miércoles, 18 de julio de 2018
CAPITULO 15 (TERCERA HISTORIA)
La mañana siguiente, Paula miraba a Pedro con una sonrisa desde el otro lado de la sala de espera del hospital. Karen estaba de parto desde las tres de la mañana y cada uno de los amigos y familiares de Simon se había personado por la mañana. Pedro y Helena Hudson, la madre de Samuel y Simon, estaban consolando a Samuel, intentando convencerlo de que cuando Magda tuviera su bebé no lo iba a pasar tan mal. Magda no era el médico de Karen, pero como amiga de ella había entrado en observación con el ginecólogo. Nadie había visto a Simon, ya que se negaba a abandonar a Karen, pero Magda salía a dar periódicos informes.
— ¿Cuánto se puede tardar en tener un niño?
Lleva de parto una eternidad. — Samuel protestó lo suficientemente alto como para que Paula lo oyera desde el otro lado de la habitación.
El último informe de Magda, hacía treinta minutos, fue que Karen estaba lista para empujar.
También dijo que Simon juraba que nunca volvería a tocar a Karen. Magda había dado esa noticia con una amago de carcajada, sabiendo que Simon olvidaría su promesa rápidamente.
— Es el primer bebé, Samuel. Lleva tiempo —oyó Paula cómo le decía Helena a su hijo.
Mirando a la derecha, Paula sonrió levemente a
Kevin, sin saber muy bien por qué estaba allí, pero feliz de que estuviera. Había podido darle los resultados del análisis de ADN, que acababan de llegar del laboratorio.
—¿Me odias por haber tenido mis dudas? — preguntó Kevin en voz baja, con solemnidad.
— Eres mi hermano y te quiero. Se me dio por muerta. Así que no, no te odio porque no me aceptaras inmediatamente. —Respondió con sinceridad, aunque había dolido un poco.
Siempre había estado muy unida a sus hermanos y sabía que ellos siempre la habían protegido en gran parte de la locura de su padre. Kevin era el hermano que la hacía reír y tener que probarse a sí misma ante él le había dolido, aunque lógicamente entendía por qué tuvo que hacerse así.
— Fui un cabrón. Sabía que eras tú desde el momento en que criticaste mi camisa y me llamaste por mi nombre en el parque, pero todo lo que podía pensar era qué sería de Pedro si algo no fuera bien. Estaba hecho un trapo, enana. Estaba vacío como una carcasa, como si no le importara vivir o morir. Honestamente, creo que no le importaba. No quería verlo sufrir más. —Kevin terminó abruptamente, como si estuviera incómodo hablando del dolor de Pedro. O del suyo propio.
Paula le cogió la mano y se la apretó, feliz de que su hermano hubiera mirado por Pedro y de que los dos estuvieran más unidos. Le dirigió una falsa mirada de reproche.
— Tengo veintinueve años, casi treinta. ¿No crees que es hora de dejar de llamarme por ese mote de pequeña? —Dios, ¡cómo lo había odiado siempre! Cuando eran niños, ella había pedido a Dios que le diera un estirón para ser más alta que Kevin y Teo y hacer que dejaran de meterse con ella con eso de crecer a lo ancho. Medía un metro sesenta, no increíblemente baja, pero sus hermanos eran casi treinta centímetros más altos que ella.
Kevin sonrió y le guiño un ojo.
— No. Aún eres una pequeñaja.
— Y tú todavía usas unas camisas horribles —le recordó cariñosamente, indicando con la mirada la que llevaba puesta ese día.
Se imaginaba que había tenido en cuenta que venía al hospital. Hoy parecía casi normal, con una camiseta negra y unos vaqueros, acentuando su atractivo pelo rubio y sus ojos azules. Con razón las mujeres habían perdido el sentido por él en todos los cincuenta estados cuando fue jugador de fútbol profesional. Las mujeres eran fácilmente persuadidas de seguir al equipo, jurando lealtad al mismo sólo porque Kevin jugaba en él. Su hermana se limitaba a poner los ojos en blanco, riéndose, cuando alguna chica que conocía quería, a su vez, conocer a su hermano. Kevin nunca había sido muy mujeriego. Le había sido fiel a su novia de toda la vida y la malnacida le rompió el corazón.
Kevin también le cogió la mano.
— Simplemente no quiero que pienses que no estoy feliz de que hayas vuelto. Lo estoy. Más de lo que puedo poner en palabras. Pero también me preocupaba Pedro.
Ella lo miró, encontrándose con unos ojos como los suyos.
— Me alegro. De verdad. —Extrañamente, estaba feliz. Si Kevin había intentado proteger a Pedro, quería a su hermano aún más.
— Él te quiere, Paula. Me jode que ahora tengo que aguantar a estos tres comportándose como idiotas con sus mujeres, uno de ellos con mi hermana. —Kevin indicó con la cabeza en dirección a Samuel y Pedro. Paula sabía que incluía a Simon en el lote, aunque estuviera ausente.
— Lo superarás —respondió insolidaria, sabiendo que Kevin simplemente no había encontrado la mujer para él. A ella nunca le gustó su ex-novia y, aunque no quería ver a su hermano con el corazón destrozado, no había sido la adecuada para él.
Paula observó a Pedro darle un golpe en la espalda a Samuel y levantarse, cruzando la habitación para estar al lado de ella.
— ¿De qué estáis hablando los dos? —preguntó Pedro, sin afectación, abriendo las piernas delante de él, desafiante, y mirándolos con precaución.
Paula se asustó, sabiendo que su desaparición había causado tensión entre su hermano y su marido.
— La enana se niega a sentir lástima por mí porque tengo que lidiar contigo, con Samuel y con Simon perdiendo la cabeza por vuestras mujeres — dijo Kevin lamentándose.
— Tú sigues en mi lista negra, colega —avisó
Pedro, sin quitar los ojos de Kevin—. Te ofrezco una tregua por la situación, pero todavía espero darte una buena a la primera oportunidad. Si dices algo que la disguste, haré que te arrepientas.
— ¿Sí? Ya te gustaría —contraatacó Kevin,
sonriendo de un lado— . Puede que tenga una pierna defectuosa, pero aún puedo darte una paliza.
— Sin piedad por lo de tu pierna. No voy a caer tan fácilmente en la trampa —le advirtió Pedro—. Está cicatrizada.
— No esperaba que lo hicieras. Usa todas tus fuerzas. Pero ten una ambulancia a la espera cuando decidas venir por mí —replicó Kevin amigablemente, como si estuviera hablando del tiempo en lugar de mandar a su amigo al hospital.
Paula casi sufre un tirón en el cuello mirando a uno y otro alternativamente, uno aparentemente despreocupado, el otro irritado.
— Los dos. Ya está bien —ordenó—. Estamos aquí por un motivo de celebración. —Se dirigió a su marido—. Kevin estaba preocupado por ti. No le culpo por eso. Me alegro de que intentara protegerte porque te quiero. —Dirigiéndose a su hermano, e apuntó a la cara con el dedo—. Y tú, compórtate. Lo estás provocando deliberadamente. Y no es divertido.
Miró al frente, observando a Samuel y Helena hablar pero sin poder oír claramente lo que decían.
Podía percibir que tenía los ojos de lo dos hombres en ella y, finalmente, un brazo largo, musculoso se cruzó en su campo de visión.
— Démonos un beso y hagamos las paces, hombre. —Fue un comentario jocoso, pero en el tono de Kevin había una cierta melancolía.
— Bueno. Ya me encargaré de ti en otro momento —concedió Pedro, extendiendo la mano para chocar la de Kevin.
Paula se mordió los labios, preguntándose si, por estar en medio de los dos, el exceso de testosterona podría perjudicarla.
— Me alegro de que los dos os comportéis como adultos —comentó secamente.
— ¿Tengo elección? —preguntó Pedro,
sentándose a su lado.
— No si quieres pasar un buen rato después. —
Su comentario desinhibido escapó de sus labios antes de pensarlo.
— Cariño, por eso, me pongo de rodillas y hasta suplico.
Paula se estremeció. La respuesta, provocativa,
evocó con precisión la noche anterior.
— ¡Yo me largo de aquí! Demasiada información. ¡Que es mi hermana! —dijo Kevin levantándose—. Voy por café. ¿Alguien quiere algo?
— Café —dijeron ella y Pedro en perfecta
sincronía. Se miraron y se rieron.
— Adicto —acusó Paula, todavía riendo.
— Por tu culpa —replicó él, sonriendo.
Lo cierto era que los dos eran adictos, siempre lo habían sido. Después de todo, se habían conocido en un café, los dos necesitados de una dosis.
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