aroma masculino envolvió sus sentidos. Paula volvió a encontrarse cayendo y prácticamente hundiéndose en las profundidades de los intensos ojos grises de Pedro Alfonso.


—Cedo —le dijo a toda prisa. El sexo se le contrajo por el contacto cuerpo a cuerpo, y de pronto anhelaba algo más que su cuerpo musculoso sobre ella.


Aquel hombre hacía que se sintiera femenina de una manera en que no se había sentido en mucho tiempo… o quizá de una manera en que no se había sentido nunca. Era confuso y desconcertante.


Sacó las muñecas de un tirón para librarlas del peso de su cuerpo y lo empujó por el pecho.


—He cedido.


Él le guiñó un ojo.


—Lo sé. Estoy saboreándolo.


—Listillo —gruñó Paula, aliviada cuando por fin levantó su cuerpo de encima de ella y la tiró suavemente de ella para que se levantara.



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