domingo, 15 de julio de 2018
CAPITULO 6 (TERCERA HISTORIA)
Su mujer había estado en el hospital durante dos días y aún apenas había tenido oportunidad de hablar con ella. Alguien venía siempre a buscarla para más pruebas y exámenes y cuando estaban en la habitación siempre había alguien visitándola. Quería estar a solas con ella, lo necesitaba.
No llamó a la puerta. Estaba entreabierta y la empujó suavemente con el hombro, sus ojos fijos en la cama. Pedro no sabía qué esperaba encontrar, pero exhaló con desahogo la respiración que, sin saberlo, había estado conteniendo. Quizás tuviera miedo de haberse vuelto loco o de que ella se hubiera ido.
Pero allí estaba, con la cabeza baja, mirando a la pantalla del ordenador, mordiéndose el labio inferior mientras tecleaba.
Está asustada. Conozco esa expresión de
preocupación.
Su pelo seguía estando corto, pero era rubio otra vez. Aparentemente, el tinte que tenía antes era sólo temporal. La mayoría se le había ido después de que la enfermera le ayudara a ducharse. Pedro no podía negar que quería saber por qué había querido ocultar su color, por qué se había cortado su preciosa melena, pero no le iba a preguntar nada. No iba a recibir ninguna respuesta, no ahora, al menos. En su lugar, se limitó a contemplar las hebras rubias que enmarcaban su bello rostro. Con un camisón rosa y unas zapatillas de felpa, parecía mucho más joven de lo que era, veintinueve años.
Me perdí dos cumpleaños. Nos perdimos dos aniversarios.
No importaba. Pedro pensaba resarcirse del tiempo perdido. Nunca más volvería a decirse que tenía tiempo, que tendría años por delante para disfrutar de la vida con Paula después de que levantara su imperio. Haber aprendido a controlar la intensidad de sus deseos con ella era una de las razones principales por las que se había centrado exclusivamente en sus negocios. Lo que había sentido por ella era demasiado intenso, demasiado carnal, difícil de ocultar. Ella había sido su punto vulnerable, una falla en su preciado autocontrol y le había sido muy difícil mantener su instinto animal a raya. Ahora, no podía importarle menos tener o no
control de sí mismo. Todo había dejado de importarle el instante en el que Paula desapareció.
¿Has aprendido la lección, imbécil?
La había aprendido, definitivamente. La vida es corta y nada, excepto las personas a quienes quería, importaba.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó curioso,
entrando en la habitación y dejando que la puerta se cerrara a sus espaldas.
Paula levantó sus luminosos ojos azules de la pantalla y le dirigió una sonrisa de felicidad.
La expresión era tan familiar que casi lo hizo
arrodillarse.
—Buscando. Quiero averiguar qué pudo haberme pasado y por qué no puedo recordar nada.
Cerró el ordenador y le prestó toda su atención a él, una reacción familiar que siempre lo había desconcertado y fascinado al mismo tiempo. Ahora le parecía entrañable y seductora, algo que le ayudaba a calmar una necesidad profundamente arraigada. Él se sentó en el sillón al lado de la cama, incapaz de apartar los ojos de ella.
— ¿Y qué ha encontrado, señora detective?
— No mucho. Nada que los doctores no me hayan dicho ya. Eso sí, encontré algo un tanto siniestro acerca de mi supuesta muerte. —Suspiró y se recostó sobre las almohadas antes de continuar —. Perder dos años de mi vida me asusta. Parece que fue ayer cuando estábamos en la cena de beneficencia de Bannister, pero puedo sentir un hueco en mi vida, puede sentir que todo ha cambiado. —Hizo una pausa—. Yo he cambiado — susurró.
— Lo averiguaremos, cariño, te lo prometo. Todo irá bien —respondió Pedro, sosteniendo su mano entre las de él y arrastrando el sillón más cerca de la cama.— Me alegro que estés aquí. —Bajó la mirada hacia las manos enlazadas—. Obviamente no he estado viviendo una vida de ocio. Mis manos están ásperas.
Pedro le giró la mano, fijándose por primera vez en sus uñas descuidadas y sus manos callosas.
—Nunca viviste una vida de ocio. Eres la mujer
más ocupada que conozco.
Pero su apariencia fue siempre perfecta, siempre impecablemente arreglada y conjuntada.
Los cambios eran extraños, pero no pensaba decírselo a ella.
—Bueno, al menos estoy delgada —dijo con resignación.
Y lo estaba. Demasiado flaca. Otra cosa que
siempre lo tuvo perplejo. Paula siempre había seguido alguna dieta y Pedro lo odiaba. Tenía unas curvas perfectas y un trasero que lo excitaba cada vez que lograba ver el contoneo de sus caderas.
—Nada que un buen plato de comida italiana no pueda solucionar —le respondió con una sonrisa.
— La pasta es mi enemiga —protestó ella.
—Te encanta —le recordó, queriendo reírse del
comentario que siempre hacía cuando terminaba un plato de fetuchini, generalmente seguido de una porción generosa de tiramisú. Francamente, a él no le importaba la apariencia de Paula. En sus ojos, siempre sería la mujer más hermosa del planeta.
Paula retiró lentamente la mano y puso su ordenador a un lado. Entrelazó las manos y habló casi murmurando.
—Les he pedido un análisis de ADN. Mis hermanos han dado muestras de sangre para que pueda hacerlo. No será tan definitivo como sería si mi madre estuviera viva, pero…
—¿Por qué? Sé que eres mi mujer. Y tú sabes…
— Quiero que lo sepas con certeza. Desparecí por dos años. Tienes derecho a alguna prueba irrefutable.
— No la necesito. No me cabe ninguna duda. Lo supe en cuanto te vi en el parque, Paula —replicó, algo molesto porque ella sintiera la necesidad de hacerse valer ante él.
— Creo que mi hermano lo quiere —dijo Paula silenciosamente, con una evidente decepción en la voz.
Hijo de puta, lo voy a rajar.
— Teo —dijo Pedro en voz alta, la rabia vibrándole en la garganta.
— No, creo que Teo me cree. Pero no estoy
segura de Kevin—admitió Paula. Su expresión herida.
—¿Kevin? ¿Y por qué coño quiere saberlo? —
OK. Pedro podía creer que Teo quisiera pruebas. Podría ser un hijo de puta sin corazón que sólo creía en evidencias. Pero, ¿Kevin?—. Lo mato — sentenció, pensando las muchas maneras en que podía torturar a su cuñado por pedirle tal cosa a Paula en ese momento.
— No me lo pidió realmente. Yo se lo ofrecí. Y creo que es importante que nos quedemos sin dudas por muchas razones. Kevin parece diferente, distante y reacio a aceptar que sea su hermana. —Suspiró —. Quizás sea por el revés de su accidente y la ruptura con su novia. Pero está dudoso y no quiero que nadie tenga dudas.
— Aun así voy acabar con su puta vida —
respondió Pedro irritado.
— No creo que te haya oído hablar así antes —
dijo Paula bromeando.
— Bueno, las cosas han cambiado. Yo he cambiado —admitió Pedro, consciente de que era verdad. No era el mismo hombre que ella había conocido.
— Yo también soy diferente. Recuerdo nuestra vida juntos hasta que desaparecí, pero siento que ya no soy la misma persona —dijo en un susurro, lo suficientemente alto como para que Pedro la oyera—. Lo siento.
Pedro se puso de pie y le levantó la barbilla para
poder ver sus maravillosos ojos.
— No importa. Nunca he dejado de amarte y nunca lo haré. Empezaremos de nuevo; a conocernos el uno al otro otra vez.
Se tomaría su tiempo, la dejaría recuperarse, pero Pedro estaba decidido a que Paula lo conociera.
Quería decirle lo vacía que estaba su vida sin ella, que su corazón había sangrado cada día desde que se fue, que deseaba haber muerto con ella cuando creía que estaba muerta. Pero ella no estaba para eso ahora y, sin más contemplaciones, desechó el pensamiento. En ese momento, sólo la quería íntegra, sana y feliz.
— Claro —asintió ella con la respiración entrecortada—. Deberías irte a casa y descansar. Se te ve agotado. ¿Has dormido?
Él le sonrió.
— No mucho, pero no me voy a ir hasta que
pueda llevarte a casa mañana.
—Necesitas dormir. Pareces cansado —
murmuró Paula con una expresión preocupada, mordiéndose el labio con aflicción.
— Ya dormiré —le aseguró él. Odiaba verla
preocupada por él cuando ella era la que estaba en una cama de hospital—. Aquí —dijo arrastrando el sillón para acercarse más a la cama.
Ella dudó un instante antes de preguntarle,
vacilante.
—¿Quieres dormir conmigo?
Haciéndose a un lado de la cama, le dirigió una mirada prometedora. En ese momento, todo lo que Pedro quería era meterse en la cama a su lado y abrazarla, sentir su aliento contra la piel para recordarle que era suya de nuevo. Pero no podía.
— Apesto. No me he duchado y no me he cambiado de ropa en dos días.
Paula sonrió y levantó la mano señalando con el
pulgar a la puerta al lado de la entrada.
—El baño está ahí y Magda te ha traído ropa
limpia. Está en el cajón.
Pedro hizo un mohín con los labios y se acercó a la cómoda. Abrió el cajón y sacó unos vaqueros y una camiseta, recordándose a sí mismo que le debía un gran favor a su hermana.
— Cinco minutos —le dijo a Paula, a toda prisa camino del baño. Cerró la puerta y se duchó batiendo probablemente algún record de prontitud.
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Qué lindos caps. Qué bueno que Paula está viva.
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