miércoles, 19 de septiembre de 2018

CAPITULO 31 (SEPTIMA HISTORIA)



Pedro sabía que estaba jodido, y no en el buen sentido.


A la mañana siguiente, observó cómo husmeaba Shep a lo largo de la linde del bosque y buscaba el lugar perfecto para hacer sus necesidades matutinas.


Sostuvo la correa ligeramente, dejando que el cachorro explorara.


«Paula se marchará tarde o temprano. Su sitio no está aquí».


El problema era que Pedro quería a Paula allí y, si se marchaba, lo destrozaría completamente. 


Ya le dolía el condenado corazón cada vez que pensaba en Marcos, aún incapaz de aceptar lo que había hecho su hermano mayor. La idea
de que Paula se fuera para volver a Washington lo destriparía.


Nunca había pensado que se sintiera solo hasta que la conoció. Siempre había preferido estar solo. Pero ahora podía admitirlo… algo vital había faltado en su vida y ese algo en realidad era alguien: Paula.


La idea de ella arrodillada ante ese terrorista cabrón, dispuesta a hacer cualquier cosa para salvarle la vida, se le metió en la cabeza y le dio una lección de humildad. Dios sabía qué habría hecho él de haber tenido que ver cómo la violaban. Casi lo había matado ver que la tocaba otro hombre, y eso que era un terrorista imbécil.


«Es una mujer fuerte», pensó.


Sí, su chica era una mujer de armas tomar, pero también se rendía tan dulcemente a él en la cama que se le ponía duro el pene sólo de pensar en la noche anterior. Era una seductora, pero en algunos sentidos era tan condenadamente inocente. La combinación de esas dos cosas lo confundía de deseo. Sólo su reacción mientras le metía un dedo en el culo le dijo que era inocente de muchas maneras. A él nunca le había gustado mucho tocar culos, pero Paula hacía que deseara cada parte de ella, ansiosamente y por completo. De hecho, la ansiaba como a una puñetera adicción, apenas capaz de desenredar sus cuerpos para levantarse de la cama cuando Shep estaba lloriqueando para salir.


«Nunca supe que podría ser tan intenso», Pedro recordó las palabras de Paula.
Todavía podía oírla pronunciar esas palabras susurrantes y sensuales y recordaba lo mucho que lo habían afectado. «Joder, yo tampoco sabía que podría ser así y probablemente estoy mucho más experimentado que ella». Se había acostado con bastantes mujeres, pero nunca se había acercado a lo que había experimentado con Paula. «Tal vez pueda quitármela de la cabeza acostándome con ella», se le ocurrió. En cuanto pensó en esa idea, la rechazó. Para él Paula era como el crack. Cuanto más consumía, más quería.


Dejó escapar un suspiro masculino cuando Shep encontró por fin el lugar donde hacía pis. Hacía tanto frío que podía ver su aliento en el aire fresco, pero sería un día decente para volar porque el clima era soleado y claro. 


Había prometido a Paula que la llevaría a Denver más tarde para presentar algunos informes en la oficina del FBI. «Joder, estaría dispuesto a hacer cualquier cosa si consiguiera que se quedara aquí más tiempo». Ella había señalado que no le costaba nada conducir hasta allí, pero Pedro era de la opinión de que volar siempre era preferible. Se ahorraba tiempo, especialmente en invierno, en carreteras de montaña, y él preferiría estar en el aire que en la carretera cualquier día.


Shep terminó de hacer sus cosas y volvió hacia la casa saltando por la nieve.


«Perro listo. Hace mucho frío aquí fuera», pensó Pedro. Para cuando él se quitó las botas y entró en casa, Paula ya se había levantado y no parecía muy contenta.


Soltó a Shep y colgó la correa. El cachorro fue dando brincos hasta Paula al instante. Ella lo recogió y se estremeció mientras lo acurrucaba contra sus pechos. «Perro suertudo», refunfuñó para sus adentros.


—Tienes frío —le canturreó al cachorro, acariciándole el pelaje.


Paula volvía a llevar su bata y una satisfacción posesiva se le clavó en el estómago. Le gustaba que sus cosas envolvieran su cuerpo. Sí, prefería que fuera su cuerpo sobre ella, pero aceptaría lo que le diera.


—¿Qué pasa? —le preguntó con voz áspera, preocupado por su gesto pensativo.


Ella lo miró con una ceja levantada.


—¿Tienes un Jeep quitanieves?


«¡Mierda! ¡Me ha pillado!», pensó él.


—Sí. Fuera, en el otro garaje.


—Entonces dime exactamente por qué estuve atrapada aquí con la nieve cuando podrías haberme llevado de vuelta al resort fácilmente.


Pedro no iba a mentirle. Parecía bastante cabreada.


—Porque te quería aquí. Estábamos en medio de una ventisca, Paula. Aunque tuviera un quitanieves, no era precisamente seguro estar fuera aquella noche—. No iba a decirle que él había salido a quitar nieve con peor tiempo. La verdad era… que quería que se quedara allí y que no quiso sacarla al frío para volver a
llevarla al resort—. Estabas herida.


Ella se cruzó de brazos.


—Podrías habérmelo dicho —insistió; sonaba decepcionada.


«Mierda. Decepcionada es peor que enfadada», pensó Pedro.


—Podría haberlo hecho —respondió él con cautela.


—No me gustan las mentiras, Pedro, por ninguna razón.


A él tampoco le gustaban, especialmente entre él y Paula, así que entendía lo que quería decir.


—No mentí exactamente. Simplemente no te dije que tenía un quitanieves.


—Una mentira por omisión, Alfonso —le dijo ella con severidad—. No me lo dijiste porque no pensaste en ello. No me lo dijiste porque no querías que lo supiera.


Paula tenía razón.


—Lo siento. Yo también valoro la sinceridad. Te lo habría dicho tarde o temprano.


—No vuelvas a hacerlo —le dijo con una voz que le recordó a Pedro a su maestra de quinto, una mujer que era bastante aterradora.


Paula dejó al cachorro en el suelo y entró en la cocina sin mediar palabra.


Pedro la siguió con curiosidad. Observó cómo preparaba el desayuno mecánicamente.


—No volveré a mentirte nunca más, Paula. —Lo declaró con todo su ser. Ahora que la conocía mejor, nunca podría evitar ponerlo todo sobre la mesa con ella. 


—Bien. —Asintió ella antes de volver a preparar el desayuno.


—¿Eso es todo? —«¿No va a freírlo con el tema?


—Eso es todo. Ahora que me he explicado claramente, confío en que respetes lo que quiero. —Le sostuvo la mirada durante un momento—. Además, probablemente me salvaste la vida, o por lo menos tener que tocar a ese hombre repugnante. Y eres casi asquerosamente perfecto. Supongo que necesitabas algún error. 


—¿Casi perfecto? —«Joder, me encantaba cuando coquetea conmigo»—. ¿Qué me haría absolutamente perfecto?


Ella fingió estudiarlo durante un minuto.


—Podrías aprender a cocinar —replicó en tono de listilla.


Pedro se acercó a ella y le dio una palmada en el trasero sólo para oír un grito encantador.


—Cariño, nadie merece comer mi comida. —Pero vaya si no quería esforzarse más en aprender por ella. No se merecía cocinar ella siempre—. Pero conozco todos los restaurantes buenos en Colorado y puedo llevarnos rápido. No tienes que cocinar.


—Umm… Supongo que está esa opción —contestó ella descaradamente.


—Te llevaré donde quieras. —La besó ligeramente en la sien e inspiró su olor
embriagador.


—Tengo que ir al resort después de desayunar. Acabo de decirle a Chloe que la vería en el gimnasio. Espero que no esté lleno para entonces —comentó Paula.


Pedro gimió.


—Chloe me ha delatado, ¿verdad? —Era su hermana quien le había dicho a Paula que tenía un quitanieves.


—No fue a propósito. Simplemente lo mencionó. —Paula frió la panceta.


—¿Por qué vas allí?


—Le prometí a Chloe que le enseñaría algunos movimientos de autodefensa.


—El gimnasio nunca está lleno en el invierno. La gente se ejercita esquiando. Nadie quiere estar dentro cuando hay nieve polvo.


—Yo sí —dijo Paula con vehemencia.


—Si te enseño a esquiar o a hacer snowboard, te encantará. —Paula era aventurera; le cogería el gusto a los deportes de invierno si tenía un profesor. Y Pedro conocía al tipo adecuado para mostrarle la alegría del invierno.


—Creo que prefiero estar sentada junto a un fuego haciendo… otra cosa — dijo inocentemente, pero se giró y le rodeó el cuello con los brazos—. Creo que si te enseño los beneficios de quedarse en casa, te encantará —lo imitó en tono jocoso.


Pedro la besó y admitió que probablemente tenía razón, especialmente si se refería a quedarse dentro de ella.



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