miércoles, 19 de septiembre de 2018

CAPITULO 30 (SEPTIMA HISTORIA)




El deseo inundó la entrepierna de Paula ante el sonido exigente y sexy de la voz de Pedro. Estaba en su elemento cuando era sexualmente dominante, fiel a su naturaleza, y su pasión cruda llevó el deseo de Paula al punto de ebullición. Ahí, podía dejar que él tomara el control de su cuerpo, confiar en él para que le diera placer hasta casi perder la cabeza. Ahora no tenía que estar al mando y lo único que hizo fue relajarse en sus caricias y sentir.


Pedro le soltó las muñecas; su boca pasó a sus pechos y jugueteó con uno de sus pezones duros como piedras con los dientes y con la lengua.


—Son perfectos, joder —gruñó contra su pecho. 


Su mano grande ahuecó uno después el otro, estimulando sus cimas hipersensibles hasta que Paula no pudo soportarlo más.


—Te necesito —gimió ella. Sus manos se aferraban a las sábanas mientras su espalda se arqueaba de placer—. Jódeme, Pedro.


—Créeme, nena, eso planeo hacer. Al final— respondió en tono gutural. Su boca se movió con lametones sensuales, mordisquitos y besos eróticos sobre su abdomen—. Ahora mismo sólo quiero marcarte como mía.


Su tono era ávido y voraz, como si no se cansara de tocarla. Aquellas palabras viniendo de cualquier otro hombre casi podrían haber resultado aterradoras. Pero no viniendo de Pedro. Nunca viniendo de Pedro. Era protector y considerado, áspero y tan tierno que se le partía el corazón. El carácter mandón era su segunda naturaleza y ella lo entendía. Le daría el control encantada durante un rato para no tener que pensar ella. Confiaba en él, lo entendía y eso marcaba la diferencia en la manera en que reaccionó a sus palabras.


Suspiró aliviada cuando por fin le separó los muslos, el aliento cálido tan cerca del sexo que hizo que se estremeciera a la expectativa.


—Me estás matando —gimió las palabras previas de Pedro intencionadamente.


Él tomó las manos de Paula y las colocó sobre sus pechos.


—Date placer, nena.


Toda idea de modestia se había esfumado, sustituida por el clamor de su cuerpo pidiendo que lo estimularan. Paula ahuecó sus pechos y se pellizcó los pezones sin piedad para intentar apagar el anhelante deseo que palpitaba en su interior.


—Estás preciosa así —gruñó Pedro—. Tan deseosa de mí. Tan lista para que te satisfaga.


—Sí. Hazlo, joder. Te necesito. —Su cuerpo estaba muy apretado, su desesperación por Pedro fuera de control.


—Es hora de devolverte a la vida —le dijo Pedro ferozmente, pero con un toque de humor al devolverle palabras parecidas a las que ella le había dicho a él.


El trasero de Paula se levantó al primer roce de la boca de Pedro. Él ahondó a través de sus pliegues y en su sexo igual que lo hacía todo: totalmente concentrado, salvaje y completamente incansable. Su asalto sensual era erótico y carnal: sus labios, dientes, lengua y nariz completamente enterrados en el sexo de Paula mientras le separaba las piernas aún más para conseguir llegar más profundo. Su lengua rodaba de abajo hacia arriba sobre su tierna carne rosada una y otra vez. A cada paso de su lengua, le rozaba el diminuto manojo de nervios y el cuerpo de ella anhelaba llegar al clímax.


—Ay, Dios. —Nunca había sentido nada tan crudo y caliente como la boca de Pedro entre sus muslos; su gemido lujurioso de placer vibraba contra su clítoris. Abandonó sus pechos y empuñó el pelo corto de Pedro—. ¡Sí, sí, sí! —coreó.


Todo su cuerpo reaccionó a lo que le estaba haciendo; su vagina se contrajo de forma atroz.


Él pasó la lengua por su clítoris sensible y dilatado y se concentró en él mientras le metía dos dedos en la vagina, colmándola por fin. Ella apretó los dedos con el sexo mientras él los doblaba alrededor de su punto G, lo masajeaba y luego se retiraba para volver a penetrarla una y otra vez.


La espalda de Paula se arqueó y aplastó la cabeza contra la almohada mientras Pedro seguía excitando su clítoris al mismo ritmo que metía y sacaba los dedos de su vaina.


Pedro, no puedo soportarlo. No puedo. —El placer era tan volátil que se sentía como si estuviera a punto de estallar en mil pedazos. 


Gritó cuando él movió su otra mano bajo su trasero, acariciándole con un dedo entre las nalgas.


Estaba tan húmeda que sus jugos lubricaron fácilmente el dedo que Pedro utilizó para jugar con su ano antes de introducir suavemente la punta en la abertura apretada.


Él estaba probando sus límites y Paula lo comprendió en el rincón de su mente que aún funcionaba. Pedro excitaba e indagaba, sin cesar el movimiento de su lengua y de los dedos que la jodían sin piedad. Cada sensación creada por Pedro era nueva e intensa, y Paula no le ponía límites. Todo lo que le hacía la tenía a
punto de explotar.


La tensión de su cuerpo se rompió. La bobina en su vientre se desenrolló mientras su cuerpo palpitaba con violencia.


—¡Pedro! —gritó hacia el techo. Su nombre se convirtió en un largo gemido de placer cuando tuvo un orgasmo como nunca lo había experimentado antes. Se sujetó a su pelo mientras su vagina se contraía fuertemente en torno a los dedos de él. Los espasmos sacudían su cuerpo mientras ella arqueaba el cuello y montaba las olas de su orgasmo.


Ella jadeó hasta que pasaron las restantes ondas de placer mientras Pedro le lamía el clímax y gruñía satisfecho contra su sexo. Sus manos se deslizaron por su cuerpo. Ahora cubiertos de sudor, parecía que ambos se habían derretido y chisporroteado hasta fundirse en el otro por el calor de sus cuerpos.


Reivindicando su boca desde el segundo en que volvió a acercarse a ella, Pedro la besó apasionadamente primero, y después con ternura. Paula probó su sabor en labios de Pedro. Le abrazó la espalda, deleitándose en la sensación de su cuerpo duro, caliente y exigente encima del suyo.


Pedro la penetró antes de que sus labios abandonaran su boca, y él se enterró hasta la raíz en su interior.


Ella gimió cuando la colmó, la sensación tan sublime que le clavó las uñas cortas en la espalda.


—Joder, sí. Mía. Eres mía, cariño. Esto es todo para mí —dijo en tono áspero, posesivo, y permaneció enterrado dentro de Paula tan profundamente como pudo.


Ella le rodeó la cintura firmemente con las piernas y lo retuvo en su interior.


—Es todo para ti —jadeó, conocedora de que era cierto. Ningún hombre la había hecho sentir como Pedro, y lo más probable era que nunca lo haría. Cada acción, cada movimiento era elemental y salvaje. Su cuerpo se tensó para hacer que aquel hombre se uniera a ella, que le perteneciera a ella. Lara lo reivindicaba con tanta seguridad como él la poseía—. Jódeme. Por favor. —Su cuerpo temblaba por Pedro, lo anhelaba.


Él se retiró hasta que casi salió y la penetró de nuevo con fuerza.


—Te necesito tanto. —Su declaración era bestial y vulnerable al mismo tiempo.


Ella le acarició la espalda de arriba abajo con las manos cuando sintió que su cuerpo grande se estremecía. Su pene la penetraba y se retiraba con un movimiento rápido y duro que satisfacía su desesperación por él.


—Sí. Más fuerte. —Paula quería la fuerza castigadora, el ritmo que golpeaba su cuerpo. 


Aquello era como una afirmación de que ambos estaban vivos después de lo que había sucedido en la pista de aterrizaje, y el cuerpo de Paula
tembló cuando Pedro cambió de postura; su pene hizo presión contra la zona sensible en su interior, desencadenando otro clímax.


Ella volvió a aferrarse a su espalda. Sus uñas le mordieron la piel para mantenerla firme mientras levantaba las caderas para recibir cada embestida de su miembro. Sus paredes se aferraban a él mientras ella llegaba; sus músculos alrededor de su pene se contrajeron sobre él, succionando.


—Eso es, cariño. Déjate llevar. Vente por mí —exigió él con dureza mientras seguía penetrándola. Gimió cuando la penetró una vez más y encontró su propio desahogo.


Bajaron juntos en una masa de brazos y piernas enredados y sudorosos. Pedro rodó hasta quitarse de encima de ella, pero mantuvo una pierna entre las suyas.


Sus brazos le envolvían la cintura y los hombros; Pedro enredó los dedos en su pelo y le sostuvo la cabeza contra el pecho en gesto protector.


Paula descansó contra él. Seguía respirando fuertemente por la boca, el cuerpo completamente saciado, a sabiendas de que Pedro acababa de cambiar su vida
irremediablemente.


—No sabía que podía ser tan intenso —admitió sin aliento.


—Yo tampoco —dijo Pedro con voz ronca.


Atrajo su cabeza hacia él con ternura, tirándole suavemente del pelo mientras le daba un delicado beso en los labios que hizo que el corazón de Paula diera saltitos con una emoción poco familiar que no reconoció al principio. 


Entonces se dio cuenta de que era una emoción que no había sentido desde hacía mucho tiempo; era felicidad.



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