miércoles, 11 de julio de 2018
CAPITULO 42 (SEGUNDA HISTORIA)
Él se estremeció cuando Paula lo tomó entre sus labios, su lengua remolineando alrededor de la cabeza antes de sumergir el miembro en la cálida y humeda caverna de su boca. La sensación casi lo hizo venir aún antes de que ella empezara.
Oh, Paula. Todo lo que siempre he querido es que me hagas tuyo para siempre.
No había fantasmas del pasado persiguiéndolo.
Sabía quién lo tenía cautivado, de quién eran los
labios que ahora recorrían su pene, a punto de volverlo loco de deseo.
Probablemente su cuerpo lastimado debería haberle dolido, pero todo lo que podía sentir era el exquisito, alucinante, placer erótico de la lengua de Paula acariciándole la sensible cabeza del pene, descendiendo alrededor del miembro para terminar ascendiendo con una larga aspiración.
¡Dios! ¿Cómo he podido vivir sin esto? ¿Cómo he podido vivir sin ella?
Lo cierto es que apenas había existido sin ella, viviendo cada día como un superviviente, refugiándose en el trabajo y en adquirir poder. Tanto control que nunca más volvería a ser vulnerable. Solo ante esta mujer se había sentido vulnerable, aún se sentía vulnerable.
¿Le importaba?
No en absoluto. La necesitaba y cuando vio su vida entera tambalearse en aquellas escaleras, esa misma noche, se había dado cuenta de que nunca sobreviría si la perdiera de nuevo.
Se incorporó apoyándose en los hombros, la miró a la luz de la luna, su radiante cabello iluminado, mientras subía y bajaba la cabeza sobre su regazo. Le sudaba el rostro mientras que ella lamía y succionaba, prendiendo fuego a todo su cuerpo. Se estremeció cuando ella aceleró el ritmo, sus labios ciñéndose alrededor de él.
Pedro se dejó caer contra las almohadas con un rugido. Incapaz de contenerse, clavó los dedos en la cabeza de Paula y guió el subir y bajar de su boca a lo largo del pene. Bombardeado por la sensación erótica, estaba desconcertado, dividido entre el deseo de apartarla de allí y enterrarse en ella, reclamándola, o dejarla continuar volviéndolo loco con la boca.
Mía.
Ninguna otra mujer había querido complacerlo como esta, sin otra razón que por amor.
Me ama. ¡Dios! Soy un privilegiado hijo de puta.
Le palpitaba el pene. Rugía con abandono mientras que los dulces labios de Paula lo torturaban, arriba y abajo, haciéndolo enloquecer de deseo por más.
Dejado de sí, ni siquiera se encogió cuando ella le acarició los testículos y luego, con delicadeza,
deslizó la mano entre sus glúteos y con un dedo le alcanzó el ano. Paula no llevó la cosa demasiado lejos, solo lo justo para llevarlo al límite. El delicado toque de su dedo, tan sensual que casi pierde el sentido cuando el pene le explotó en la boca de Paula.
–¡Hostias! –gimió, completamente vacío. Su hembra se la había mamado hasta el final y el explosivo orgasmo le había producido sacudidas.
Jadeante, la levantó hasta ponerla encima de él, deseperado por sentir su cuerpo cálido pegado al suyo.
–No. Pedro. No quiero lastimarte – dijo Paula, resistiéndose.
Se colocó a su lado. Su mano descansadando levemente en la frente de Pedro, acariciandole el pelo, despejando su frente sudada.
–Si es así, no me dejes nunca. Me mataría –le respondió, respirando con gran esfuerzo.
De alguna forma, Pedro sentía que cada instante de su vida se había diririgido a este fin, a que ella, finalmente, le perteneciera.
–Despacio. Relájate. Tienes las costillas magulladas –repondió Paula con preocupación.
Había puesto su mundo patas arriba ¿y esperaba que se relajara?
–No ha habido un momento desde que nos conocimos que no te haya deseado, cielo. Ni uno. Ya te deseaba entonces, pero no creía que fuera lo suficientemente bueno para ti.
Paula suspiró levemente.
–Yo también te quería entonces. Tal y como eras, Pedro.
El corazón de Pedro retumbó en su pecho. Se preguntó si alguna vez se acostumbraría a oírla decir cosas así. Creía que no.
–Dímelo otra vez –le rogó–. Dilo.
–Te quiero, Pedro Alfonso. Siempre te he querido –le contestó con una sonrisa en la voz.
–Nos vamos a casar. Pronto.
La atrajo hacia sí.
–Así. No te muevas –dijo murmurando, satisfecho cuando el cuerpo de Paula se fundió con el suyo.
–Creo que eres el hombre más cabezota del mundo –dijo con fingido enfado.
–Me quieres. Lo sé –replicó Pedro.
–Te quiero. Sí –murmuró dulcemente, sus labios en el hombro de Pedro.
Definitivamente. Su respuesta es mucho mejor que la de Simon.
A Pedro se le abrió la boca, sus ojos parpadearon hasta cerrarse. Sentía en su hombro el ritmo de la respiración de Paula ralentizarse. Se estaba quedando dormida.
Permaneció así un instante, con los ojos cerrados, saboreando aquel sentimiento de felicidad y paz interior. Luego, se durmió
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