miércoles, 18 de julio de 2018

CAPITULO 14 (TERCERA HISTORIA)




“Esposa de multimillonario aparece sin recordar nada


Paula le dio la vuelta al periódico encima de la cama, con el estómago revuelto porque la prensa la había encontrado.


— Odio la prensa —comentó con furia, incapaz de ocultar un ligero temblor en la voz.


Pedro atravesó la puerta del dormitorio con dos tazas de café en sus manos. Le dio una a ella antes de coger el periódico, mirarlo y arrojarlo a la papelera. Se sentó en la cama al lado de Paula, mostrándose como la fantasía de toda mujer, con un diminuto par de calzoncillo negros de seda.


— No dejes que te amargue el día, cariño. Les enviaré una nota de prensa. Nos seguirán la pista por algún tiempo y luego encontrarán algo más interesante de lo que escribir. Siempre lo hacen.


Paula lo sabía, pero mientras fueran la noticia, los seguirían hasta la sepultura. Recorrió a Pedro con los ojos, enamorada. Su pulso se aceleró al contemplar sus muslos y el tentador sendero que formaban su escultural abdomen, sus hombros anchos y su pecho desnudo. 


Finalmente, su mirada se detuvo en la cara y el amor que vio en él, observándola de cerca por encima de la taza de café, la tranquilizó.


— Lo siento. Ya sé que es parte de nuestra vida, pero nunca cejaron después de lo que les pasó a mis padres. —Su voz se apagó. No quería hablar de sus padres.


Se había criado con privilegios, pero eso sólo sirvió para probar que hasta los ricos podía ser tremendamente disfuncionales. Su padre había sido un brillante hombre de negocios pero emocionalmente trastornado y todos en su familia habían pagado por ello de una manera u otra. Su madre, con su vida. No quería aparecer en las noticias. No quería que el asesinato/ suicidio de sus padres saliera otra vez a relucir y se hablara de nuevo de ello. Apenas había salido de aquello cuando conoció a Pedro


Desde entonces, había hecho lo posible por mantenerse ajena a los cotilleos de la prensa.


— No van a sacarlo de nuevo. Mataré al primero que lo haga —dijo amenazador.


Paula sonrió, dándole un sorbo al café y mirando a su esposo, su corazón acelerado por la visión tentadora del ejemplar de hombre. Ambos deberían estar agotados ya que habían pasado la noche devorándose mutuamente, después de su apasionado interludio en la playa, pero, extrañamente, se sentía más feliz de lo que había estado nunca, aunque no recordara parte de su pasado y Pedro parecía relajado a pesar de la expresión irritada que mostraba su hermoso rostro por hablar de la prensa.


— No me preocupo por mí. Puedo manejarlo. No quiero que hablen de ello por lo que te puede hacer a ti, Kevin y Teo. —Tomó otro sorbo de café y vio cómo la cara de Pedro pasó de irritada a aturdida.


— ¿A mí? ¿Por qué coño iba a importarme? —
Pedro se bebió hasta la última gota de su café y dejó la taza en la mesita de noche.


— Soy tu mujer. Tú un multimillonario hombre de negocios. Siempre he intentado ser la mujer que tú necesitas.


— Eres la mujer que necesito —le dijo, irritado ahora—. No me importa quiénes fueron o qué hicieron tus padres.


— Mi padre perdió la cabeza. Disparó a mi madre y luego se llevó el arma a la boca y se voló los sesos. ¿Crees que no se harán preguntas acerca de mi salud mental? ¿Si no estoy un poco loca? Resucito de entre los muertos; un pozo en mi memoria. Seguro que la gente juzgará conforme a mi pasado. —Y, por Dios, que odiaba la idea.


— No es tu historia, maldita sea —replicó Pedrosu mandíbula crispada al hablar—. Y cualquiera que te juzgue por lo que les pasó a tus padres no es alguien por quien tengamos que preocuparnos. Tú, Kevin y Teo no estáis hechos del mismo molde.


— Siempre he intentado tener cuidado, no llamar la atención. Quería ser una buena esposa para ti, Pedro. Intenté cambiar. No sé qué sucedió. — Entendía lo que Pedro decía, pero la gente juzgaba, hablaba, y Pedro nunca había sido objeto de mala prensa. Lo respetaban como hombre de negocios.


Su vida personal nunca fue arrastrada por el lodo porque nunca le dio nada que hablar a la prensa.


—¿Sentiste que tenías que cambiar por mí? —
preguntó Pedro curioso, ya algo más calmado.


— Sí. No. No lo sé. Quería ser perfecta. A veces metía la pata, hacía algo estúpido, sin pensar.
—Honestamente, ahora que lo pensaba, se había transformado completamente para convertirse en la mujer que ella creía que Pedro deseaba—. Cada vez que me reprendías por algo intentaba quitarle importancia, pero me esforzaba por hacerlo mejor la próxima vez. ¡Eras tan jodidamente perfecto! — respondió francamente.


Pedro empezó con un ronquido y luego rodó en la cama. Su estruendosa risa hacía eco en las paredes de la enorme habitación.


— ¿Qué? —Paula apuró su taza de café y la dejó sobre la mesita.


Sentándose, Pedro la cogió por los hombros.


— Cariño, estoy lejos de ser perfecto. ¿Te das cuenta de que cada uno de nosotros estaba intentando ser lo que creía que era el ideal del otro? Todo esto sería mucho más divertido si fuera menos doloroso —le dijo firmemente, todavía riéndose entre dientes. La acomodó entre las almohadas y se echó a su lado, un brazo alrededor de su cintura y el otro sujetándole la cabeza, mirándola con adoración.


— Dime qué hiciste por mí.


Pedro parecía tan cercano y tan sorprendido que decidió contárselo. Estaban empezando de nuevo, así que debería saber exactamente qué había hecho para intentar ser la esposa perfecta.


— Me depilé. Lo odiaba, pero lo sufría a gritos en el salón de belleza, acusando de sádica, para mis adentros, a la mujer que me hacía la depilación. Intenté cuidarme más. Me levantaba cada día y me arreglaba de pies a cabeza, aunque lo que quería era ponerme una camiseta, sin sujetador, y un par de pantalones cortos gastados y ponerme a trabajar. Hice dieta, intentando parecer más estilizada, sintiendo que me moría de hambre la mayor parte del tiempo. Dejé de decir palabrotas porque pensaba que te molestaban, aunque alguna estuvo a punto de escaparse alguna vez. Me crié con dos hermanos y tener cuidado con lo que decía era difícil. Y compré ropa porque se llevaba, no porque me gustara. Me mordía la lengua en las fiestas aunque no estuviera de acuerdo con lo que la gente decía. —Mordiéndose el labio superior, vio cómo la cara de Pedro rompía en una seductora sonrisa.


Pedro permaneció callado por un momento.


Luego, le contestó.


— Uno: no me gustaba la depilación, pero si a ti te gustaba, no me importaba. Dos: no eras descuidada antes de conocerme, sino absolutamente adorable. Creo que me enamoré de ti en cuanto vertiste el café en mi traje favorito, que nunca pude limpiar. Pero te encontré a ti a cambio, así que no me importaba una mierda el traje. Tres: todo el maquillaje se fue al garete cuando te metiste en el agua anoche y tu pelo está enredado, como si estuvieras bien satisfecha. Y me dejas sin respiración. Me apunto a los pantalones cortos y no usar sujetador. Cuatro: no necesitas ninguna dieta. Tu figura es curva y preciosa. La mayor parte del tiempo, yo era quien luchaba por controlarse. Cinco: quiero que te pongas lo que te dé la gana y seas exactamente quien eres. Si algún gilipollas estirado te fastidia, dile que se vaya a la mierda. Seis: no me importa un pito si dices palabrotas u obscenidades. Especialmente si me las dices a mí. Pero te advierto que te follo donde quiera que estemos en el momento en que me las digas —le dijo ominosamente. Le retiró el pelo de la cara con delicadeza antes de continuar—. Me enamoré de ti, Paula. No necesito que seas otra, sino tú. Sentí la distancia que crecía entre los dos después de casarnos, pero pensé que era por mí. Estaba intentando con todas mis fuerzas ser el hombre sensible que pensaba que tú querías.


Paula tenía que admitirlo. Tenía curiosidad ahora.


— ¿Qué hiciste tú? Me hablaste de viajar para distanciarte. ¿Qué más?


— Muchas cosas, como afeitarme dos veces al día. Pero ausentarme era lo peor. Me mataba, pero sentía que necesitaba mantenerme a raya porque tú querías un marido sensato en lugar de un maníaco obsesionado con la mujer que ama. Para mí, tú siempre has sido perfecta y nunca podría ser merecedor de ti. Así que huía cada vez que tenía dificultades para contenerme —dijo, con voz grave y oscura—. No me educaron para mostrar mis sentimientos abiertamente y lo que sentía por ti no era normal para mí. Me aterraba que supieras cómo sentía, huirías como alma que lleva el diablo. Otra mujer lo haría …o debería.


— Yo no. Yo sentía lo mismo, Pedro. Siempre lo he sentido. Pero supongo que me convencí de que necesitabas la esposa perfecta e iba a tener que transigir o convertirme en esa imagen para no perder tu amor —admitió Paula, sintiéndose una vez más como dos mujeres en un solo cuerpo—. Tú eras un hombre de mundo, sofisticado y completamente en control. No quería asfixiarte con lo que sentía. Y sentía. Sentía demasiado.


Pedro se dio la vuelta y se puso encima, su cuerpo musculoso, ardiente, planeando sobre el de ella, sosteniendo su peso con los brazos.


— Asfíxiame, Paula. Déjame ahogarme en tu pasión y en tu deseo. Tócame. Lléname de tu risa. Eso es todo lo que siempre he querido, lo que he necesitado de ti. Sólo quiero estar a tu lado. —Su expresión parecía torturada, pero esperanzada—. Por favor —añadió con la voz enronquecida.


Paula cerró los ojos, el corazón saliéndose de su pecho, destrozada por la expresión en el rostro de Pedro. Su sensato, calmado, equilibrado marido quería ser amado. Amado de verdad. Él no quería la mujer perfecta. Sólo la quería a ella y a toda la locura que acompañaba un amor tan intenso que ninguno de los dos había sabido digerir.


— Creo que he crecido, Pedro. No estoy segura de qué me pasó, pero no quiero cambiar otra vez. Si crees que puedes lidiar conmigo, te daré todo el amor que tengo hasta que me pidas que te dé un respiro —le advirtió divertida—. Y te quiero mucho. ¿Puedes aguantarlo?


Su sonrisa se hizo más perversa mientras sus impresionantes ojos color miel recorrían el rostro de Paula.


— Sin duda.


Mierda. Voy a querer comérmelo cada minuto del día si sigue mirándome así.


Sus miradas se encontraron. Paula llevó la mano a la mandíbula áspera de Pedro y la acarició suavemente.


— Ámame así siempre. Es todo lo que siempre
he querido —le rogó.


Pedro enterró la cara en su cabello.



— Así lo haré cariño. Te lo prometo —dijo con un gemido.


Paula suspiró y lo rodeó con los brazos, pasándole las manos por la espalda y la cintura, absorbiendo el embriagador aroma masculino del hombre que amaba.


En ese instante, todo era perfecto.




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