miércoles, 27 de junio de 2018

CAPITULO 65 (PRIMERA HISTORIA)




Samuel Alfonso avanzó despacio por la recepción de la clínica, absorto en sus pensamientos. ¿Qué diablos acababa de ocurrir? Se había preocupado porque Magda seguía en la clínica a esas horas y había decidido pasarse un momento a ver si se encontraba bien. Tan solo quería asegurarse de que no había ningún problema. ¡Maldita sea! 


¿Es que no podía ver a esa mujer sin que le entrara una necesidad irrefrenable de poseerla, de lograr que ella lo deseara tanto como él la deseaba a ella?


«Nunca has superado esa relación y seguramente no lo logres jamás. Ha sido tu obsesión durante años. Se te metió bajo la piel como una astilla que no hay quien la vuelva a sacar y que produce irritación y molestia de por vida» .


Al salir a la calle, cerró la puerta principal a sus espaldas y, mirando a uno de los agentes de
seguridad, ordenó:
—Cierra con llave.


El hombre asintió con la cabeza.


—Sí, señor. Espero que su encuentro con la doctora Reynolds fuera satisfactorio.


Samuel se rio de sí mismo soltando una carcajada sin gracia:
—Sí. Ha sido muy revelador.


Saludó con la mano al resto de escoltas mientras se dirigía hacia el coche.


Sí. «El encuentro ha sido un gran éxito», pensó apesadumbrado mientras entraba en el Bugatti.


«Jamás te has disculpado por lo que hiciste».


Las palabras de Magda lo atormentaban y se dio cuenta de que posiblemente lo torturarían para
siempre.


Frustrado, Samuel pegó un puñetazo al volante. No. Nunca le había pedido perdón. Aunque tampoco Magda le había dado la oportunidad. 


En cualquier caso, se lo debería haber pedido, debería haber encontrado el modo de disculparse. En aquella época no tuvo ocasión y ahora acababa de malgastar su segunda oportunidad.


¿Qué tenía Magdalena que le hacía perder la cabeza?


«Te estás comportando como un gilipollas porque a ella ya no le importas y eso te reconcome por dentro. Si logras seducirla, puede que logres que te entregue su cuerpo…, pero jamás te dará su corazón. Eso no volverá a suceder».


Hubo una época, hacía muchos años, en la que Magdalena lo adoraba, en la que sus ojos reflejaban la admiración que sentía por él; pero una sandez, un incidente estúpido, había bastado para borrar para siempre esa mirada de sus preciosos ojos.


Apoyó la frente en el volante y cerró los párpados recordando vivamente a la Magda que un día lo miró con afecto y respeto a pesar de que en aquella época no tenía dónde caerse muerto. Resultaba irónico que, ahora que se había convertido en uno de los hombres más ricos del mundo, lo mirara como si fuera un insecto que debe ser pisoteado o un roedor que hay que exterminar.


«Volverás a verla. En la boda de Pedro y Paula tendrá que hablar contigo». El enlace se iba a
celebrar en casa de Magda, así que la pelirroja no tendría elección. Él era el padrino y ella, la dama de honor. Como mínimo, tendría que guardar las formas, y Samuel sabía que lo haría. 


Era una mujer considerada y fiel con sus amigos y dejaría sus sentimientos a un lado para que en la boda de Paula todo fuera como la seda.


«No me afectará cómo me trate o cómo me mire. No volveré a comportarme como un imbécil con ella».


Samuel se apoyó en el respaldo suspirando y arrancó el coche preguntándose si no era demasiado tarde para eso. Lo cierto era que los años le habían hecho cambiar y que ya no tenía claro si le gustaba la persona en la que se había convertido.


«Busca a una mujer, alguien que te quite a Magdalena de la cabeza».


Se abrochó el cinturón y sacó el coche de la plaza de aparcamiento mientras respiraba hondo y repasaba una lista mental de mujeres disponibles…, pero entonces olió un aroma cautivador, una tentadora fragancia que había impregnado su jersey. Era el aroma de ella. El recordatorio de lo que acababa de ocurrir en la clínica.


—No puedo hacerlo. No puedo estar con otra mujer. Ahora mismo no —se dijo a sí mismo,
cabreado por haberla besado.


Después de haberse rozado con las irresistibles curvas de Magdalena pensar en pasar la noche con otra mujer no le interesaba lo más mínimo. 


Samuel frenó a la salida del aparcamiento, echó un vistazo al reloj y sonrió cuando decidió girar a la izquierda en lugar de a la derecha, en dirección al piso de Pedro.


«Ya es hora».


Su hermano lo había llamado hacía rato para informarle de que iba a ser tío y para pedirle un favor, algo insólito en Pedro. La verdad es que no había nada en el mundo que Samuel no estuviera dispuesto a hacer por su hermano pequeño. En una ocasión no había podido protegerlo y eso no volvería a pasar jamás. 


Necesitara lo que necesitara, Samuel siempre lo apoyaría.


Por suerte, Pedro había conocido a Paula. Samuel la tenía en un pedestal porque el amor que sentía por su hermano pequeño era incondicional. Gracias a ella Pedro era más feliz de lo que había sido en la vida y por eso Samuel la adoraba. Su hermano merecía esa felicidad y también que una mujer sintiera tal devoción por él. Por desgracia ver a Pedro y a su prometida juntos le hacía pensar en lo vacía que estaba su vida y en lo superficial que era su existencia.


Besar a Magda y abrazarla después de tantos años había empeorado aún más las cosas. Era como si se le hubiera despertado algo en el fondo de su ser; una sensación que le resultaba a la vez familiar y desconocida. Y que, sin lugar a dudas, lo incomodaba.


«Olvídate de ella. Olvida lo que sentiste al perderte en su suavidad, al oler su aroma y al rozar sus exuberantes curvas y su ávida boca».


Samuel empezó a despotricar al darse cuenta de que esa noche la pasaría solo y que tendría que satisfacerse él mismo mientras fantaseaba con Magdalena. Y esta vez los recuerdos serían más vívidos, más recientes y más reales que nunca.


¡No iba a ser nada fácil!



No hay comentarios:

Publicar un comentario