miércoles, 5 de septiembre de 2018
CAPITULO 39 (SEXTA HISTORIA)
Paula estuvo a punto de recordarle que solo eran una pareja temporal, pero su corazón no le permitió decirlo. Aunque solo fuera su esposa temporalmente, quería vivir el presente.
Y en el presente, Pedro Alfonso le pertenecía a ella. Ya se preocuparía por la separación cuando ocurriera.
Simplemente, por ahora, solo por una vez, quería disfrutar de la alegría de estar con Pedro, el único hombre al que había deseado nunca. Era bueno sentirse deseada y, por primera vez en su vida adulta, no se sentía sola. Pedro llenaba todos los espacios vacíos de su corazón y, aunque solo fuera durante un breve periodo de tiempo, se sentía maravillosa.
—No puedo creer que robaras el espejo del baño. —La idea de que Pedro descolgara un espejo grande de la pared y lo atara a la cama para que ella no tuviera miedo era, probablemente, lo más dulce y protector que nadie había hecho nunca por ella.
—No lo robé. Volveré a colgarlo. Ya te he dicho que soy bueno con las herramientas y he encontrado toda una caja en el armario. —Su voz sonaba perezosa y divertida.
—¿Todavía restauras coches? —Quería ponerse al día de todo lo que había hecho Pedro durante los últimos ocho años.
—Cuando tengo tiempo. Tengo un taller en Nueva York. Ahora mismo estoy trabajando en un Ferrari de la década de los años sesenta.
Paula oyó el entusiasmo en su voz y se alegró de que no hubiera renunciado a algo que le encantaba.
—Así que sales de la ciudad ocasionalmente —comentó en tono jocoso—. ¿Trabajar en los coches es tu única vía de escape?
—Vuelvo a Boston tan a menudo como puedo para ver a Mamá, y tengo un barco atracado en el Puerto de Boston. Creo que mi verdadera vía de escape es salir a navegar. Es fácil dejar atrás los negocios ahí fuera.
Paula apoyó la cabeza sobre su torso.
—¿Un barco o un yate? —Dudaba que Pedro tuviera una lancha fueraborda corriente.
—Supongo que puede considerarse que es un yate.
—¿Cómo se llama?
Pedro se mantuvo en silencio durante un momento.
—Paula.
Ella permaneció un momento en silencio, intentando digerir el hecho de que el barco de Pedro llevara su nombre.
— ¿Qué esperabas cuando la bautizaste?
—Paz de espíritu. —Los ojos de Pedro la atravesaban con una mirada intensa.
—¿Y la encontraste?
—Todavía no, pero si salieras a navegar conmigo, tal vez la encuentre — respondió inexpresivo.
—No tengo mucha experiencia con barcos, pero me encantaría ir. —Qué lástima que no fueran a estar juntos el tiempo suficiente como para que Paula viera a Pedro relajado y feliz.
—No necesitas experiencia. Tengo un capitán y una tripulación. Solo necesitas asegurarte de no caer por la borda —respondió bruscamente.
—¿Pescas?
—Sí, claro, joder —respondió Pedro con énfasis y con una sonrisa de oreja a oreja—. ¿Qué sentido tiene tener un barco tan grande si no puedo pescar?
Paula le devolvió la sonrisa, encantada por la idea de que Pedro disfrutara de algo aparte de los negocios.
—¿A cuántas mujeres has llevado contigo? —Vale… el monstruo de ojos verdes de los celos hizo que hablara antes de poder contener las palabras reveladoras.
—Con ninguna. Nunca. —Pedro hizo que rodara sobre su espalda. Su cuerpo cubrió el de Paula mientras le sujetaba las muñecas por encima de la cabeza y la miraba con intensidad—. ¿Estás celosa?
Ella apartó la mirada de su rostro.
—Eso sería una tontería, ¿verdad? Somos amigos. Estás intentando ayudarme. Solo estaremos juntos durante poco tiempo.
—No has respondido mi pregunta, mujer. —Volvió a centrar su rostro—. Dímelo —exigió.
Sus ojos se encontraron; verde chocó contra azul y Paula sucumbió a la ferocidad de su mirada.
—Vale. Sí. Un poco. Puede que a mí tampoco me guste compartir.
La expresión facial de Pedro cambió. El destello de sus ojos se volvió posesivo.
—Bien. —De inmediato se abalanzó para besarla, su abrazo lleno de deseo hambriento y delicioso.
Apartando su boca de la de Paula, plantó besos tiernos y húmedos en su rostro, en sus mejillas, por su cuello.
—Nunca tendrás que compartir, cariño —la reconfortó, la voz apagada contra su cuello.
Paula suspiró. Sus palabras eran tan dulces que quería guardarlas en su corazón para siempre. Pero ella era más lista que eso. Su tiempo era limitado, todo momentos robados.
—Te llevaré a navegar en mi barco conmigo y podemos bautizar los dos camarotes. Nunca he tenido sexo allí. Es completamente virgen —le mordisqueó el cuello en gesto posesivo.
Paula gimió de deseo, sus emociones sobrecargadas. Sentaba tan bien oír
hablar a Pedro de un futuro, pero dolía saber que esas cosas nunca sucederían.
«Pero puedo ser feliz por ahora».
Haciendo a un lado sus pensamientos deprimentes, Paula rodeó a Pedro con
las piernas y se rindió a su seducción persuasiva.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario