martes, 18 de septiembre de 2018
CAPITULO 29 (SEPTIMA HISTORIA)
—¿De verdad ibas a dejar que ese cabrón te pusiera el pene en la boca?
Paula miró a Pedro desde su sitio junto a él en su cama grande. Su cabeza descansaba sobre su abdomen. Habían tenido un día tranquilo hoy después de los últimos días de locura hablando con el FBI e intentando desentrañar todo lo que había sucedido en aquella tentativa terrorista. Habían llegado a casa de Pedro desde el hospital hacía cuatro noches, ambos cayeron dormidos prácticamente en cuanto tocaron la cama. Paula no había cuestionado seguir a Pedro hasta su cama.
Había querido dormir con él, saber que estaba a su lado y respiraba. Se había convertido en su costumbre cada noche; ninguno de los dos consideró siquiera la posibilidad de dormir separados. La herida de Pedro seguía curándose, pero dormir juntos, que la abrazara posesivamente cada noche, casi parecía más íntimo que tener relaciones sexuales.
El primer día después del incidente fue caótico.
Después de eso, no hicieron nada más agotador que jugar con Shep y visitar a Chloe y a su mamá, que había venido todos los días para ver cómo estaba Pedro.
Benjamin ya se había ido, estaba de camino a Washington.
—Sí, lo habría hecho —respondió finalmente.
Los ojos de Pedro se volvieron territoriales mientras le apretaba la cintura. Habían hablado de los hechos del suceso, pero muy poco del efecto emocional que le había causado a él.
La habitación de Pedro estaba iluminada por el fuego de la gran chimenea de piedra que había al otro extremo, frente a la cama, pero Paula sabía que algunas de las chispas que salían de su mirada eran furia y no el reflejo del fuego.
—¿Por qué? —respondió con voz ronca—. Sabías que el equipo iba a venir. Podrías haberte cargado al cabrón aunque tuvieras las manos atadas. Es dudoso que cualquiera de los otros imbéciles te hubiera disparado.
—Porque te habrían matado a ti —admitió. La mirada de Pedro se suavizó mientras ella hablaba—. Habría dejado que me violara antes de dejar que te dispararan. Necesitaba ganar algo de tiempo. Sabía que el equipo vendría porque les había enviado un mensaje antes de que nos atraparan.
Pedro ya lo sabía, porque habían hablado de todos los detalles de lo ocurrido el día en que Marcos había sido arrestado, pero finalmente estaba ahondando en lo personal, y hablar de eso era mucho más difícil que los hechos criminales.
Él le agarró el mentón suavemente y giró su cara hacia un lado para poder mirar la marca que el criminal había dejado en su rostro. Ahora se había descolorido, casi desaparecida.
—¿No sabes que me habría matado ver eso, ver a un hombre violarte de esa manera?
—No tenías que mirarlo. —Tomó la mano de su barbilla y la entrelazó con la suya para apoyar los dedos entrelazados junto a su cabeza. No iba a discutir con él, pero volvería a hacer lo mismo otra vez—. Yo me habría repuesto y tomo la píldora aunque no tengo una relación porque siempre existe un pequeño riesgo de ser violada como agente y mujer. Tú no te habrías curado. Habrías muerto. Fue mi culpa que estuvieras allí, involucrarte. Nunca debería haber ocurrido. Eras el hermano de Marcos.
—Oye. Para —insistió él—. ¿Crees que estoy enfadado contigo?
—Deberías estarlo. Sería normal albergar resentimientos contra la mujer que destruyó a tu familia- Paula apoyó la cabeza en su estómago, sin deseos de interpretar su expresión.
Su mano le acarició el cabello suavemente.
—No has destruido a mi familia. Dios, Paula. ¿De verdad crees que podría culparte por hacer tu trabajo? ¿Crees que habría cambiado vidas de personas sólo para proteger a mi hermano?
Paula no pudo detenerse. Inclinó la cabeza y lo miró a los ojos para ver la verdad.
—No —respondió ella sinceramente al ver su expresión feroz.
—No importa cuánto quiera a mi hermano, lo correcto tenía que ocurrir. No le has hecho daño a mi familia. Marcos nos ha hecho daño. Me alegro de que lo hayan atrapado antes de que se perdieran vidas. Mi madre está sufriendo, pero la habría matado que su hijo hubiera terminado siendo un asesino de masas.
«No me odia. No está resentido conmigo. No me culpa en absoluto. Dios, es un hombre increíble», pensó ella.
—Gracias por no culparme.
—No. Fue. Culpa. Tuya —dijo Pedro mecánicamente—. Dios, estabas dispuesta a dejar que un saco de mierda te violara para evitar que me mataran.
—¿Cómo desarmaste a esos dos tipos y conseguiste quitarle el arma al otro? —Deseaba haber podido ver las rápidas acciones de Pedro, que había desarmado a tres hombres a la vez y matado a un cuarto con su propia pistola. Y eso cuando ya estaba herido.
—Desesperación y entrenamiento —gruñó él—. No podía permitir que pusieras esa bonita boca en ese imbécil. Tendría que estar muerto.
La vehemencia y la ferocidad en su declaración hizo que a Paula le diera un vuelco el corazón. ¿Cuándo se había preocupado nadie tanto por ella?
Ciertamente, los agentes de su equipo eran como amigos y la protegerían igual que ella estaría dispuesta a protegerlos. Pero ninguno de ellos tenía esa posesividad salvaje hacia ella, ese deseo crudo de mantenerla a salvo.
—No te quería muerto.
—¿Cómo me querías?
—Exactamente como estás ahora. —Ataviado con unos pantalones de pijama de franela, su pelo como de costumbre con pinta de decir «jódeme», que parecía estar así siempre, desde que se ponía un gorro de invierno para sacar fuera a Shep, Pedro era el sueño húmedo de toda mujer. Su cuerpo estaba duro bajo el de
Paula y cuando sus ojos ahumados emitieron una llamarada de deseo, era el hombre más sexy e irresistible que había, increíble e innegablemente. Pedro Alfonso siempre sería demasiado engreído, arrogante e indómito. Pero le gustaba así porque también era bueno, dulce y amable, rasgos ocultos bajo ese exterior endurecido. A veces era un enigma, pero Paula lo entendía más día a día.
«Porque nos parecemos muchísimo, joder».
Nada ni nadie despertaba sus instintos de mujer como Pedro. Había pasado años siendo dura, intentando mantener el ritmo en una profesión dominada por los hombres. No podía permitirse ser nada excepto profesional e impersonal, mejor que todos los demás en lo que hacía porque era mujer, y había vivido para su trabajo durante mucho tiempo. «Quiero vivir para mí, solo un ratito».
Se apoyó sobre los codos y miró el cuerpo perfecto y musculoso de Pedro. El camisón de franela que llevaba ella distaba mucho de ser sensual, pero él seguía mirándola como si fuera una modelo a doble página de Playboy y él siguiera siendo un adolescente excitado.
—Creo que cuando estabas en el hospital te hice una promesa que me gustaría cumplir ahora mismo —dijo en tono seductor. Deslizó un dedo por su pecho musculoso. Había querido ponerle las manos encima a aquel hombre y darle muchísimo placer desde el momento en que hizo aquella promesa.
—No hasta que se te haya curado la cara —exigió el con brusquedad.
—No me duele. —Paula adoraba ver el deseo en sus ojos.
—Entonces bésame —la retó mientras enredaba los dedos en su pelo.
Con cuidado de no apoyarse en su pecho, se inclinó y dejó que él atrajera su boca contra la suya. Quizás ella hubiera sido la instigadora, pero Pedro tomó el control de inmediato. Lamió, mordió y excitó sus labios antes de deslizar la lengua en su boca para conquistarla por completo. Ella gimió en sus labios y su lengua hablaba con la de Pedro. Él hizo estragos. Ella se rindió sin oponer resistencia, se abrió a él cuando reivindicó la boca de Paula como suya, con ternura pero dominante. El cuerpo de Paula prendió en llamas cuando ella se vio enredada en un deseo tan potente que todo su cuerpo temblaba de necesidad.
«Así es exactamente como debería ser un beso», pensó. Siempre deberían cambiarle la vida a una como el asalto a los sentidos del abrazo de Pedro en ese momento.
La mano de Paula reptó por su abdomen, deleitándose con cada músculo definido y cada hendidura que acariciaban sus dedos mientras lo exploraba.
Finalmente, tiró del cordel de sus pantalones de pijama, impaciente por tocarlo.
Pedro arrancó la boca de sus labios.
—Paula, no lo hagas. Te deseo demasiado ahora mismo y tu cara sigue curándose.
—No necesito la cara —ronroneó ella—. Solo la boca. Y la mejilla está bien. Ya ha bajado la hinchazón y no me duele.
Ella entró en contacto con su miembro enorme, erecto inmediatamente, porque Pedro iba sin ropa interior, nada excepto la franela que cubría su erección.
Cuando se deslizó hasta sus rodillas, le quitó los pantalones del pijama.
—Te quiero desnudo —dijo ella en tono atrevido. No quería nada entre ella y Pedro en ese momento y rápidamente se quitó el camisón de franela por la cabeza para revelar su cuerpo desnudo. Su confianza vaciló al oír un sonido bajo y vibrante de boca de Pedro. Pero al mirar su expresión vio que era de puro deseo; sus ojos hambrientos devoraban su cuerpo.
Tiró de sus pantalones, aún más ansiosa por sentir la prueba de su excitación.
Su pene salió disparado de los pantalones mientras se los bajaba; Pedro levantó el trasero para ayudarla.
—Tengo la pierna llena de cicatrices —dijo en tono de advertencia.
En realidad Pedro tenía pequeñas cicatrices por todas partes, según con su historial en las Fuerzas Especiales, pero hacían que pareciera un guerrero y lo hacían aún más peligroso y atractivo. Aunque Paula se estremeció por el dolor que probablemente le había causado cada una de ellas, no le hacían ni una pizca menos deseable. Eran parte de Pedro. Y, para ella, Pedro estaba más allá de la perfección.
Tenía la pierna llena de cicatrices y jadeó mientras le quitaba los pantalones de los pies y tiró la franela al suelo.
—Ay, Dios, esto debe haber dolido como el demonio. —Trazó las cicatrices oscuras con ternura.
Pedro se movió para meter la pierna bajo el edredón al pie de la cama, pero ella la agarró antes de que pudiera ocultarla y besó las cicatrices mientras subía por su tronco inferior.
—No lo hagas. No hay nada en ti que no me parezca increíblemente excitante —le dijo con voz ronca y temblorosa. Se había ganado esas cicatrices salvando vidas, protegiendo a su país y, sin duda, cumpliendo una misión que era increíblemente arriesgada—. Tú eres mi héroe, Pedro Alfonso. —Tomó su pene en la palma de la mano mientras se movía junto a sus caderas.
—Dios, Paula. Me estás matando —gruñó con una voz atormentada.
Ella le sonrió con suficiencia mientras bajaba la cabeza.
—Entonces supongo que tendré que devolverte a la vida.
Paula no era precisamente muy experimentada saboreando a un hombre, a pesar de que había fanfarroneado con Pedro para hacer que permaneciera en el hospital. El instinto tomó las riendas mientras ella giraba su lengua alrededor del glande de Pedro y lamía la gotita de humedad.
Cerró los ojos y degustó el sabor de
él: cálido, masculino y embriagador. Después de lamer el interior de su verga, finalmente se la metió en la boca; su miembro era imposible que se lo introdujera por completo. Rodeó la base de su pene con lo dedos y los movió al mismo tiempo que la boca mientras lo devoraba.
El gemido torturado de Pedro hizo que se le contrajera el sexo casi dolorosamente y la consumió por completo, succionó más fuerte alrededor de su pene y se movió cada vez más rápido.
—Joder, Paula. Voy a explotar. —Pedro enredó los dedos en su pelo y la condujo más rápido, más fuerte.
Le soltó la cabeza para darle la oportunidad de escapar, pero Paula no iba a irse a ninguna parte. Lo tomó tan profundamente como pudo.
La liberación de Pedro le palpitó en la garganta y ella siguió acariciándolo mientras él tenía un orgasmo que hizo que gritara su nombre con voz ronca, cruda.
—¡Paula!
Su respiración era intensa y pesada cuando le acarició el pelo con la mano, masajeándole el cuero cabelludo mientras recuperaba el aliento.
—Joder, tenías razón. Me ha hecho reventar —carraspeó. La atrajo junto a él y la volteó sobre la espalda.
Atónita, Paula lo miró sorprendida. Pedro cambió tan rápido de postura que ni siquiera lo había visto venir.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó cuando él le sostuvo las manos por encima de la cabeza.
Sus ojos brillaban como plata líquida. Su cuerpo grande ahora cubría el de Paula.
— Tengo que verte venirte ahora, nena. Necesito oírte gimiendo de placer mientras pruebo tu dulce sexo. —Pedro deslizó la mano entre los cuerpos de ambos; sus dedos rastrearon los pliegues de Paula.
Ella estaba saturada y resbaladiza, y Pedro soltó un gruñido de satisfacción.
—Ya estás húmeda. ¿Hacerme llegar al orgasmo te ha excitado?
—Sí —le dijo ella sin aliento. Todo su cuerpo temblaba bajo el de Pedro con una necesidad tan fuerte que apenas podía respirar.
—Bien. Porque yo también voy a disfrutar mucho de esto. —Él bajó la cabeza y la besó.
Su naturaleza dominante afloró mientras le sujetaba las muñecas y asolaba su boca como si la poseyera.
—No te hagas daño —imploró Paula cuando Pedro soltó sus labios para pasar la lengua por la piel sensible de su cuello.
—Cariño, esto no va a dolernos a ninguno de los dos —respondió él con voz ronca contra su piel—. Lo único que quiero es saborearte hasta que te olvides de cualquier cosa menos de mí.
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Buenísimos los 3 caps, qué lindo, se van a enamorar.
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