martes, 11 de septiembre de 2018
CAPITULO 4 (SEPTIMA HISTORIA)
«Acaba de rechazarme», se dijo Pedro.
El hoyuelo de Pedro apareció en su mejilla mientras él sonreía como un idiota, todavía de pie en el lugar donde Paula lo había dejado. No ocurría a menudo —de acuerdo, no ocurría casi nunca— que ninguna mujer se arrojara a sus pies, incluso las casadas. Y había pasado demasiado tiempo desde que tenía interés.
«No está casada. Un idiota fue lo bastante estúpido como para dejarla escapar», pensó.
Probablemente debería haberle molestado que básicamente lo hubiera despreciado, pero en realidad le parecía divertido. Las mujeres no lo rechazaban, especialmente cuando sabían quién era exactamente. Era un Alfonso, hombre, soltero, multimillonario y un tipo razonablemente atractivo. No estaba acostumbrado a que las mujeres corrieran en dirección contraria en lugar de
intentar llamar su atención.
Había observado a Paula durante un rato, encantado cuando la vio tropezar al
salir del ascensor debido a sus tacones altos —después de saber que no iba a caer y hacerse daño—. Ella se había recuperado rápidamente y Pedro se dio cuenta de cómo observaba sola su entorno. Paula no era estúpida, y Pedro ya presentía que estaba allí por alguna otra razón aparte de unas simples vacaciones. Parecía muy alerta, casi demasiado consciente de su entorno para una mujer que se suponía que estaba de vacaciones.
Había un misterio que resolver con Paula de la costa este, y por extraño que pareciera, él quería averiguar lo que estaba haciendo exactamente allí, en medio de la nada.
No esquiaba. No le interesaban las aguas termales. Y, sin embargo, ¿había escogido Colorado para unas vacaciones? ¿De veras estaba curando un corazón roto? ¿De veras sería Rocky Springs un lugar que escogería cualquier mujer para hacer eso? No parecía dispuesta a disfrutar de ninguna de las instalaciones del resort ni de sus actividades.
«Joder, habría pensado que un clima más cálido o un destino vacacional más emocionante sería un lugar mejor para curar un corazón herido», pensó. La mayoría de la gente iba a Colorado en pleno invierno por una única razón: los deportes de invierno. No había ningún otro motivo para aguantar las temperaturas brutales y las nevadas casi constantes. Si no adorase tanto el subidón que le daban sus deportes de invierno, a su familia y su patria chica, probablemente él estaría en alguna bonita isla tropical en ese preciso instante.
Paula estaba sola y no parecía interesada en las aguas termales ni en los deportes de invierno. Entonces, ¿qué estaba haciendo allí realmente?
«Ese vestido que decía acuéstate conmigo tampoco tenía sentido. No invitaba a la soledad precisamente. Pero si estaba intentando atraer a un hombre, ¿por qué se libró de mí tan rápido?», se dijo.
Todo lo que había hecho falta era una milésima de segundo de vulnerabilidad que había visto en sus ojos que le decía que estaba siendo sincera en cuanto al novio infiel. Pero, ¿realmente era esa la razón por la que estaba allí ahora?
Parecía fuera de lugar, diferente de los desenfadados turistas y esquiadores habituales que estaban allí en esa época del año. Y había tenido la impresión de que Paula estaba huyendo de algo o de alguien.
«¿De mí?», pensó. Su sonrisa se ensanchó aún más al salir del bar. Ella se había alejado de él con bastante facilidad, sin mirar atrás y eso lo intrigaba.
Hacía que se sintiera aún más decidido a conocerla… y a acostarse con ella.
«Mentí cuando dije que no quería acostarme con ella», admitió. La deseaba… la había deseado desde el momento en que la vio tropezar al salir del ascensor.
Hacía mucho tiempo desde que había deseado a una mujer como deseaba a Paula… desde mucho antes de su accidente. El pene se le puso tan duro como una roca desde el minuto en que la divisó, y su descarada erección no se iba. Era guapa, con el pelo largo y rubio, ojos marrones llenos de sentimiento que parecían ocultar mil secretos, un cuerpo precioso que estaba impaciente por explorar. Sus piernas esbeltas parecían interminables y no había nada que deseara más que le envolvieran la cintura mientras él la penetraba. Ambos quedarían saciados y satisfechos.
Había necesitado toda la fuerza que tenía para no tomar aquellos sedosos mechones de pelo en la mano y degustar esos preciosos labios carnosos suyos allí mismo, en el bar.
«Pero la saborearé. Pronto», se prometió mentalmente. Tal vez no aterrizara en su cama aquella noche, pero Pedro podía esperar. Era un experto en esperar, en escoger exactamente el momento adecuado para actuar.
Definitivamente, ella valdría la pena.
«Tengo que averiguar más sobre Paula de la costa este con un trabajo estresante y un ex novio imbécil», se recordó.
Eso era todo lo que sabía sobre la mujer que había despertado su interés y a su pene, excepto por el hecho de que era huésped del resort, pero eso no importaba. Él era dueño de parte del resort, así que conseguir información sobre ella no sería ningún problema. Lo único que haría falta era una llamada de teléfono.
Planeó su estrategia mientras se abría camino al mostrador de recepción para averiguar lo que pudiera sobre la mujer que le había devuelto su libido con fuerza.
Hacía mucho tiempo que ninguna mujer despertaba su interés, mucho menos su pene, y ambas cosas le sentaron muy bien. Paula estimulaba a ambos y Pedro sabía que ninguna otra mujer iba a funcionar ahora que la había conocido. La deseaba e iba a conseguirla, aunque tuviera que jugar sucio. Había pasado demasiado tiempo desde que rascaba esa comezón, y ahora que una mujer le había devuelto su deseo de placer carnal, no iba a dejarla escapar. Ella también lo deseaba. Pedro lo sentía. Pero algo la detenía.
No era un juego para ella y no estaba jugando a hacerse la dura. Realmente había tenido la intención de tratarlo con frialdad, de ignorarlo.
«Eso no va a suceder», pensó.
Pedro le lanzó una sonrisa de infarto a la recepcionista del hotel y se situó detrás del mostrador para acceder al ordenador del resort.
Pedro no aceptaba bien el fracaso. Nunca lo había hecho. Tendría un plan en marcha antes de que terminara la noche; su único objetivo era llevarse a Paula a la cama lo antes posible.
Si realmente tenía el corazón roto, él lo arreglaría de la manera más placentera imaginable.
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