miércoles, 18 de julio de 2018
CAPITULO 13 (TERCERA HISTORIA)
Increíble. Estaba lista para suplicarle ya.
Su siempre sereno, mesurado Pedro estaba listo para actuar, y también hablar, como un animal en celo. Le hizo cuestionarse todo lo que conocía de él, cuánto había conocido a su marido realmente. Era disciplinado y sereno aun haciendo el amor. Pero ahora no parecía ni mucho menos sereno. Parecía voraz, salvaje, con toda su bravura concentrada en ella.
— Condones —le recordó—. Necesitamos condones.
Llevándose la mano al bolsillo de sus pantalones empapados, extrajo un puñado de condones, salvados del agua por el envoltorio de plástico, y los arrojó al suelo.
— Fue mi primera precaución —dijo con voz áspera.
Ardiendo en deseo, Paula no pudo controlarse a sí misma.
— Entonces, tómame y haz que me corra —lo retó, sabiendo, de alguna manera, qué decir para provocarlo. Era algo que no diría normalmente, pero se sintió bien después de decirlo. Nunca había hablado sucio durante su matrimonio porque Pedro no lo hacía, pero no tenía ya ese problema.
Dos mujeres en un mismo cuerpo …otra vez.
— Cariño, no te quepa duda que te vas a correr … y vas a gritar mi nombre cuando lo hagas —le prometió amenazante.
Paula miró su expresión animal, pensando que tendría que sujetarle las riendas. Él estaba reaccionando al miedo y la ansiedad, su desaparición lo había hecho actuar de forma inusual. Pero, Dios, le gustaba así. Salvaje, masculino, amenazante. El lado oculto de Pedro que ella nunca había descubierto debajo de su apariencia sosegada.
Y era completamente irresistible. No le tenía el más mínimo temor. Pedro nunca le haría daño.
Estaba tan excitada que todo su cuerpo ardía a temperatura extrema, tan lista para recibirlo que lo necesitaba en ese mismo instante.
— No soy de gritar —le recordó ella de pasada. Pero su deseo estaba desenfrenado.
— Lo serás —replicó él. Su voz sonó tan seductora y decidida que fue directamente a las entrañas de Paula, vibrando por su cuerpo hasta llegarle a sus temblorosos muslos.
— No te muevas —le ordenó soltándole las muñecas y quitándose la camiseta mojada, dejando al descubierto un fantástico torso que no había cambiado mucho en los últimos años.
El cuerpo de Pedro Alfonso se ocultaba frecuentemente bajo los trajes de chaqueta y las corbatas. Cada fibra de músculo bien definida gracias a sus ejercicios diarios la hacían querer llevarse a la boca cada centímetro de su pecho y de su abdomen de acero, y seguir el camino marcado por el sendero de vello que bajaba de su ombligo y desparecía tentador bajo la cintura de sus vaqueros.
Ella no era de gritar. Le preocupaba que Pedro se sintiera rechazado por su poco entusiasta reacción.
Siempre había hecho todo lo posible por ser la mujer elegante que pensó que Pedro quería como pareja, una mujer con quien estaría orgulloso de estar casado. Poco a poco, ella se había transformado en la mujer que ella creía que Pedro quería y necesitaba, intentado dejar de lado su frecuentemente impulsiva conducta para hacerlo del todo feliz. No había logrado del todo su objetivo todavía, pero había intentado todo lo posible. Al menos, ella lo había intentado …antes de desaparecer.
— Tú …tú quieres que grite de verdad — tartamudeó, confundida por este Pedro que no conocía pero la intrigaba.
Agarrando las copas de su bikini, Pedro rompió sin dificultad la cuerdecita que las unía, dejando sus senos al abrazo de la cálida brisa de la noche. Sus pezones duros y sensibles, deseando el tacto de sus manos. Paula gimió cuando él le apretó los pechos entre sus manos y dibujó círculos con los pulgares alrededor de sus pezones.
— Sí, lo quiero. Grita, gime, suplica, córrete para mí —exigió bruscamente, mirando intensamente sus manos recorrer los pechos de Paula, una y otra vez—. Quiero oírte.
— Estamos al aire libre —dijo ella, jadeando a cada roce en sus endurecidos pezones.
— ¿Quieres que pare? —preguntó él delicadamente, echándose hacia atrás, abriéndole las piernas y poniendo la cabeza entre sus pechos.
Un toque de sus labios, una caricia con la lengua, y estaba completamente perdida.
— No, por favor. —Sus brazos se movieron involuntariamente. Sus manos se empuñaron en el pelo de Pedro—. Te necesito. Ahora.
— ¡Qué buena estás! —exclamó él contra su cuerpo mientras lamía y mordisqueaba un pezón y acariciaba el otro con los dedos—. Me perteneces, Paula. Me has pertenecido siempre —le dijo roncamente, llevando la boca de los pechos al abdomen, dejando una estela de fuego en su arrastre.
A punto de llorar por la ansiedad, Paula suspiró cuando él desató el lazo que mantenía unidas las partes delantera y trasera de la braga de su bikini, le abrió más las piernas y se deslizó entre ellas, sin dejar de lamer con lujuria su bajo vientre.
De un tirón, su poderoso brazo se deshizo de la braga del bikini y la arrojó a lo lejos, a algún lugar en la playa, con los lazos rotos. Paula contuvo el aliento mientras que los dedos de Pedro planeaban sobre el vello recortado de su pubis. Tan diferente a como era antes, cuando se hacía la depilación completa, algo que siempre le había parecido una especie de penitencia por ser mujer. Era evidente que, lo que quiera que hubiera hecho, no había conservado la costumbre. Se había conformado con recortarse y afeitarse.
— Así es como me gusta. Tan femenino. Tan dulce. Tan delicioso —dijo Pedro retumbando, su boca acariciando los labios vaginales de Paula.
Ella dejó salir el aire de sus pulmones en forma de prolongado suspiro, el tacto de los labios de Pedro en su carne trémula y de su lengua ardiente abriendo sus pliegues estaba acabando con ella. Nada le importaba excepto aquella lengua diestra. Su palpitante clítoris la necesitaba más que ella respirar.
— Dios. Por favor, Pedro. Por favor.
Le abrió las piernas aún más, exponiéndola como un festín. Y la devoró, dejando fuego líquido donde tocaba con su lengua, haciendo que su cuerpo entero se estremeciera. No hubo nada de aquella gentil, pausada, sutil técnica anterior. Su apetito era insaciable y la saboreó como un hombre hambriento incapaz de reprimir su deseo de abalanzarse sobre un plato de comida.
Sitió el clítoris de Paula, hundiéndose en los
pliegues humedecidos para recorrerlo alrededor y por encima con la lengua, gimiendo mientras hacía entrar dos dedos en el estrecho canal, sintiendo la tensión de sus músculos internos intentando guardarlos dentro. Paula alzó la cadera para que entraran más. Más. Necesitaba más.
—Pedro, por favor. —Estaba necesitada y
desesperada, lista para que Pedro la penetrara—.Tómame, Pedro. Por favor.
No podía soportar un momento más su lengua burlona y sus dedos merodeadores, que ahora acariciaban en círculos su clítoris, sin piedad. No es que él nunca lo hubiera hecho antes …pero, ¡Dios!
No así, no como un hombre de acción: enérgico, decidido y completamente desatado.
Solía ser un preámbulo, una herramienta para excitarla y prepararla para lo demás. No esta vez.
Paula se sentía como las olas que oía romper en la playa, turbulenta y completamente incapaz de contener su propia marejada. Lloriqueó cuando Pedro empezó a penetrarla con los dedos, más adentro, más intensamente, sin dejar de poner toda su atención en el palpitante bulbo que lo reclamaba.
Embriagada de sensaciones, retorciéndose con los espasmos que sacudían su cuerpo, Paula llegó al más poderoso clímax que había sentido en su vida.
— Pedro. Sí, así. Pedro. —Acabó gimiendo y gritando, incapaz de no repetir su nombre, mientras que él exprimía hasta la última gota de placer que le quedaba en el cuerpo y lamía el jugo de su orgasmo.
Jadeante, sin darle oportunidad a recuperarse,
Pedro se levantó y se quitó los pantalones, llenos de agua y arena, y sus calzoncillos con él.
Cogiendo uno de los condones, lo abrió con los dientes y antes de que Paula se diera cuenta estaba dentro de ella, empujando su imponente cuerpo desnudo entre sus piernas.
— Creo que eres la mujer más sexy del planeta
—dijo Pedro con voz rasposa—. Oírte gemir, gritar mi nombre, hacerte correr…Dios. No hay otra cosa igual. Excepto estar dentro de ti.
Apenas recuperada del clímax, Paula lo necesitaba otra vez. El deseo le nacía en las entrañas, un deseo que trascendía la lujuria.
Necesitaba que la tomara, que la usara, que fueran uno. Pedro era la otra mitad de su alma y lo quería sin espera.
—Tómame. Tómame.
— Dime que me necesitas, Paula. Porque yo te necesito. Necesito saber que me deseas tanto como yo a ti ahora mismo —dijo Pedro, la voz torturada, antes de que su boca apresara la de ella, dejándola incapaz de decir las palabras que quería oír.
Paula le devolvió el beso de la misma manera que lo recibió, las lenguas entrelazadas mientras que él la besaba sin sentido. Rodeándole los hombros con los brazos, podía sentir su poderoso cuerpo estremecerse mientras su lengua entraba y salía, una y otra vez. Puso las piernas alrededor de su cintura, sus talones descansando en los glúteos, duros como piedra, de Pedro.
— Te necesito. Ya no puedo más —balbuceó Paula cuando él le soltó los labios—. Te quiero, Pedro. Siempre te he querido. Siempre te querré.
Nada podía ser más cierto. Le pertenecía desde que se conocieron. Ella salía de un café, la cabeza en las muchas de cosas que tenía que hacer ese día, cuando se dio de golpe con Pedro. Literalmente. Le derramó el contenido de un vaso grande de café late desnatado en el traje; estaba abochornada.
Él se rió, seduciéndola inmediatamente. Y seis meses más tarde estaban casados. Necesitarlo, desearlo, nunca había sido su problema. Su inseguridad era no saber si era la mujer para él, siendo los dos tan diferentes y guardando en su pasado hechos que nunca le había revelado.
— Y yo a ti, mi deliciosa, sexy Paula. Nunca vuelvas a dejarme solo —le ordenó vehementemente, aunque su voz aterciopelada contenía una nota de vulnerabilidad.
— No lo haré. Te lo prometo. Tómame, Pedro. No puedo esperar más. —Un minuto más sin tenerlo dentro y perdería los nervios.
Pedro se dio la vuelta con ella, con sus potentes brazos rodeándole la cintura.
— Tú misma, cariño. Quiero verte. Esta vez quiero ver cómo te corres.
Paula no lo dudó. Agarrando aquel pene enervado, se empaló en él, gimiendo mientras que se llenaba de él, hasta casi al punto del dolor. Casi, no del todo. Pedro estaba bien dotado y la abrió hasta el máximo de su capacidad, las paredes de su canal abriéndose y estrechándose en él. Con las manos descansando sobre el pecho cincelado de Pedro, no pudo resistir acariciar su piel ardiente, recorriendo con los dedos la liviana capa de vello del pecho, deslizándolos sobre los hombros y los bíceps. ¡Dios, qué ejemplar de hombre!
— Así. Tócame. Hazme creer de una vez que estás conmigo de nuevo —rogó entrecortado, agarrándola por las caderas y aupándola para luego hacerla bajar, una y otra vez—. Ninguna sensación mejor. —Cada palabra acentuada con una embestida, un poderoso golpe de caderas cada vez.
Con su cuerpo deshaciéndose, Paula se inclinó hacia delante y apoyó las palmas a cada lado de la cara de Pedro, gimiendo mientras que él controlaba el ritmo y la intensidad de sus movimientos. Podría estar encima de él, pero su marido tenía la situación bajo su control y la martilleaba implacablemente, como un hombre poseído.
Paula podía sentir que se aproximaba un nuevo
clímax y todo su cuerpo se estremeció.
— Pedro —dijo, incapaz de verbalizar nada más.
Apartando las manos de las caderas, sin alterar el ritmo de sus movimientos, él le agarró las manos, y entrelazó sus dedos con los de ella mientras capturaba su boca. La lengua se abrió camino entre los labios de Paula, imitando los movimiento del pene, y ella se echó sobre él, ansiosa de unirse con él de todas las formas posibles. Dedos entrelazados, bocas fundidas y cuerpos amarrados, el corazón de Paula latía al compás del de Pedro. En ese instante, estaban como tenían que estar… completamente entrelazados, sin saber dónde terminaba uno y empezaba el otro. Paula estaba al borde del orgasmo, lista para arrojarse al éxtasis. Era estimulante y estremecedor.
— Córrete para mí, cariño. Ya —la urgió Pedro, separando su boca de la de ella, penetrando más adentro todavía, más rápidamente. Su pelvis restregándose y estimulando el clítoris del Paula con cada embestida.
El clímax la golpeó como una avalancha; poderoso, salvaje, completamente fuera de control.
Ella navegó sus olas a medida que le surcaban el cuerpo, una a una, rompiéndose en el pecho con un gemido.
— Es demasiado. Demasiado.
Dejando libres las manos, Pedro le sujetó la
cadera, hundiéndose en ella una y otra vez, frenético, hasta que le vino su propio desahogo.
— Nunca es demasiado. Nunca —gruñó,
poniéndole una mano atrás para mantenerse dentro de ella, como si no pudiera soportar separarse.
Paula se derrumbó en el pecho de Pedro, agotada y completamente desorientada, sin estar segura de cómo había logrado sobrevivir a la pasión que acababa de experimentar junto a su marido.
Ninguno de los dos dijo nada, no era necesario.
La mano de Pedro permaneció posesivamente amarrada a las nalgas de Paula, mientras que con la otra le recorría la espalda con la punta de los dedos, acariciándola ligeramente, con un efecto calmante.
Ella saboreaba la sensación de su aliento cálido en el cuello, el roce de los cañones de su barba contra la piel, y el continuo, rápido, ritmo de su corazón bajo sus dedos.
Finalmente, sus propios latidos y su respiración
se calmaron.
— ¿Aún odias este sitio? —preguntó.
— No, pero cada vez que venga por aquí ahora, se me va a poner dura —protestó, si bien su voz sonaba complacida.
— Bien. Entonces vendré contigo —respondió ella, restregándose sensualmente contra él.
— Más te vale —reiteró él, dándole una palmada en el trasero.
Incorporándose levemente, Paula dejó descansar la frente en la de Pedro.
— Sin duda, ha empezado usted a tomarse muchas licencias, Mr. Alfonso. Nunca me imaginé que podía ser tan …osado.
— No estoy seguro de que pueda contenerme nunca más —replicó Pedro, sonando pretendidamente contrariado—. Siempre me has vuelto loco.
— Entonces, no te reprimas. Te quiero, Pedro. Nada entre nosotros está prohibido. Puedes decirme lo que quieras en cualquier momento. Me excita —le dijo, deslizando la palma de la mano por su mejilla y su mandíbula.
— Entonces, no intentaré controlarme. —Le cogió la mano y se la llevó a los labios para besarle la palma reverentemente—. No vengas aquí sola, Paula. No puedo perderte otra vez. No lo superaría.
Su tono fue deliciosamente autoritario, pero la expresión torturada de su cara casi la desmorona.
Pedro había sufrido por lo que quiera que ella hizo y se odiaba por haberse ido, cualquiera que fuera la razón. Para él fue un infierno y ella ni siquiera sabía por qué.
— No lo haré. Te lo prometo. —Había algo nuevo, una libertad entre los dos que no quería ver rota.
— Me cuidaré de que así sea —dijo Pedro secamente, separándose de ella y quitándose el condón. Se incorporó y se sentó, la puso de lado sobre su regazo y se puso de pie con ella firmemente sujeta en sus brazos.
Paula peleó para que Pedro la dejara en suelo, temerosa de que pudiera lastimarse la espalda subiendo las escaleras, pero el apretó su cuerpo aún más fuertemente contra él, sin ceder en su abrazo.
— Nunca te dejaré ir —le dijo firmemente, más un juramento que una declaración. Paula cedió con un suspiro. No podía objetar nada a eso.
— Los condones. No los cogiste. Los podemos necesitar —dijo algo tímidamente, pensando que quizás estaba siendo presuntuosa por pensar que Pedro podría querer tenerla otra vez en poco tiempo.
La risa de Pedro retumbó en las paredes de la casa mientras entraban.
— Cariño, ¿crees que no tengo un puñado en cada rincón de la casa? —Le sonrió con complicidad —. Ya te dije que era una prioridad.
Aliviada, le devolvió la sonrisa. Se sentía en las alturas porque el estar con ella fuera tan importante para él, lo suficientemente urgente como para que repartiera condones por todas partes.
— ¿Aún te sientes con ganas? —bromeó, no acostumbrada a aquel nuevo Pedro
— Depravado y privado —le respondió,
contrariado.
— Creo que podemos remediarlo —dijo con
deseo, mientras Pedro la llevaba al dormitorio.
— Es lo que estaba pensando —respondió él,
con un tono engreído y arrogante.
Paula suspiró, sin saber que decir. No podía
objetar nada a eso.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario