miércoles, 27 de junio de 2018
CAPITULO 62 (PRIMERA HISTORIA)
Pedro daba vueltas en la sala de informática como un tigre enjaulado. Sabía que seguramente era un poco exagerado pensar que Paula lo iba a abandonar, pero en ese momento no estaba siendo racional precisamente.
Durante un rato se había encontrado mejor, pues su hermano Samuel le había hecho entrar
en razón, pero después había recibido un mensaje de Paula diciéndole que llegaría a casa más tarde de lo normal, y eso había vuelto a disparar las alarmas y a ponerlo de los nervios.
La forma en la que Paula había contestado a sus mensajes —con respuestas de lo más evasivas— no lo había tranquilizado en absoluto. Lo único que le consolaba un poco era que le había enviado un mensaje para decirle que lo quería: «Te quiero muchísimo. No tardaré en volver a casa».
Pedro se detuvo para leer de nuevo el mensaje con la esperanza de que lo animara un poco y le
quitara los malos rollos de la cabeza. Quizá lo habría logrado si en ese momento no hubiera visto por el rabillo del ojo el maldito acuerdo prenupcial.
«Si esto es lo que quiere, quizá debería firmarlo y santas pascuas. ¿Qué más da? ¿Qué importancia tiene un estúpido trozo de papel?».
Siempre cuidaría de Paula, hubiera contrato de por medio o no.
Pedro cogió el acuerdo de la mesa y lo hojeó.
Apretó los dientes, cogió un bolígrafo y firmó
utilizando más fuerza de la necesaria. Tiró el boli sobre los papeles y masculló:
—¡Hala! Ya está. El mundo no se termina por que haya firmado esa gilipollez. —Él no pensaba
dejarla en la vida y removería cielo y tierra para que ella no lo abandonara. Esos asquerosos papeles cogerían polvo en el despacho de algún picapleitos mientras Pedro pasaba la vida junto a la mujer que amaba—. Lo único que quiero es que sea feliz —susurró con rabia, esperando que esa firma aliviara la tristeza de Paula.
La forma en que se estaba comportando últimamente lo estaba volviendo loco. A pesar de lo dura que había sido la vida con ella su chica era una persona serena, optimista y positiva, por lo que siempre estaba sonriendo y las pocas veces que no lo hacía Pedro lo pasaba fatal. Si lo que necesitaba para quedarse tranquila era un acuerdo prenupcial, firmaría todos los que quisiera. Obviamente no le hacía gracia que Paula tuviera dudas sobre su relación y que se planteara una separación en el futuro,
pero haría todo lo que estuviera en su mano para convencerla de que estaba equivocada.
Quizá lo único que necesitaba era tiempo. Paula le había dado muchísimas cosas ese último año, pero las más importantes eran su apoyo y su amor incondicional. Si ella era capaz de aguantarlo cuando se ponía gruñón e irascible —y casi siempre sin quejarse—, él podía firmar un absurdo papel.
»Debería haberlo hecho antes —comentó en voz baja, enfadado consigo mismo por haber discutido tanto por un tema tan trivial. Sabía lo mucho que afectaba a Paula la diferencia económica que existía entre ellos. Esperaba que lo superara y que empezara a hacerse a la idea de que todo lo que era suyo también le pertenecía a ella, pero suponía que aún no había llegado ese momento.
—¿El qué?
La aterciopelada voz femenina le rozó con suavidad la espalda como una tela de seda fina. Pedro se dio media vuelta y se quedó embelesado contemplando a la mujer que amaba mientras el corazón se le aceleraba.
—Debería haber firmado el documento cuando me lo pediste en lugar de haberte echado la bronca —le explicó con voz ronca mientras sentía la apremiante necesidad de rodear con los brazos aquel uniforme de enfermera color rosa bebé para sentir junto a su piel la cálida suavidad de Paula.
Como llevaba zapatillas de deporte, rodeó la mesa sin hacer ruido y, al coger los papeles, el
bolígrafo con el que Pedro había firmado los documentos rodó por el escritorio.
—¿Lo has firmado? —parecía sorprendida, atónita.
—Sí. Siento lo que te dije.
Y Pedro lo sentía de verdad; más de lo que era capaz de expresar, pues nunca se le habían dado bien los discursos elocuentes ni elegir las palabras adecuadas para Paula. La verdad era que se pasaba la mayor parte del tiempo obsesionado con poseerla o con protegerla. La ternura y las palabras dulces no eran precisamente su punto fuerte.
La mirada de Paula se dirigió a su rostro para examinarlo con detenimiento como quien busca algo.
—¿Por qué? Pensé que no querías.
—Y no quiero. —Se encogió de hombros—. Pero deseo que seas feliz y sé que el tema del dinero te molesta. —La fulminó con una oscura mirada—. Lo he firmado por ti. Pero no me vas a dejar aunque lo haya hecho. En la vida.
Jamás usarían esos papeles ni tendrían importancia alguna. Para Pedro aquellos documentos no eran más que una triste forma de malgastar árboles.
Paula esbozó una sonrisa y, sin dejar de mirarlo a los ojos, cogió el acuerdo y lo rompió en dos.
Y después otra vez. Y otra vez.
—Tienes razón. No te voy a dejar. Al menos no mientras me ames.
A Pedro se le aceleró el pulso y repuso:
—Te amaré mientras me lata el corazón. ¿Por qué lo has hecho? —preguntó contemplando los
trocitos de papel desperdigados por la mesa.
—Porque jamás debí permitir que el dinero se interpusiera entre nosotros. Lo siento, Pedro. Lo
siento de veras. —Se le quebró la voz mientras rodeaba el escritorio para lanzarse a sus brazos.
Pedro la abrazó con fuerza y cerró los ojos con alivio, extasiado por tenerla tan cerca. La besó en la sien y en la mejilla, apretándola contra su piel, pero sin llegar a aplastarla.
—No debí decir lo que dije.
—No, soy yo la que te he hecho daño por culpa de mis inseguridades. Nunca has dejado que el
dinero sea un problema entre nosotros y yo tampoco debí hacerlo. Tenías razón y yo me he equivocado —masculló apoyada en su pecho.
Pedro posó con delicadeza la cabeza de Paula en su hombro para que se apoyara en él con
comodidad . «Este es su sitio. Siempre lo será».
—Te quiero. Lo único que deseo es que vuelvas a ser feliz. Estás triste y no me gusta.
Paula se retiró lo justo para poder mirarle a los ojos.
—No estoy triste. Estoy sensible.
—Pues prefiero verte sensible en plan feliz que en plan triste —bramó antes de besarle con cariño la punta de la nariz.
Ella lo cogió de la barbilla con dulzura y respondió:
—Eres un hombre increíble, Pedro Alfonso. Siempre te estás preocupando por que esté feliz y a salvo. Siempre dispuesto a sacrificarte por mí. Te quiero tanto que a veces me da miedo.
Pedro le cogió la mano y se la llevó a los labios para besarle la palma:
—Nunca he sacrificado nada por ti. Te quiero y tú puedes quererme todo lo que quieras. Te aseguro que no me quejaré.
Pedro no pudo reprimir una sonrisa al pensar que jamás se cansaría de que le dijera lo mucho que lo amaba aunque lo repitiera cien veces al día. Paula también esbozó una tímida sonrisa:
—Hoy he gastado dinero. Tu dinero. Esto…, o sea, nuestro dinero. He decidido que necesito un
coche. O quizá un monovolumen. Y quiero una luna de miel larga. ¿Podemos coger el avión?
—Por supuesto. A donde tú quieras. —«Gracias a Dios». Pedro sonrió de oreja a oreja mientras
preguntaba con picardía—: ¿Te ha dolido?
Paula no tuvo que preguntar a qué se refería.
Pedro la entendía a la perfección.
—Muchísimo. Empecé buscando en las ofertas, pero no encontraba nada que me gustara, así que fui a los artículos de temporada.
—¡Au, eso duele! —«¡Adoro a esta mujer!»—. ¿Y qué tal fue?
—Bien. La mano solo me tembló un poquito al pasar la tarjeta de débito —admitió con desazón—. Y luego me fui a hacerme la manicura y la pedicura. ¡Nunca me las había hecho! Fue… raro…, pero quería probarlo.
Pedro rio mientras abrazaba a Paula con fuerza.
La pobre había tenido poquísimos caprichos en la vida y no había disfrutado de muchas de las cosas que las mujeres hacían a diario sin darle la menor importancia.
—¿Qué has comprado?
—Alguna cosilla…, eh…, ropa. De talla grande —comentó en voz baja con nerviosismo.
—¿Te propones engordar?
A él no le importaba. Podía tener la talla que quisiera, lo único que ocurriría si metiera más carne a ese cuerpo serrano es que sus curvas serían aún más exuberantes.
—Temporalmente. Es que… ¡No lo soporto más! Será mejor que te lo diga de una vez. —Se retiró
para colocarle una mano a cada lado de la cabeza y posó sus ojos pensativos en la mirada aún traviesa de Pedro—. Estoy embarazada. Vamos a tener un bebé. Por eso estoy tan sensible. Las hormonas se están apoderando de mi cerebro.
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